Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“El verdadero mérito lo tiene quien se equivoca, quien falla, pero poco a poco va acertando, porque no existe esfuerzo sin error. Este conoce el gran entusiasmo, la gran devoción, y está gastando su energía en algo que merece la pena...”.
Recorriendo el Camino de Santiago veinte años después, paro en Villafranca del Bierzo. Allí, una de las figuras más emblemáticas del recorrido, Jesús Jato, construyó un refugio para peregrinos. Vinieron las personas de la aldea, y pensando que Jato era un brujo, incendiaron el lugar; él no se dejó intimidar y junto a Mari Carmen, su mujer, recomenzó todo –el lugar pasó a llamarse ave Fénix, el pájaro que renace de las cenizas.
Se encuentran siete personas en el ave Fénix y Jato les cuenta un episodio que me ocurrió en 1986.
–Un cura del lugar pasó por aquí avisando que un peregrino había pasado por Villafranca aquella mañana y no había llegado a Cebreiro (la próxima etapa), encontrándose sin duda perdido en el bosque –dice Jato–. Fui a buscarlo y solo lo encontré a las dos de la tarde, durmiendo en una caverna. Era Paulo; al despertarlo, él se quejó: “¿Es que no voy a poder dormir ni siquiera una hora en este camino?”. Le expliqué que había dormido tan solo una hora; llevaba allí más de un día.
Lo recuerdo como si fuese hoy: me sentía cansado y deprimido, decidí parar un poco, descubrí la caverna y me tumbé en el suelo. Cuando abrí los ojos y vi a este tipo, estaba seguro de que no habían pasado más que minutos, porque ni siquiera había cambiado de postura. Aún no me puedo explicar cómo ocurrió tal cosa, y tampoco busco explicaciones.
Todos bebemos la queimada (bebida celta), acompañando a Jato en sus “¡uuuh!” mientras él pronuncia los versos ancestrales. Al final, una de los acompañantes (una canadiense) me dice: No soy de las personas que van buscando tumbas de santos, ríos sagrados o lugares donde ha habido milagros o apariciones. Para mí, peregrinar es celebrar. Ambos murieron pronto de un ataque al corazón, y yo tal vez sea propensa a eso.
«Entonces, como puedo partir pronto de esta vida, necesito conocer todo lo que pueda y tener toda la alegría que merezco.
«Cuando mi madre murió, me prometí a mí misma alegrarme siempre que el sol naciese de nuevo cada mañana. Mirar hacia el futuro, pero nunca sacrificar el presente por esta razón. Cuando el amor se cruzase en mi camino, aceptarlo siempre. Vivir cada minuto, y jamás dejar para más tarde lo que pudiera alegrarme.
Me acuerdo de 1986, cuando también lo dejé todo de lado para seguir este recorrido que acabó cambiándome la vida. En esa época, mucha gente me criticó, diciendo que era una locura –apenas mi mujer me dio apoyo–. La canadiense me dice que a ella le ocurrió lo mismo, y me alarga un texto que lleva consigo: –Es parte de un discurso que el presidente Theodore Roosevelt pronunció en la Sorbona de París en 1910.
El papel dice: «El crítico no cuenta absolutamente nada: todo lo que hace es señalar con dedo acusador cuando el fuerte sufre una caída, o cuando quien está haciendo algo comete un error. El verdadero mérito lo tiene aquel que está en la arena, con el rostro sucio de polvo, sudor y sangre, luchando con valentía.
«El verdadero mérito lo tiene quien se equivoca, quien falla, pero poco a poco va acertando, porque no existe esfuerzo sin error. Este conoce el gran entusiasmo, la gran devoción, y está gastando su energía en algo que merece la pena. Este es el verdadero hombre, que en la mejor de las hipótesis conocerá la victoria y la conquista, y en la peor caerá; pero incluso en su caída será grande, porque habrá vivido con valor, y habrá estado por encima de todas aquellas almas mezquinas que nunca conocieron victorias ni derrotas».
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