Por Paulo Coelho
El Alquimista
El ateo y el oso
Sería hipócrita por mi parte cambiar de idea solo porque estoy a punto de morir: Durante toda mi vida enseñé que no existías, y debo ser fiel a mis convicciones hasta el final.
Una amiga, Cristina Martins, me envía la siguiente historia: Un ateo estaba paseando por un bosque, admirando todo lo que aquel “accidente de la evolución” había creado.
“¡Pero qué árboles más majestuosos, qué poderosos ríos, qué bellos animales! ¡Y todo esto ha sucedido por casualidad, sin ninguna interferencia de nadie! ¡Solo las personas débiles e ignorantes, por miedo a no conseguir explicar sus propias vidas y el universo, tienen la necesidad de atribuir a una entidad superior toda esta maravilla!”
Cuando caminaba a lo largo del río, oyó un ruido en los arbustos que dejaba atrás. Se dio la vuelta para mirar, y vio a un corpulento oso, de dos metros de altura, que avanzaba hacia él. Sin pensarlo dos veces, echó a correr tan rápidamente como pudo; pero a medida que iba perdiendo el aliento, el oso se aproximaba cada vez más. Intentó aumentar su velocidad pero le fue imposible, y terminó tropezando y cayendo.
Rodó por el suelo e intentó levantarse, pero el oso ya estaba encima de él, sujetando su cuerpo con las garras afiladas: era el final de su vida.
Fue entonces que, en ese preciso momento en que no tenía ya nada más para perder, el ateo gritó al cielo: -¡Dios mío!
Y un milagro aconteció inmediatamente: el tiempo se detuvo, el oso se quedó sin reacción, el bosque se sumergió en silencio y hasta el río cesó de fluir. Poco a poco el ambiente comenzó a iluminarse y se escuchó una voz generosa que decía: -¿Qué es lo que quieres? Negaste mi existencia durante todos estos años, enseñaste a otros que Yo no existía y redujiste la Creación a un “accidente cósmico”. Consideraste que el mundo era una combinación de azar y necesidad, que las teorías científicas bastaban para explicarlo todo y que la religión era solamente una manera de engañar al pueblo. ¿Y ahora que estás en un apuro, recurres a Mí? Si Yo te ayudo, ¿cambiarás de idea?
El ateo respondió, mirando confuso hacia la luz que lo envolvía todo: -Sería hipócrita por mi parte cambiar de idea solo porque estoy a punto de morir. Durante toda mi vida enseñé que no existías, y debo ser fiel a mis convicciones hasta el final.
Y Dios preguntó: -Entonces, ¿qué esperas que haga?
El ateo reflexionó un poco, sabiendo que aquella discusión no podría durar para siempre. Finalmente dijo: -No puedo cambiar, pero el oso sí. Por lo tanto, os pido que transforméis a este animal salvaje, asesino, en un animal cristiano.
-Así lo haré-. Y en ese instante la luz desapareció, los pájaros del bosque volvieron a cantar y el río volvió a correr.
El oso salió de encima del hombre, hizo una pausa, bajó la cabeza y dijo, compenetrado:
-Señor, quiero agradecer Tu generosidad por este alimento que voy a comer...
Chuang Tzu y la mariposa
El gran maestro taoísta Chuang Tzu, después de caminar mucho durante un día soleado se acostó debajo de una morera y cayó en un profundo sueño.
Comenzó a soñar que era una mariposa, paseando por los campos que acababa de recorrer, viendo las mismas cosas que había visto aquel día.
Se despertó de repente y se dijo a sí mismo: “Estoy ante el problema filosófico más complicado de mi vida. ¿Quién soy yo? ¿Soy un hombre que soñó que era una mariposa? ¿O soy una mariposa soñando que se transformó en un hombre?”.
Dibujo de:
Texto retirado de: La Revista
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