Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Ahora caminamos con nuestros dos bastones, disfrutando del mundo a nuestro alrededor, sintiendo la alegría de ver cuánto exigimos a nuestro cuerpo, cómo lo movemos, lo equilibramos”.
En el otoño del 2003 estaba paseando en plena noche por el centro de Estocolmo, cuando vi a una señora que caminaba ayudándose con bastones de esquiar.
Mi primera reacción fue atribuir aquello a alguna lesión que había sufrido, pero me di cuenta de que andaba deprisa, con movimientos acompasados, como si estuviera en mitad de la nieve; solo que todo a nuestro alrededor era el asfalto de las calles.
De vuelta en el hotel, le comenté el hecho a mi editor. Él dijo que el loco era yo: lo que había visto era un tipo de ejercicio conocido como Caminata nórdica (nordic walking). Según él, además de los movimientos de las piernas, se trabajan de este modo también los brazos, los hombros, los músculos de la espalda, es un ejercicio mucho más completo.
Mi intención al caminar es poder reflexionar, pensar, ver las maravillas que hay a mi alrededor, conversar con mi mujer mientras paseamos. Me pareció interesante el comentario de mi editor, pero no le presté mayor atención.
Un día decidí comprar un par de bastones. ¡Fue un descubrimiento fantástico! Subimos y bajamos una montaña, sintiendo que verdaderamente todo el cuerpo estaba en movimiento, que el equilibrio era mejor, y que nos cansábamos menos. Caminamos el doble de la distancia que siempre cubríamos en una hora.
Mi mujer entró en internet y descubrió que quemaba un 46% más de calorías que en una caminata normal.
No sé qué es lo que me empujó a entrar en la página sobre las reglas. A medida que iba leyendo, me horrorizaba: ¡lo estaba haciendo todo mal! Mis bastones tenían que estar regulados a una altura mayor, tenían que obedecer determinado ritmo y ángulo de apoyo, el movimiento del hombro era complejo, existía una manera diferente de usar el codo, todo seguía preceptos rígidos, técnicos, exactos.
Imprimí todas las páginas. Al día siguiente, y los que siguieron, intenté hacer exactamente aquello que mandaban los especialistas. La caminata empezó a perder interés, ya no veía las maravillas a mi alrededor, conversaba poco con mi mujer, no conseguía pensar en nada más que las reglas. Al cabo de una semana, me hice una pregunta: ¿por qué estoy aprendiendo todo esto?
Mi objetivo no es hacer gimnasia. No creo que las personas que empezaron a hacer su “caminata nórdica” pensaran en nada más que en el placer de andar, de aumentar el equilibrio y mover todo el cuerpo. Intuitivamente sabíamos cuál era la altura ideal del bastón, como también intuitivamente podíamos deducir que cuanto más cerca estuviesen del cuerpo, mejor y más sencillo sería el movimiento. Pero ahora, por culpa de las reglas, había dejado de concentrarme en las cosas que me gustan, y estaba más preocupado por perder calorías, mover los músculos y usar cierta parte de la columna.
Decidí olvidar todo lo que había aprendido. Ahora caminamos con nuestros dos bastones, disfrutando del mundo a nuestro alrededor, sintiendo la alegría de ver cuánto exigimos a nuestro cuerpo, cómo lo movemos, lo equilibramos. Y si quisiera hacer gimnasia en lugar de “meditación en movimiento”, me buscaría una academia. De momento, estoy satisfecho con mi “caminata nórdica” relajada, instintiva, aunque quizá no esté perdiendo un 46% más de calorías.
No sé por qué el ser humano tiene esta manía de ponerle reglas a todo.
Texto retirado de: La Revista
Texto retirado de: La Revista
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