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domingo, 22 de febrero de 2015

Un cuento de hadas: La flor de la honestidad

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de ser emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles y no podían nacer de manera alguna”.

María Emilia Voss, una peregrina de Santiago, cuenta la siguiente historia: alrededor del año 250 a.C., en la antigua China, un cierto príncipe de la región de Thing-Zda estaba preparado para ser coronado emperador; pero antes, de acuerdo con la ley, tenía que casarse.
Como se trataba de escoger a la futura emperatriz, el príncipe tenía que encontrar a una joven en quien pudiese confiar plenamente. Aconsejado por un sabio, decidió convocar a las jóvenes de la región para elegir a la más digna.
Una anciana, sierva del palacio, al oír los comentarios sobre los preparativos para la audiencia sintió una gran tristeza, pues su hija alimentaba un amor secreto hacia el príncipe. Al llegar a su casa y comentar el hecho a la joven, se espantó al oír que ella también tenía intención de presentarse.
La señora se desesperó:
-Hija mía, ¿qué vas a hacer allí? Estarán presentes las más bellas y ricas candidatas de la corte. ¡Sácate inmediatamente esta idea de la cabeza! ¡Ya sé que debes de estar sufriendo, pero no transformes el sufrimiento en una locura!
Y la hija respondió: Querida madre, ni estoy sufriendo ni mucho menos me he vuelto loca; sé que jamás podré ser la escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos algunos momentos cerca del príncipe, y esto ya me hace feliz, aun sabiendo que mi destino es otro.
Por la noche, cuando la chica llegó al palacio, allí estaban efectivamente las más bellas jóvenes, con las más bellas ropas y las más bellas joyas, dispuestas a luchar de cualquier modo por la oportunidad que se les ofrecía.
Rodeado de su corte, el príncipe anunció el desafío: daré una semilla para cada una de vosotras. Aquella que, dentro de seis meses, me traiga la flor más linda, será la futura emperatriz de la China.
La chica cogió su semilla, la plantó en una maceta y como no era muy hábil en las artes de jardinería, cuidaba la tierra con mucha paciencia y ternura, pues pensaba que, si la belleza de las flores surgiese en proporción a la intensidad de su amor, no tendría que preocuparse del resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven buscó soluciones, habló con labradores y campesinos que le enseñaron los más variados métodos de cultivo, pero no consiguió ningún resultado. Cada día se sentía más lejos de su sueño, aun cuando su amor continuase tan vivo como antes.
Finalmente, los seis meses se agotaron y nada nació de su maceta. Aunque sabía que no tenía nada para mostrar, era consciente de su esfuerzo y dedicación durante todo aquel tiempo, de modo que comunicó a su madre que retornaría al palacio en la fecha y hora establecidas.
Secretamente sabía que este sería su último encuentro con el bienamado y no estaba dispuesta a perderlo por nada del mundo.
Llegó el día de la nueva audiencia. La chica apareció con su maceta sin planta y vio que todas las otras pretendientes habían conseguido buenos resultados: cada una tenía una flor más bella que la otra, de las más variadas formas y colores.
Finalmente, vino el momento esperado: el príncipe entra y observa a cada una de las candidatas con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, anuncia el resultado e indica a la hija de su sierva como su nueva esposa.
Los presentes empezaron a protestar, diciendo que cómo era posible que él hubiera escogido justamente a la única que no había conseguido cultivar ninguna planta. Fue entonces que, serenamente, el príncipe aclaró la razón de su desafío: Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de ser emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles y no podían nacer de manera alguna. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 15 de febrero de 2015

Historias cotidianas: La vida y sus actores

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y –¿quién sabe?– cambiar el mundo”.

El valor y el dinero

Ciccone German cuenta la historia de un hombre que, al tener su inmensa riqueza e impulsado por su infinita ambición, quiso comprar todo lo que estaba a su alcance. Después de llenar sus numerosas casas de ropas, muebles, automóviles y joyas, resolvió comprar otras cosas.
Compró la ética y la moral, y en este momento fue creada la corrupción.
Compró la solidaridad y la generosidad, y entonces se creó la indiferencia.
Compró la justicia y sus leyes, haciendo nacer simultáneamente la impunidad.
Compró el amor y los sentimientos, y surgió el dolor y el remordimiento.
El hombre más poderoso del mundo compró todos los bienes materiales que quería poseer y todos los valores que deseaba dominar. Hasta que un día, ya embriagado por tanto poder, resolvió comprarse a sí mismo.
A pesar de todo el dinero, no consiguió realizar su intento. Entonces, a partir de aquel momento, se creó en la conciencia de la Tierra un único bien al que ninguna persona puede colocar un precio: su propio valor.

Siempre corriendo

El monje Shuan siempre alertaba a sus discípulos sobre la importancia del estudio de la filosofía ancestral. Uno de ellos, conocido por su fuerza de voluntad, anotaba todas las enseñanzas de Shuan y pasaba el resto del día reflexionando sobre los pensadores antiguos.
Después de un año de estudios el discípulo cayó enfermo, pero continuó asistiendo a las clases.
—Aunque esté enfermo, continuaré estudiando. Estoy persiguiendo a la sabiduría y no tengo tiempo que perder —le dijo al maestro.
Shuan indagó:
—¿Y cómo sabes que la sabiduría está delante de ti y que es necesario estar siempre corriendo tras ella? Quizás ella esté caminando detrás de ti, queriendo alcanzarte, y de alguna manera tú no la dejas. Relajarse y dejar fluir los pensamientos es también una manera de alcanzar la sabiduría.

Empezar por donde se debe empezar

Cuenta un lector que las palabras que transcribo a continuación están escritas en el sepulcro de un obispo anglicano, en una catedral de Inglaterra:
“Cuando yo era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo.
“Cuando me hice más viejo y más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría: entonces restringí mis ambiciones, y resolví cambiar solamente mi país.
“Pero el país también me parecía inmutable.
“En el ocaso de la vida, en una última y desesperada tentativa, quise cambiar a mi familia, pero ellos no se interesaron en absoluto, arguyendo que yo siempre repetía los mismos errores.
“En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si yo hubiera empezado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y –¿quién sabe?– cambiar el mundo”.

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 8 de febrero de 2015

Diálogo con el maestro II: Ser positivo y optimista

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Cuando estás ante una pérdida no sirve de nada intentar recuperar lo que ya se fue. En el momento de la pérdida, por más contradictorio que parezca, tú estás ganando una gran porción de libertad”.

La tragedia

- ¿Por qué existe tanta tragedia y tanta miseria en el mundo?
La tragedia y la miseria son dos cosas diferentes, y temas que requieren largo tiempo para ser tratados. ¿Sobre cuál de los dos prefieres que hablemos?
- De momento, sobre la tragedia. ¿Por qué sufre el hombre?
Da una mirada a la Biblia y encontrarás la siguiente reflexión:
“Lo que es bueno viene de Ti, oh mi Señor. Lo que es malo también viene de Ti, mi Señor. Por tanto, ¿qué he de temer?”.
- ¿Aun así, sufrimos?
Sin duda. Pero toma en consideración lo siguiente: de diez problemas que tenemos, nueve son creados por nosotros mismos, a través de la culpa, del autocastigo, de la autocompasión.
Sin embargo, de vez en cuando aparece un gran obstáculo en nuestro camino, que fue colocado allí por Dios y que tiene una única razón. Y esta razón es darnos una oportunidad de cambiar todo, de caminar hacia adelante.
¿Qué es la tragedia? Un cambio radical en nuestras vidas, siempre ligado al mismo principio: la pérdida. El sufrimiento es siempre el resultado de una pérdida, sea de alguien o de algo, como la salud, la belleza o las condiciones financieras.
Cuando estás ante una pérdida no sirve de nada intentar recuperar lo que ya se fue. En tanto que un gran espacio se ha abierto en tu vida, y allí está, vacío, esperando ser llenado con algo nuevo. En el momento de la pérdida, por más contradictorio que parezca, tú estás ganando una gran porción de libertad.
Pero la mayoría de los hombres, cuando sucede la tragedia, llenan ese espacio con dolor y amargura. No piensan nunca que existen otras maneras de encarar lo inevitable.
-¿Por ejemplo?
En primer lugar, aprendiendo la gran lección de los sabios: la paciencia, la seguridad de que todo –bueno o malo– es transitorio en esta vida. En segundo lugar, utilizando este súbito cambio de rumbo para arriesgar sus días en nuevas cosas que siempre soñó hacer.
-Está claro en lo que se refiere a cosas materiales. Pero ¿y la muerte de alguien?
En lo que se refiere a la muerte ya hemos conversado mucho y sabes que ella no existe para aquel que se fue, esta persona está disfrutando las delicias de una transformación radical. La sensación de muerte existe solamente para quien se queda aquí. Todo ser querido –al partir– se transforma en nuestro protector; después de pasado el periodo de duelo debemos alegrarnos porque estamos más protegidos. Igualmente un día estaremos del otro lado, protegiendo a las personas que amamos aquí.
- ¿Y aquellos a quienes odiamos...?
Exactamente lo que imaginas. Quedan sujetos a nosotros por el sentimiento de la amargura. Por eso Jesús dijo: “Antes de ir al templo, vuelve y perdona a tu hermano”. Es necesario estar lavando constantemente el alma con el agua del perdón.
- Volviendo a la tragedia...
Existe algo que es imposible medir y es la intensidad del dolor. Sabemos que una persona está sufriendo porque ella nos lo cuenta, pero no podemos evaluar exactamente cuánto. Muchas veces intentamos comparar la actitud de una persona ante la tragedia y terminamos por juzgarla más fuerte o más débil de lo que realmente es. No compares el dolor ajeno con nada; solo el que sufre sabe por lo que está pasando.
Por consiguiente, cuando la tragedia inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia. Ella destruirá 9/10 de aquello que tú eres, pero el 1/10 restante te transformará en una persona infinitamente más fuerte.

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

lunes, 2 de febrero de 2015

Diálogo con el maestro (I): El lenguaje de los signos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Las religiones son muy importantes, porque nos permiten adorar en forma colectiva y compartir los mismos misterios. Pero la búsqueda espiritual es responsabilidad de cada uno”.

El misterio

-¿Qué es el lenguaje de los signos?
-Todo hombre tiene una manera personal de comunicarse con Dios y con su propia alma.
-Entonces, ¿el hombre no necesita la religión?
-Las religiones son muy importantes, porque nos permiten adorar en forma colectiva y compartir los mismos misterios. Pero la búsqueda espiritual es responsabilidad de cada uno: si te apartas de tu camino, no servirá de nada estar culpando al cura, al imán, al rabino o al pastor, la responsabilidad es tuya. Por eso existe un alfabeto que tu alma entiende, y que va mostrando las mejores decisiones en tu camino.
-¿Cómo aprender este lenguaje?
-Primero, con disciplina, para educarse a notar la señal. Después, con valor, para practicar la lengua. Tercero, nunca tener miedo de equivocarse mientras se practica.
-Lo que hace que muchas veces la gente siga la señal equivocada.
-Claro. Solo así aprendemos las señales correctas.
-¿Me podrías dar un ejemplo?
-No. El lenguaje es individual, como dije antes. Si empezamos a generalizar las señales, se transforman en superstición.
-Muchos maestros ya cometieron el error de usar sus señales para guiar a sus discípulos. Lo que sucede es que cuando las personas comienzan su búsqueda espiritual, entran en un mar desconocido y se sienten inseguras. Entonces procurar asirse a la primera mano que les es tendida y al hacer eso  están dejando de lado la aventura, para volverse esclavas de la mano que las guía.
-¿Cómo puedo tener la seguridad de una señal verdadera?
- Nunca puedes. Si empiezas a contemplar este mundo más allá de las convenciones, verás que tu intuición comienza a conducirte hacia la mejor elección, por más absurda que parezca.
Poco a poco, este lenguaje se incorpora a ti y aunque continúes fallando de vez en cuando, ya estás en paz con tu alma y tomas las decisiones correctas.
Muchas veces la señal es más práctica de lo que imaginamos y, a propósito de eso, voy a contarte una historia:
“Un hombre soñó cierta vez con un ángel, que le decía: mañana empezará a llover y tu aldea será inundada, pero tú te salvarás”.
Efectivamente, al día siguiente empezó a llover. Un equipo de socorro visitó casa por casa, evacuando a los habitantes, ya que había peligro de inundación. Todos salieron menos aquel hombre, que decía al miembro de Defensa Civil: “Soñé con un ángel y él me dijo que me salvaría”.
Un día después, el agua ya cubría la primera planta de las casas. Un segundo equipo de socorro fue para intentar rescatar al hombre, que nuevamente se rehusó a salir, alegando que había recibido la señal de un ángel y tenía que mostrar su fe al mundo.
Al tercer día, la situación ya era crítica, y el hombre estaba solo, encaramado en el tejado de la casa, mientras el agua subía sin parar. En un esfuerzo desesperado, un equipo de rescate intentó una vez más retirarlo de allí, pero nuevamente él se negó, llamándolos demonios, gritando que querían obligarlo a negar la señal del ángel. Poco tiempo después el agua cubrió el tejado y el hombre murió ahogado.
Como era muy buen cristiano, fue al cielo y encontró a san Pedro, que lo invitó a entrar. El hombre se rehusó, diciendo que Dios lo había engañado; le había enviado un ángel diciendo que se salvaría cuando en verdad había resultado el único muerto de la aldea .
San Pedro le dijo que Dios no mentía, y prometió volver con explicaciones. Entró en el Paraíso y retornó media hora después, diciendo:
“Realmente Dios mandó un ángel para avisarle que sería salvado. ¡Pero me dice que usted rehusó, por tres veces, el socorro que Él le envió bajo la forma de equipos de rescate!”.  (Continuará...) (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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