Por Paulo Coelho
El Alquimista
Trabajar, trabajar
“Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”.
Manuel necesita estar ocupado. De lo contrario, tiene la sensación de que su vida no tiene sentido, de que está perdiendo el tiempo, de que la sociedad no lo necesita, nadie lo quiere. Por eso, en cuanto se levanta, tiene una serie de tareas: ver las noticias en televisión (quizás sucedió algo durante la noche), leer el periódico (quizá sucedió algo ayer), pedir a su mujer que se encargue de que los niños no lleguen tarde a la escuela, coger el coche, un taxi, el metro, pero siempre concentrado, mirando al vacío, mirando su reloj, si puede ser haciendo algunas llamadas en su teléfono móvil, y asegurándose de que la gente vea que es un hombre importante.
Manuel llega al trabajo, se inclina sobre los papeles que lo esperan. Si es funcionario, hará lo posible para que el jefe vea que ha llegado a la hora. Si es jefe, pondrá a todos a trabajar inmediatamente; si no existen tareas importantes, Manuel se encargará de desarrollarlas, crearlas, establecer nuevas líneas de acción.
Manuel va a almorzar, pero nunca solo. Si es jefe, se sentará con los amigos, hablará mal de los competidores, se guardará siempre un as en la manga, se quejará (no sin cierto orgullo) del exceso de trabajo. Si Manuel es funcionario, también se sentará con los amigos, se quejará del jefe, dirá que está haciendo muchas horas extra, afirmará en un tono desesperado (y con mucho orgullo) que hay varias cosas en la empresa que dependen de él. Manuel, jefe o empleado, trabaja toda la tarde. Mira el reloj, se acerca la hora de volver a casa, pero queda aquí un detalle por resolver. Es un hombre honesto, quiere ganarse su sueldo, cumplir las expectativas de los demás, los sueños de sus padres, que tanto se esforzaron para proporcionarle la educación necesaria.
Finalmente vuelve a casa. Toma un baño, se pone una ropa más cómoda, come con su familia. Pregunta por los deberes de los hijos, las actividades de la mujer. De vez en cuando habla de su trabajo, solo para servir de ejemplo, pues no acostumbra a traerse las preocupaciones a casa. Terminada la cena, los hijos se levantan de la mesa y se sientan delante del ordenador. Manuel, a su vez, se sienta también delante de aquel viejo aparato de su infancia, llamado televisión. De nuevo ve las noticias (quizás haya sucedido algo durante la tarde).
Va a acostarse, siempre con un libro técnico en la mesa de cabecera. Tanto si es jefe como empleado, sabe que la competencia es grande y que el que no se actualiza corre el riesgo de perder su empleo. Habla un poco con su mujer, a fin de cuentas, es un hombre agradable, cariñoso, que cuida de su familia. El sueño viene enseguida, Manuel se duerme, sabiendo que al día siguiente estará muy ocupado y hay que reponer fuerzas. Esa noche, Manuel tiene un sueño. Un ángel le pregunta: “¿por qué haces esto?” Él responde que es un hombre responsable.
El ángel continúa: “¿serías capaz de, al menos durante quince minutos al día, parar un poco, mirar el mundo, mirarte a ti mismo, y simplemente no hacer nada?” Manuel dice que le encantaría, pero no tiene tiempo para eso. “Lo que me dices no es verdad”, dice el ángel. “Todo el mundo tiene tiempo para eso, lo que falta es valor. Trabajar es una bendición cuando nos ayuda a pensar en lo que estamos haciendo. Pero se convierte en una maldición cuando su única utilidad es evitar que pensemos en el sentido de nuestra vida”.
Manuel se despierta en mitad de la noche, envuelto en sudor frío. ¿Valor? ¿Cómo es posible que un hombre que se sacrifica por los suyos no tenga el valor de parar quince minutos? Más vale volver a dormirse, todo esto no es más que un sueño, estas preguntas no conducen a ninguna parte, y mañana voy a estar muy, muy ocupado.
Texto retirado de: La Revista
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