Por Paulo Coelho
El Alquimista
Viajar y cambiar
“Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres”.
Durante mi traslado a un departamento nuevo, descubrí una serie de notas de conversaciones mías con J., miembro de la orden R.A.M., una pequeña cofradía que estudia la tradición oral y el lenguaje simbólico del mundo. Dedicaré las próximas cinco columnas a describir algunos de nuestros encuentros (entre 1982-1986). Transformé los textos en diálogos para su mejor comprensión, así que las palabras de J. no son exactamente las que él usó, aun cuando el contenido sea absolutamente fiel a lo que oí.
Comencé con una conversación, cuando él insistía para que hiciese el Camino de Santiago.
P. Coelho: Dices que hacer el C. de Santiago es importante. Para hacerlo, necesito abandonar todo durante algún tiempo: familia, empleo, proyectos. Y no sé si encontraré lo mismo a mi regreso.
J.: Espero que no la encuentres
P.C.: Entonces, ¿debo arriesgarme a perder todo lo que he
conseguido.
J.: ¿Perder qué? Un hombre solo puede ganar o perder su alma: aparte de la vida, no posee nada más. No importan las vidas pasadas o futuras, por el momento estás viviendo esta, y debes hacerlo con comprensión silenciosa, alegría y entusiasmo.
P.C.: Tengo una mujer que amo.
J.: (Riendo) Esta es siempre la disculpa más común, y la más tonta posible. El amor nunca impidió a un hombre seguir sus sueños. Si ella realmente te ama, deseará lo mejor para ti. Además, no tienes una mujer que amas; ella no es tuya. Lo que es tuyo es la energía del amor que proyectas hacia ella. Puedes seguir haciendo eso en cualquier otro lugar.
P.C.: ¿Y si no tuviera dinero para hacer la peregrinación?
J.: Viajar no es siempre una cuestión de dinero, sino de valor. Pasaste gran parte de tu vida recorriendo el mundo como hippie; ¿qué dinero tenías, entonces? Ninguno. Apenas alcanzaba para pagar el pasaje, e incluso así pienso que fueron algunos de los mejores años de tu vida, comiendo mal, durmiendo en estaciones ferroviarias, sin poderte comunicar por causa del idioma, obligado a depender de los otros hasta para descubrir un refugio nocturno.
Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más amenos. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas –y no me refiero al turismo, sino a la experiencia solitaria de viaje– cuatro cosas importantes suceden:
Estás en un lugar diferente Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al inicio da miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuantas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
Porque la soledad puede ser muy grande y opresora Estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra si estuvieras en tu casa, como camareros de restaurantes, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús.
Pasas a depender de los otros Conseguir hotel, comprar algo, saber cómo tomar el próximo tren. Descubres que no hay nada malo en depender de los otros sino que es una bendición.
Estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo Yo, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas. (continúa la próxima semana).
Texto retirado de: La Revista
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