Por Paulo Coelho
El Alquimista
“La sociedad que hoy limita el comportamiento sexual al dictado por el estereotipo, sin respetar las diferencias individuales...”.
En mayo del 2002, horas antes de poner el punto final de mi último libro, fui a la Gruta de Lourdes (Francia) para llenar algunos galones de agua milagrosa. En la catedral un señor de unos 70 años me dijo: “¿Sabía que se parece a Paulo Coelho?”. Soy el mismo, contesté.
Habló de la importancia de mis libros en su vida, concluyendo: “Sus historias me hacen soñar”.
Ya he escuchado esta frase varias veces, y siempre me deja contento. En aquella ocasión, sin embargo, me quedé muy asustado, pues sabía que Once minutos hablaba de un asunto delicado, chocante: el recorrido de una prostituta en busca del encuentro con su alma. En aquel instante decidí dedicar el libro a este señor, Maurice Gravelines.
Algunos libros nos hacen soñar, otros nos traen a la realidad, pero ninguno puede huir de lo que es más importante para un autor: la honestidad en lo que escribe.
Escribir sobre sexo, para mí, era un desafío que me acompañaba desde mi juventud, cuando la revolución hippy creó una serie de nuevos comportamientos a este respecto, a veces yendo hasta el límite del sentido común. Después de estos años locos, pasamos por un periodo conservador, por la llegada de las enfermedades mortales, por aquella pregunta que siempre regresaba: “Pero, ¿el sexo es realmente tan importante?”.
Vivimos en un mundo de comportamientos estereotipados: estereotipo de belleza, de calidad, de inteligencia, de eficiencia. Creemos que existe un modelo para todo, y nos da la sensación de que, siguiendo estos modelos, estaremos seguros.
Y por esta causa, establecemos un “estereotipo del sexo”, que en realidad está compuesto por una serie de mentiras: orgasmo vaginal, virilidad por encima de todo, mejor fingir que dejar al otro decepcionado. Como consecuencia directa, este tipo de actitud ha dejado a millones de personas frustradas, infelices, con sentimiento de culpa.
Y ha provocado todo tipo de aberraciones. ¿Por qué nos comportamos de esta manera con algo tan importante?
De la misma manera que un autor no sabe nunca la trayectoria que recorrerá con sus libros –y por eso permite que sus textos caminen hacia direcciones inesperadas– también necesitamos vivir nuestras contradicciones, principalmente en áreas tan sensibles como el sexo y el amor. El hombre que quiere seguir un estereotipo constantemente se verá obligado a pensar hoy lo mismo que pensaba ayer, y a usar siempre la corbata a juego con los calcetines. ¿Puede haber algo más aburrido que eso?
La sociedad que hoy limita el comportamiento sexual al dictado por el estereotipo, sin respetar las diferencias individuales, debe intentar acordarse de uno de los más bellos poemas que se han escrito sobre la naturaleza humana, el himno a Isis descubierto en Nag Hammadi:
Porque yo soy la primera y la última
Yo soy la venerada y la despreciada
Yo soy la prostituta y la santa
Yo soy la esposa y la virgen
Yo soy la madre y la hija
Yo soy los brazos de mi madre
Yo soy la estéril, y numerosos son mis hijos
Yo soy también la bien casada y la soltera
Yo soy la que da a luz y la que jamás procreó
Yo soy la esposa y el esposo
Y fue en el vientre de mi hombre donde me engendré
Yo soy la madre de mi padre
Soy la hermana de mi marido
Y él es mi hijo rechazado
Respetadme siempre porque yo soy la escandalosa y la discreta.
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