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viernes, 24 de junio de 2016

Condiciones de trabajo: Hacerlo de la mejor manera

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

El hombre que toma un camino y sigue pensando en lo que perdió al dejar de lado los otros, jamás llegará a lugar alguno.

Cada ser humano sabe la mejor manera de estar en paz con la vida; algunos necesitan un mínimo de seguridad, otros se arriesgan sin temor. No existen fórmulas para vivir el propio sueño; cada uno, al escuchar su corazón, sabe cuál es el mejor modo de actuar. A continuación, algunas historias al respecto:

La ayuda estorba

El escritor norteamericano Sherwood Anderson careció siempre de una disciplina de trabajo, y solo conseguía escribir movido por su propia rebeldía. Sus primeros editores, preocupados por la situación de miseria en que vivía Anderson, decidieron enviarle un cheque semanal como adelanto por la novela que estaba escribiendo.
Después de un mes, recibieron la visita del escritor, que les devolvió todos los cheques.
–Hace tiempo que no consigo escribir una línea –dijo Anderson. Me resulta imposible trabajar con la seguridad financiera mirándome desde el otro lado de la mesa.

Olvida el camino no elegido

“Una vez que escogemos un camino, hay que olvidarse de todos los otros”, decía el maestro a sus discípulos. Lowon, el discípulo que no sabe aprender, escucha con atención. A la salida de la conferencia, Lowon es invitado por un grupo de personas a dar una conferencia en un bar.
–Rehúso cualquier tipo de pago –dice Lowon. He hecho mi elección, soy un servidor, quiero divulgar la palabra de la fe.
El grupo, contento con estas palabras, va al bar, donde tiene lugar la conferencia de Lowon. Este, una vez concluida, dice:
–Tan solo por curiosidad, quisiera saber cuánto dinero decliné cobrar.
Al enterarse de la espléndida paga que hubiera recibido, Lowon se siente engañado por el grupo que lo invitó, y va a quejarse al maestro.
–Cuando la gente hace una elección, debe siempre olvidar las otras alternativas. El hombre que toma un camino y sigue pensando en lo que perdió al dejar de lado los otros, jamás llegará a lugar alguno –es la respuesta del maestro.

Ojo a las ‘faltas pequeñas’

El maestro pidió a sus discípulos que fueran y trajeran comida. Estaban de viaje y no conseguían alimentarse bien.
Los discípulos volvieron al final de la tarde. Cada uno traía lo poco conseguido gracias a la caridad: frutas ya podridas, pan duro, vino agrio.
Pero uno de los discípulos traía una cesta de manzanas maduras.
–Siempre haré todo lo posible por ayudar a mi maestro y mis hermanos –dijo, compartiendo las manzanas con los demás.
–¿Dónde has conseguido esto? –preguntó el maestro.
–Tuve que robarlas. Solo querían darme alimentos pasados, aun sabiendo que predicamos la palabra de Dios.
–Vete de aquí con tus manzanas y no vuelvas nunca más –indicó el maestro. Aquel que hoy roba por mí, mañana terminará robando de mí. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

miércoles, 22 de junio de 2016

Lectura obligada: Importancia de los demás

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

El hombre lejos de sus semejantes, por muy inteligente que sea, no conseguirá conservar su calor y su llama.

La brasa solitaria

Juan iba siempre a los servicios dominicales de su parroquia. Pero como empezó a parecerle que el pastor decía siempre lo mismo, dejó de frecuentar la iglesia. Dos meses más tarde, en una fría noche de invierno, el pastor fue a visitarlo. “Debe de haber venido para intentar convencerme de que vuelva”, se dijo Juan. Se le ocurrió que no podía aducir el verdadero motivo: lo repetitivos que eran los sermones. Tenía que encontrar una disculpa, y mientras pensaba, colocó dos sillas delante de la chimenea y se puso a hablar del tiempo.
El pastor no decía nada. Juan, tras intentar en vano mantener la conversación un rato, se calló también. Ambos se quedaron en silencio, contemplando el fuego por un tiempo. En ese momento se levantó el pastor, y con ayuda de una rama que aún no había llegado a arder, apartó una brasa y la colocó lejos del fuego.
La brasa, al no tener suficiente calor para seguir ardiendo, empezó a apagarse. Juan, con gran rapidez, la tiró de nuevo.
–Buenas noches –dijo el pastor, levantándose para marcharse.
–Buenas noches y muchas gracias –respondió Juan–. La brasa lejos del fuego, por muy brillante que sea, acaba apagándose rápidamente. “El hombre lejos de sus semejantes, por muy inteligente que sea, no conseguirá conservar su calor y su llama. El domingo que viene volveré a la iglesia”.

La ratonera

Con gran preocupación vio el ratón que el dueño de la hacienda había comprado una ratonera: ¡había decidido matarlo!
Comenzó a alertar a todos los otros animales:
–¡Cuidado con la ratonera! ¡Cuidado con la ratonera!
La gallina, al oír los gritos, le dijo que se callara:
–Mi querido ratón, sé que para ti eso es un problema, pero a mí no me puede afectar. Así que no armes tanto escándalo.
El ratón fue a hablar con el cerdo, que, al ver su sueño interrumpido, se sintió molesto.
–¡Hay una ratonera en la casa!
–Entiendo tu preocupación, y me solidarizo contigo –respondió el cerdo–. Por lo tanto, te prometo que te tendré presente en mis oraciones esta noche; más no puedo hacer por ti.
Más solitario que nunca, el ratón fue a pedir ayuda a la vaca.
–Mi querido ratón, ¿qué tengo yo que ver con eso? ¿Has visto alguna vez que una vaca haya muerto en una ratonera?
Al ver que no conseguía la solidaridad de nadie, el ratón volvió a su casa de la hacienda, se escondió en su agujero, y se pasó la noche entera en vela, con miedo de que le sucediese una tragedia.
Durante la madrugada, se oyó un barullo: ¡la ratonera acababa de atrapar algo!
La mujer del hacendado bajó a ver si había muerto el ratón. Como estaba oscuro, no vio que lo que había caído en la trampa era una serpiente venenosa. Cuando se acercó, la serpiente la mordió.
El hacendado, al oír los gritos de la mujer, se levantó y la llevó al hospital. Allí recibió tratamiento, y después volvió a casa.Sin embargo, seguía con fiebre. Como sabía que no hay mejor remedio para el enfermo que un buen caldo, mató a la gallina.
La mujer empezó a recuperarse, y como los dos eran muy queridos en la región, los vecinos acudieron a visitarlos. Ante tal demostración de cariño, el hacendado, agradecido, sacrificó al cerdo para ofrecer una comida.
Finalmente, la mujer terminó de recuperarse, pero los costes del tratamiento eran muy altos. El hacendado tuvo que llevar su vaca al matadero para pagar, con el dinero recaudado con la venta de la carne, todos los gastos.
El ratón, testigo de todo aquello, no dejaba de pensar: “Y bien que se lo advertí. ¿No habría sido mejor si la gallina, el cerdo y la vaca hubiesen comprendido que el problema de uno de nosotros nos pone a todos en peligro?”. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 19 de junio de 2016

Historias muy breves: En diferentes ámbitos

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

El Señor, en los cielos, tiene un hilo que lo une con todos y cada uno de nosotros. Cuando yerras, este hilo se corta, y el Señor hace un nudo.

Los dos bolsillos

Decía el rabino Bunam a sus discípulos: Todo el mundo ha de tener dos bolsillos, y en cada uno, una nota. En una, estará escrito: “Dios creó el mundo para que yo pudiese admirarlo”.
En la otra: “Apenas soy polvo y cenizas”.

Adiós (Richard Marius)

Durante las atrocidades que acompañaron a la revolución bolchevique, miles de personas fueron apresadas, maltratadas, desnudadas y ejecutadas de un tiro en la nuca. Cuenta un testimonio: “En el momento más trágico de nuestras vidas tenemos la imperiosa necesidad de no sentirnos solos. Por eso, la mayoría de las víctimas pedía despedirse, y al no haber nadie cerca, abrazaban a sus verdugos y se despedían de ellos”.

El motivo de estar aquí

El hombre caminó por la calle principal de su ciudad. Vio mendigos, tullidos y pordioseros. Incapaz de seguir conviviendo con tanta miseria, clamó al cielo: “Dios, ¿cómo puedes amar tanto al hombre y al mismo tiempo no hacer nada por los que sufren?”.
Entonces oyó una voz: “He hecho algo por ellos. Te he hecho a ti”.

Más cerca de Dios (anónimo)

Una de las más desconcertantes –y deliciosas– enseñanzas del maestro era: “Dios está más cerca de los pecadores que de los santos”.
Y lo explicaba de la siguiente manera: “El Señor, en los cielos, tiene un hilo que lo une con todos y cada uno de nosotros. Cuando yerras, este hilo se corta, y el Señor hace un nudo. Cuantos más pecados cometes, más nudos tiene la cuerda, que así se acorta y se acorta, acercándote a su misericordia”.

El vicio (tradición jasídica)

Un estudiante conversaba con otro, cuando entró el rabino Pinchas. Este, curioso, quiso saber de qué hablaban:
Rabino, estamos preocupados por los vicios que nos pueden perseguir.
No os preocupéis por eso –respondió Pinchas–. En la juventud, es el hombre quien persigue los vicios.

Administrando las plantas

Un hombre que se enorgullecía mucho de su jardín, vio con desconsuelo cómo un día lo invadía una plaga de dientes de león. Por más que lo intentaba, no conseguía deshacerse de ellos. Desesperado, escribió al Departamento de Agricultura Local: “¿Qué debo hacer?”.
Después de un largo tiempo recibió la respuesta: “Le sugerimos que aprenda a amarlos”.

Ten piedad de mi alma

Un rey que tiranizaba a su pueblo con impuestos, represión y censura, recibió la visita de un hombre santo. “Haz una oración por mí y por mi reino, pidiendo a Dios que tenga piedad de todos”, exigió el rey.
El hombre santo rezó: “Señor Misericordioso, quítale la vida a este hombre”.
El rey se enfureció: “¿Qué locura de oración es esa?”.
“Es lo mejor que podría suceder. Para su majestad, porque no cometeréis más pecados, y para el pueblo, porque se librará de muchas injusticias”. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 5 de junio de 2016

La condición humana: Historias muy cercanas

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Quieren siempre lo contrario de lo que siempre anhelaron: tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.

Las señales de Dios

Isabelita me cuenta la siguiente leyenda:
Un viejo árabe analfabeto rezaba todas las noches con tanto fervor, que el adinerado jefe de la gran caravana resolvió llamarlo:
–¿Por qué oras con tanta fe? ¿Cómo sabes que Dios existe, si ni siquiera sabes leer?
–Sí sé leer, señor. Leo todo lo que escribe el Gran Padre Celeste.
–¿Cómo así?
El humilde siervo se explicó:
–Cuando recibís una carta de alguien ausente, ¿cómo reconocéis a quien escribe?
–Por la letra.
–Cuando os regalan una joya, ¿cómo sabéis quién la hizo?
–Por la marca del orfebre.
–Cuando oís pasos de animales alrededor de la tienda, ¿cómo sabéis si se trata de un carnero, un caballo, un buey?
–Por las huellas –respondió el jefe, sorprendido ante aquel interrogatorio.
El viejo devoto lo invitó a salir de la tienda y le mostró el cielo.
–Señor, aquellas cosas escritas allá arriba, este desierto aquí abajo, nada de eso podría haber sido diseñado ni escrito por la mano del hombre.

Lo más divertido del hombre

Un discípulo dijo a Hejazi:
–Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos.
Hejazi le contestó:
–Quieren siempre lo contrario de lo que siempre anhelaron: tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida. Se dejan la salud para tener dinero, y luego se dejan el dinero para tener salud.
–Piensan con tal ansiedad en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro.
–Viven como si jamás fuesen a morir, y mueren como si jamás hubiesen vivido.

¿Quién sigue queriendo este billete?

Cassan Said Amer cuenta la historia de un conferenciante que comenzó un seminario mostrando un billete de 20 dólares y preguntando:
¿Quién quiere este billete de 20 dólares?
Se levantaron varias manos, pero el conferenciante dijo:
–Antes de dárselo, debo hacer una cosa.
Lo arrugó con furia, y volvió a decir:
–¿Quién sigue queriendo este billete?
Las manos seguían alzadas.
–¿Y si hiciera esto?
Lo tiró contra la pared, lo dejó caer al suelo, lo maldijo, lo pisoteó, y una vez más, mostró el billete, ahora sucio y arrugado. Repitió la pregunta, y las manos siguieron levantadas.
–No olviden nunca esta escena –dijo el conferenciante–. Haga lo que haga con este dinero, continúa siendo un billete de 20 dólares. A menudo en la vida nos arrugan, nos pisan, nos maltratan, nos injurian; sin embargo, a pesar de ello, siempre seguimos valiendo lo mismo. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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