Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Tenemos que tratar de construir un mundo mejor para los demás: nuestra desesperación interior va a disminuir, y nuestra vida pasará a tener más sentido. Convivir con personas alegres lo hará todo más fácil para nosotros mismos”.
Un cuento de
Khalil Gibran
Paseaba por los jardines de una residencia psiquiátrica cuando encontré a un muchacho que leía un libro de filosofía. Por su actitud y por la salud que aparentaba, contrastaba con el resto de los internos. Me senté a su lado y le pregunté:
–¿Qué haces aquí?
Él me miró sorprendido. Pero viendo que yo no era uno de los médicos, respondió:
–Es muy sencillo: mi padre, un brillante abogado, quería que fuese como él. A mi tío, dueño de un gran establecimiento comercial, le hubiera gustado que siguiese su ejemplo. Mi madre deseaba que fuese la viva imagen de su adorado padre. Mi hermana siempre me daba como ejemplo de hombre triunfador el caso de su propio marido. Mi hermano hacía lo posible por entrenarme para convertirme en un excelente atleta como él.
»Y lo mismo ocurría con mis profesores en la escuela, con el maestro de piano o con el instructor de inglés: todos estaban plenamente convencidos de que eran el mejor ejemplo de vida que podían darme. Nadie me miraba como se debe mirar a una persona, sino como si se mirasen en un espejo.
»Por consiguiente, decidí internarme en esta residencia. Por lo menos aquí puedo ser yo mismo.
Los hechos
Alguien le comentó a William James, filósofo y psicólogo americano: –Tú eres la única persona feliz que conozco: llevas siempre una sonrisa en los labios, incluso en medio de las circunstancias más adversas.
–Yo no sonrío todo el tiempo porque sea feliz –respondió William James–. Yo soy feliz porque sonrío todo el tiempo.
Un rey persa le preguntó a Saadi de Xiras:
–En tus viajes por las ciudades de mi país, ¿sueles pensar en mí y en mis obras?
–¡Oh, rey! Yo pienso en ti siempre que me olvido de Dios, fue la respuesta del sabio.
La sabiduría persa: La reflexión
Del monje trapense Thomas Merton (en Cuestiones abiertas): “El reino de Dios es el reino del amor”. Pero si no existe la posibilidad de un nivel de vida decente, si no hay libertad, justicia, ni educación en la sociedad humana, ¿cómo podemos edificar este reino de amor?
“Un hombre hambriento no está en condiciones de pensar en Dios –a no ser como manera de huir de sus problemas, pero esto no me parece un acto de fe”. Hay santos que superaron sus adversidades, incluso sometidos a condiciones insoportables para los hombres comunes.
“Sin embargo, el reino de Dios no se limita a los santos, sino que se extiende a los hombres comunes como nosotros. Tenemos que tratar –aunque sea por egoísmo– de construir un mundo mejor para los demás: nuestra desesperación interior va a disminuir, y nuestra vida pasará a tener más sentido. Convivir con personas alegres lo hará todo más fácil para nosotros mismos”.
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