Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Vivir es cambiar, y las estaciones nos repiten esta misma lección todos los años. Cambiar significa pasar por un periodo de depresión: todavía no conocemos lo nuevo, y tenemos que olvidar todo aquello a lo que estábamos acostumbrados”.
El grito no vale
El hombre decidió partir en busca de Dios. Y fue tras los pasos de los maestros, quienes decían conocer profundamente las razones por las cuales el universo había sido creado, y prometían explicar qué era lo que Dios quería de la humanidad.
-Pero, ¿quién se lo enseñó? –preguntaba él a los maestros–. ¿Fue el propio Dios?
Los maestros decían muchas palabras bonitas pero no conseguían definir exactamente quién les enseñó todo lo que proclamaban a los cuatro vientos. Por eso, después de algunos días de aprendizaje aquí y allá, el hombre siguió su camino.
En su peregrinaje llegó a un valle donde los campesinos afirmaban que en una montaña cercana, Dios hablaba con todo aquel que se acercase.
Y el hombre se dirigió a la montaña. Esperó allí durante tres días, haciendo ayuno y rezando, pero Dios no se le acercó. Al cuarto día, ya desesperado, gritó:
-¿Dónde estás?
El eco respondió:
-¿Dónde estás?
Y, a partir de aquel momento, el hombre comprendió que Dios le hacía la misma pregunta, y que también lo estaba buscando.
La cultura y la contemplación
La tradición sufí nos cuenta la historia de un filósofo que cruzaba un río en barco. Durante la travesía, intentaba mostrar su sabiduría al barquero.
-¿Conoces los textos de Horbiger?
-No –respondió el barquero–. Pero conozco lo que la naturaleza me enseñó para desempeñar bien mi trabajo.
-¡Pues has de saber que has desperdiciado media vida!
En mitad del río, el barco chocó con una piedra y naufragó. El barquero empezó a nadar hacia una de las orillas, cuando vio que el filósofo se estaba ahogando.
-¡No sé nadar! –gritó este desesperado-. ¡Yo te dije que habías perdido media vida por no conocer a Horbiger, y ahora yo pierdo mi vida entera por no entender algo tan simple como las corrientes de un río!
El día y la noche
El maestro reunió a sus discípulos y les preguntó cómo se podía saber la hora exacta en que termina la noche.
-Cuando podemos ver el primer destello del sol –respondieron todos.
-En absoluto. La noche termina cuando podemos mirar al rostro de nuestro hermano y ver en él a nuestro prójimo. Cuando podemos levantarnos de la cama sin ningún remordimiento de lo que hicimos el día anterior. Cuando podemos decirnos a nosotros mismos que siempre actuaremos de acuerdo a la voluntad de Dios, cueste lo que cueste.
“Mientras no podamos hacer eso, seguirá siendo de noche, por mucho que brille el sol afuera”.
Zhuang Zi habla de la naturaleza
Cuando llega el invierno, los árboles deben de suspirar de tristeza al ver cómo caen sus hojas.
Dicen: “Jamás volveremos a ser como antes”.
Claro que no. De otro modo, ¿cuál sería el sentido de la renovación? Las siguientes hojas tendrán su propia personalidad, pertenecen a un nuevo verano que se acerca, y que nunca podrá ser igual al que pasó.
Vivir es cambiar, y las estaciones nos repiten esta misma lección todos los años. Cambiar significa pasar por un periodo de depresión: todavía no conocemos lo nuevo, y tenemos que olvidar todo aquello a lo que estábamos acostumbrados. Pero si tenemos un poco de paciencia, la primavera siempre llega y olvidamos el invierno de nuestra desesperación.
Cambio y renovación son leyes de vida. Es bueno acostumbrarse a ellas y no sufrir por cosas que solo existen para traernos alegrías.
Texto retirado de: La Revista
Texto retirado de: La Revista
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