Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Y estoy aún más sorprendido conmigo mismo, pues sabiendo que podría recibir un costoso regalo, aún consigo vivir y ser respetado sin necesidad de usar joyas”.
De la casa
Un conocido mío, por su incapacidad para compaginar sus sueños con la realidad, acabó teniendo serios problemas financieros. Y lo que es peor: involucró a otras personas, perjudicando a gente que no quería herir. Sin poder pagar las deudas que se acumulaban, llegó a pensar en el suicidio. Caminaba por una calle cierta tarde, cuando vio una casa en ruinas. “Aquel edificio de allí soy yo”, pensó. En este momento sintió un inmenso deseo de reconstruir aquella casa.
Dio con el dueño, se ofreció para hacer una reforma, y se le permitió hacerla, aunque el propietario no entendiese lo que mi amigo podría sacar de aquello. Juntos consiguieron ladrillos, madera, cemento. Mi conocido trabajó con amor, sin saber por qué o para quién. Pero sentía que su vida personal iba mejorando a medida que la reforma avanzaba.
Al final del año, la casa estaba lista y sus problemas personales, solucionados.
Mahatma va de compras
Mahatma Gandhi, después de haber conseguido la independencia de la India, hizo una visita a Inglaterra. Paseaba con algunas personas por las calles de Londres cuando su atención se vio atraída por el escaparate de una famosa joyería.
Y allí se quedó Gandhi, mirando las piedras preciosas y las joyas ricamente trabajadas. El dueño de la joyería inmediatamente lo reconoció y salió a la calle a saludarlo:
–Es para mí un honor que el Mahatma esté aquí, contemplando nuestro trabajo. Tenemos muchas cosas de inmenso valor, belleza y arte, y nos gustaría ofrecerle algo.
–Sí, estoy admirado con tanta maravilla –respondió Gandhi–. Y estoy aún más sorprendido conmigo mismo, pues sabiendo que podría recibir un costoso regalo, aún consigo vivir y ser respetado sin necesidad de usar joyas.
La reflexión
Descubrí este poema (Warning, 1961) de Jenny Joseph (Inglaterra, 1932) en un cuadro, en la casa de mi agente americano Alan Clarke, y en aquella época hice mi propia traducción/adaptación al portugués. Recientemente descubrí un libro con el mismo título de la poesía, lanzado por la editorial Marco Zero (con traducciones de Lya Luft), que contiene varios textos interesantes sobre la vejez:
Cuando me haga mayor, quiero usar púrpura, con sombrero rojo, que no conjuga y queda ridículo en mí.
Voy a gastar el dinero que tengo en whisky.
Me pondré guantes en verano.
Y me quejaré de que falta mantequilla en casa.
Voy a sentarme en el bordillo de la acera cuando esté cansada.
Me comeré todas las ofertas del supermercado.
Tocaré los timbres de los vecinos,
Arrastraré mi paraguas por las rejas de la plaza, y solo así me sentiré vengada por haber sido tan seria durante mi juventud.
Voy a andar en chancletas, arrancar flores del jardín de los otros y escupir en el suelo.
Voy a usar ropas horribles, engordar sin culpa, zamparme un kilo de salchichas para el almuerzo, o pasarme una semana entera solo a base de pan y pepinillos.
Voy a coleccionar cajitas, lápices y etiquetas de cerveza.
Pero, mientras siga siendo joven, necesito un tipo de ropa que me mantenga seca si llueve,
Tengo que pagar el alquiler,
No puedo decir palabrotas en la calle. Sirvo de ejemplo para la infancia.
He de leer el periódico, estar informada, invitar a mis conocidos a cenar. Por eso, ¿quién sabe si yo no debería empezar a entrenar desde ahora?
Así nadie se quedará chocado
Cuando, de repente, me haga mayor
Y empiece a usar púrpura.
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