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domingo, 29 de marzo de 2015

El cielo y la tierra: Paz y eternidad

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Así como la mano tiene el poder de esconder el sol, la mediocridad tiene el poder de esconder la luz interior. No culpes a los otros por tu propia incompetencia”.

La Constitución más pequeña del mundo

Un grupo de sabios judíos se reunió para intentar crear la menor Constitución del mundo. Si alguno de ellos era capaz de definir, en el espacio de tiempo que necesita un hombre para mantenerse en equilibrio con un solo pie, las leyes que deben regir el comportamiento humano sería considerado el más sabio de todos los eruditos.
Dios castiga a los criminales, dijo uno.
Los otros argumentaron que esto no era una ley, sino una amenaza, y la frase no fue aceptada.
Dios es amor, comentó otro.
Nuevamente los sabios no aceptaron la frase, diciendo que no aclaraba bien los deberes de la humanidad.
En aquel momento se aproximó el rabino Hillel y, sosteniéndose en un solo pie, dijo:
No hagas a tu prójimo lo que detestarías que te hicieran a ti. Esta es la ley. Todo el resto es comentario jurídico.
Y el rabino Hillel fue considerado el mayor sabio de su tiempo.

Tapando el sol con la mano

Un discípulo fue en busca del rabino Nahman, de Braslaw:
No continuaré mis estudios de los textos sagrados, dijo. Vivo en una pequeña casa con mis padres y hermanos y nunca encuentro las condiciones ideales para concentrarme en lo que es importante.
Nahman señaló al sol y pidió a su discípulo que pusiera la mano frente a su cara, de manera que quedara oculto. Y así lo hizo este.
Tu mano es pequeña y, sin embargo, consiguió cubrir totalmente la fuerza, la luz y la majestad del inmenso sol. De la misma manera, los pequeños problemas consiguen darte la disculpa necesaria para no seguir adelante en tu búsqueda espiritual.
Así como la mano tiene el poder de esconder el sol, la mediocridad tiene el poder de esconder la luz interior. No culpes a los otros por tu propia incompetencia.

Parece muy obvio

Preguntaron al rabino Ben Zoma:
¿Quién es sabio?
Aquel que encuentra siempre algo que aprender de los otros, dijo el rabino.
¿Quién es fuerte?
El hombre que es capaz de dominarse a sí mismo.
¿Quién es rico?
El que conoce el tesoro que tiene: sus días y sus horas de vida, que pueden modificar todo lo que sucede a su alrededor.
¿Quién merece respeto?
Quien se respeta a sí mismo y a su prójimo.
Todo esto son cosas obvias, comentó uno de los presentes.
Por eso son tan difíciles de ser observadas, concluyó el rabino.

Sobre el despertar

El rabino Jacob acostumbraba a decir:
“Es mejor un único momento de comprensión en este mundo que toda la eternidad en el mundo que vendrá.
Es mejor un único momento de paz interior en este mundo que toda la eternidad en paz.
¿Por qué? Porque un simple momento de comprensión en este mundo trae en sí a la propia eternidad. Y la paz que encontraremos en el mundo que vendrá está presente en cada minuto de paz de esta vida”. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 22 de marzo de 2015

La duda es necesaria: Dejarla que aparezca

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No tengas miedo a que te llamen loco –haz hoy alguna cosa que no combine con la lógica que aprendiste. Contraría un poco esa conducta seria que te enseñaron a tener”.
Los monjes del desierto afirmaban que era necesario dejar actuar la mano de los ángeles. Para ello, de vez en cuando hacían cosas absurdas, como hablar con flores o reír sin motivo.
Los alquimistas siguen las “señales de Dios”; pistas que muchas veces carecen de sentido pero que terminan llevando a algún lugar.
“El hombre moderno quiso eliminar las inseguridades y las dudas de su vida y terminó dejando a su alma morir de hambre, ya que el espíritu humano se alimenta de misterios”, dice el deán (sacerdote) de la Catedral de San Francisco.
No tengas miedo a que te llamen loco –haz hoy alguna cosa que no combine con la lógica que aprendiste. Contraría un poco esa conducta seria que te enseñaron a tener. Esta pequeña cosa, por menor que sea, puede abrir las puertas para una gran aventura, humana y espiritual.

El universo que conspira a favor

“Cuando se quiere algo, el universo entero conspira a favor de obtenerlo”.
Estamos acostumbrados a interpretar esta frase solamente desde un punto de vista positivo: nuestros verdaderos deseos siempre se transforman en realidad.
Sin embargo, es preciso estar atento a las tinieblas del subconsciente. Allí, escondidos bajo una serie de buenas intenciones, están los deseos que no osamos confesar ni siquiera a nosotros mismos: la venganza, la culpa, los autocastigos, la alegría macabra de la tragedia.
El universo no juzga: conspira a favor de lo que deseamos, y a veces queremos lo peor para nosotros mismos. Miremos con valor las sombras de nuestra alma, por más doloroso que esto pueda ser. Iluminemos estas tinieblas con la luz del perdón, de la misericordia y del respeto.
El universo siempre conspira para realizar lo que queremos: es necesario tener mucho cuidado.

Yo estoy aquí

Existe un ejercicio de meditación que consiste en añadir –generalmente durante 10 minutos cada día– un motivo a cada una de nuestras acciones.
Por ejemplo: “yo ahora leo el diario porque quiero informarme”, “yo pensé ahora en tal persona porque tal asunto que leí me ha llevado a pensar en ella”, “he ido hasta la puerta porque voy a salir de casa”, y así sucesivamente.
Buda llama a esto “atención consciente”.
Cuando nos vemos repitiendo la más común de las rutinas nos damos cuenta de la riqueza de nuestra vida.
Comprendemos cada paso, cada actitud. Descubrimos cosas importantes y también pensamientos inútiles.
Al cabo de una semana de práctica –la disciplina es siempre fundamental– estamos más conscientes de nuestras faltas y distracciones. Y esto nos hace más fuertes.

Proverbios indios

“Las mujeres ya nacen con inteligencia; los hombres necesitan aprenderla en libros” (rey Shudraka, sección I).
“No se puede colocar la mitad de una gallina en la olla y esperar que la otra mitad ponga huevos” (anónimo). (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 15 de marzo de 2015

Encontrando al gurú II: Los malos discípulos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Quien no equilibra trabajo con descanso, pierde el entusiasmo, agota su energía, y no llega muy lejos”.
Un discípulo preguntó a Firoz: La simple presencia de un maestro, hace que toda clase de curiosos se aproximen para descubrir algo que les pueda beneficiar. ¿No podría ser esto perjudicial o negativo? ¿No puede esto desviar al maestro de su camino, o hacer que sufra porque no consiguió enseñar lo que quería?
Firoz, el maestro sufí, respondió:
— La visión de un árbol cargado de frutas despierta el apetito de todos los que pasan por su lado. Si alguien desea saciar su hambre más allá de su capacidad, termina comiendo más fruta de la necesaria, y se encuentra mal. Sin embargo, esto no causa ningún tipo de indigestión al dueño del árbol.
Lo mismo sucede con la búsqueda. El camino tiene que estar abierto para todos: pero Dios se encarga de colocar los límites de cada uno.

Más allá de los propios límites

Un arquero caminaba por los alrededores de un monasterio hindú conocido por la severidad de sus enseñanzas, cuando vio a los monjes en el jardín, bebiendo y divirtiéndose.
— Qué cínicos son aquellos que buscan el camino de Dios —comentó el arquero en voz alta. —Dicen que la disciplina es importante, y se embriagan a escondidas!
— Si disparas cien flechas seguidas, ¿qué le sucederá a tu arco? preguntó el monje de más edad.
— Mi arco se romperá.
— Si alguien se esfuerza más allá de sus propios límites, también rompe su voluntad. Quien no equilibra trabajo con descanso, pierde el entusiasmo, agota su energía, y no llega muy lejos.

Aún falta algo

El maestro yogui Paltrul Rinpoché oyó hablar de un ermitaño con fama de santo, que vivía en una montaña, y fue a buscarlo.
— ¿De dónde vienes?— preguntó el ermitaño.
— Vengo de donde señalan mis espaldas, y voy hacia donde está dirigido mi rostro — respondió Rinpoché. —Un sabio debería saber eso.
— Es un respuesta tonta con pretensiones de filosófica — refunfuñó el ermitaño.
— ¿Y usted, qué hace?
— Llevo veinte años meditando sobre la perfección de la paciencia. Estoy próximo a ser considerado santo.
— La gente piensa que usted ya se transformó en lo que deseaba — comentó Rinpoché. — ¡Consiguió engañar a todo el mundo!
Furioso, el ermitaño se incorporó:
— ¿Cómo osas perturbar a un hombre que busca la santidad?
— Aún falta mucho para llegar a eso — dijo el yogui. — ¡Si una simple broma le hace perder la paciencia que tanto busca, estos veinte años fueron una completa pérdida de tiempo!

Reflexión

“Todo hombre, al nacer, tiene siempre una cuenta que saldar — porque recibió un bien, llamado vida, que precisa ser honrado. Nadie puede liquidar su débito de una sola vez, y por ello lo que hacemos es abrir un crédito, con intereses. Podemos pasar un mes u otro sin hacer el depósito, pero eso siempre nos hace infelices.
¿Cómo pagamos esta cuenta? Viviendo intensamente. Solo eso” (Morris West). (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 8 de marzo de 2015

Encontrando al gurú: La mente y el corazón

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Quien juzga tener la verdad, está en el camino de la mentira. Quien desea convertir a alguien, no entendió aún el significado de la espiritualidad”.

Conocí a Mick Brown en el aeropuerto de Fráncfort. Periodista del Daily Telegraph de Londres, había sido enviado para entrevistarme en una escala entre dos vuelos. El caso es que terminé dejando de tomar el avión al día siguiente, ya que Mick no era un periodista común: había recorrido el mundo como un turista espiritual (título del libro que publicó en Inglaterra) y cargaba en su bagaje muchas historias.
Entre ellas, Mike contó que cierta vez había recibido un panfleto de una entidad relacionada con el misticismo indio diciendo que un gurú llamado Mahaguru Yogui Arka daría una serie de conferencias en Inglaterra. Descubrió que se hospedaba en una casa de familia, al norte de Londres, y fue a visitarlo para hacer un reportaje para su diario.
En cuanto tocó el timbre, una joven de rasgos orientales abrió la puerta y, sin preguntar nada, le indicó con una seña que la siguiera hasta la sala. Allí estaba Arka, sentado con las piernas cruzadas, los ojos cerrados, en aparente actitud de meditación.
Mike permaneció sin saber qué hacer, hasta que el maestro abrió los ojos y le indicó con un gesto que se sentara ante él.
— ¿Tiene alguna pregunta?
Mike pensó varias, pero parecían haber huido de su pensamiento. Lo que se le ocurrió fue: ¿Qué es lo que las personas quieren saber cuando buscan a un gurú?
— Imagine que está sentado ante el océano, dijo él. —¿Qué es lo que desea del océano?
Mike pensó y respondió: Paz.
Arka hizo una señal afirmativa con la cabeza.
— Paz. Usted contempla el océano y entiende que él puede traerle paz. Otra persona pide un pez para comer. Hay también quien piense que en el fondo del océano existe petróleo y procura saber dónde está escondida esta riqueza. Las personas quieren cosas diferentes, pero el océano es grande y puede dar a cada uno lo que pide.
Mike le comentó que en su vida había encontrado a muchos gurús. ¿Cómo saber en quién confiar?
— Cuando una persona intenta imponer su forma de pensar a alguien, no puede ser calificada de gurú, respondió Arka. Quien pide que le tengan confianza, no merece confianza. Quien juzga tener la verdad, está en el camino de la mentira. Quien desea convertir a alguien, no entendió aún el significado de la espiritualidad.
¿Usted se acuerda de cuando era pequeño e iba a la escuela? Allí encontraba profesores de inglés, física, química, historia. El aprendizaje espiritual se hace de la misma manera: varios maestros le enseñan muchas cosas, colaboran para que usted crezca interiormente, pero es solo su conciencia la que puede colocar todo este aprendizaje en orden, y extraer de allí lo que le interesa.
Y Arka prosiguió: Es preciso entender que el camino es de su entera responsabilidad. Usted tendrá que usar el corazón y la mente en la misma proporción, y terminará comprendiendo que estas dos fuerzas no son enemigas entre sí. Entonces llegará a una conclusión importantísima: toda pregunta ya trae en sí la propia respuesta.
Aquellas palabras tenían sentido. Arka miraba a Mick de manera intensa, y parecía no haber terminado su explicación: Es el amor. El amor es el puente que une la cabeza al corazón, la fuerza que atrae, que mantiene a los planetas y a las estrellas en sus órbitas. Los científicos llaman al amor “fuerza de la gravedad”.
Arka se incorporó. ¿Tiene algo más que preguntar?
— Sí, yo quiero encontrar la verdad, ¿qué debo hacer?
— Dejar de buscarla. Y mirar a su lado, pues ella está allí.
Como dice un viejo proverbio zen: “Si quieres que las cosas vengan a ti, sal del medio del camino y deja que ellas se aproximen”. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 1 de marzo de 2015

Encuentros inexistentes: Personajes lejanos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

En un gesto automático metí la mano en el bolsillo, saqué lo que tenía y se lo di; sentí una profunda paz y agradecí a Dios ese reencuentro sin palabras, esa segunda oportunidad”.

Creo que, por lo menos una vez a la semana nos encontramos delante de algún extraño con quien gustaríamos entablar conversación, pero no nos atrevemos. Hace algunos días recibí una carta sobre este tema enviada por un lector, a quien llamaré Antonio. Transcribo algunos trechos de lo que le sucedió, y luego narro una experiencia mía.

La carta de Antonio

Yo caminaba por la Gran Vía cuando vi a una señora bajita, de piel clara, bien vestida, que pedía limosna a todos los transeúntes. En cuanto me acerqué, me imploró algunas monedas para un sándwich. Como en el Brasil las personas que piden algo siempre llevan ropas viejas y sucias decidí no darle nada y seguí adelante. Su mirada, no obstante, me dejó una sensación extraña.
Fui hacia el hotel, de repente sentí un deseo incomprensible de volver y darle una limosna, yo estaba de vacaciones, había acabado de comer, llevaba dinero en el bolsillo, y debe ser muy humillante quedarse en una calle expuesta a todas las miradas pidiendo algo. Llegué al lugar donde la había visto, pero ya no estaba. Anduve por las calles y nada.
Desde ese día ya no conseguí dormir bien. Regresé a Fortaleza, hablé con una amiga, ella me dijo que se había frustrado una conexión importante y que yo debía pedir la ayuda de Dios; recé, y de alguna manera escuché una voz diciendo que tenía que volver a encontrar a la mendiga. Todas las noches me despertaba llorando mucho y resolví que no podía continuar así. Junté dinero, volví a comprar un pasaje y retorné a Madrid en busca de la mujer.
Comencé una búsqueda sin fin, no hacía nada que no fuera buscarla, pero el tiempo pasaba y el dinero se iba acabando. Tuve que ir a una agencia de viajes para remarcar mi pasaje, ya que estaba decidido a no volver al Brasil hasta que hubiera dado la limosna. Cuando salí de allí tropecé con un escalón y caí en dirección a alguien: la mujer que buscaba. En un gesto automático metí la mano en el bolsillo, saqué lo que tenía y se lo di; sentí una profunda paz y agradecí a Dios ese reencuentro, esa segunda oportunidad. Sé que no volveré a encontrarla, pero cumplí con lo que mi corazón pedía.

La pareja que sonreía (1977)

En aquella época yo estaba casado con Cecilia Macdowell y, como atravesaba un periodo en el que había decidido abandonar todo lo que no me entusiasmara, nos fuimos a vivir a Londres. Vivíamos en el segundo piso de un pequeño apartamento en Palace Street, y teníamos mucha dificultad para hacer amigos. Todas las noches, no obstante, una pareja joven, saliendo del pub (bar) de al lado, pasaba y saludaba, gritando para que bajáramos.
Me quedaba preocupadísimo por los vecinos; jamás bajaba, fingiendo que el asunto no era conmigo. Pero la pareja siempre repetía sus gritos, incluso cuando no había nadie en la ventana. Una noche por fin bajé y protesté por el escándalo. Al momento la risa de ambos se transformó en tristeza; me pidieron disculpas y se marcharon. Entonces, aquella noche me di cuenta de que, aun cuando buscase amigos, estaba más preocupado con el “qué dirán los vecinos”.
Decidí que la próxima vez los convidaría a subir y beber algo con nosotros. Pasé una semana entera en la ventana a la hora en que acostumbraban a pasar, pero no aparecieron. Fui al pub, pero el dueño no los conocía.
Coloqué un cartel en la ventana con el escrito “llamen nuevamente”. Todo lo que conseguí fue que cierta noche un grupo de borrachos empezara a gritar todas las malas palabras posibles y la vecina —con quien tanto yo me había preocupado— terminase quejándose al propietario. Nunca más los vi. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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