Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Tened piedad de los que comen y beben y se hartan, pero son infelices y solitarios en su hartazgo. Pero tened más piedad aún de los que ayunan, censuran, prohíben y se sienten santos y van a predicar Tu nombre por las plazas”.
En determinado momento de mi peregrinación llegamos a un campo de trigo liso y monótono. Lo único que rompía el tedio del paisaje era una columna medieval sobre la cual una cruz señalaba el camino de los peregrinos. Cuando llegamos, Petrus –mi guía– dejó caer su mochila y se arrodilló, pidiéndome que yo hiciese lo mismo.
– Vamos a rezar para que, si consigues encontrar la espada, la sostengas siempre con mano firme.
Petrus dijo que admiraba mucho al poeta brasileño Vinicius de Moraes y que deseaba hacer una oración tomando como base su poesía. Entonces comenzó:
“Tened piedad de los que tienen piedad de sí mismos y se consideran buenos e injustamente tratados por la vida, porque no merecían lo que les sucedió, pues estos jamás conseguirán sostener el Buen Combate. Y tened piedad de los que son crueles consigo mismos y solo ven maldad en sus propios actos, y se consideran culpables por las injusticias del mundo. Porque estos no conocen Tu ley que dice: “Hasta los hilos de tu cabeza están contados”.
“Tened piedad de los que mandan y de los que sirven muchas horas de trabajo y se sacrifican a cambio de un domingo, cuando está todo cerrado y no existe lugar a donde ir. Pero tened piedad de los que santifican su obra y traspasan los límites de su propia locura y terminan endeudados o clavados en la cruz por sus propios hermanos. Porque estos no conocerán Tu ley que dice: “Sed prudentes como las serpientes y simples como las palomas”
“Tened piedad de los que comen, y beben y se hartan, pero son infelices y solitarios en su hartazgo. Pero tened más piedad aún de los que ayunan, censuran, prohíben y se sienten santos y van a predicar Tu nombre por las plazas. Porque estos no conocen Tu ley que dice: “Si yo testifico respecto a mí mismo, mi testimonio no es verdadero”.
“Tened piedad de los que temen la Muerte y desconocen los muchos reinos que recorrieron y las muchas muertes que ya murieron y son infelices porque piensan que todo acabará un día. Pero tened más piedad de los que ya conocieron sus muchas muertes y hoy se juzgan inmortales porque desconocen Tu ley que dice: “Quien no nazca de nuevo, no podrá ver el Reino de Dios”.
“Tenedla de los que no creen en nada, porque ellos nunca oirán la música de las esferas. Pero tenedla más aún de los que poseen la fe ciega y en los laboratorios transforman mercurio en oro, y están rodeados de libros sobre los secretos del Tarot y el poder de las pirámides. Porque estos no conocen Tu ley que dice: “Es de los niños el reino de los cielos”.
“Tened piedad de los que no ven a nadie más allá de sí mismos, encerrados en sus limusinas, que se fortifican en despachos refrigerados en el último piso y sufren en silencio la soledad del poder. Pero tened también piedad de los que fueron pródigos en todo y son cariñosos y procuran vencer el mal solamente con amor, porque estos desconocen Tu ley que dice: “Quien no tenga espada, que venda su capa y compre una”.
Tened piedad de nosotros, Señor. Porque muchas veces pensamos que estamos vestidos y estamos desnudos, pensamos que cometemos un crimen y en verdad salvamos a alguien. No os olvidéis en vuestra piedad que desenvainamos la espada con la mano de un ángel y la mano de un demonio sosteniendo el mismo puño. Porque estamos en el mundo, continuamos en el mundo y Te necesitamos. Necesitamos siempre Tu ley que dice: “Cuando os mandé sin bolsa, sin alforjas y sin sandalias, nada os faltó”.
Petrus paró de rezar. El silencio continuaba. Él estaba mirando fijamente el campo de trigo que nos rodeaba.
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