Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Hace unos días, entendí que lo que más le molestaba a mi mujer era que yo me quedara en silencio. Actuando así, parecía que la estaba ignorando, que me distanciaba con sentimientos virtuosos haciendo que se sintiese mezquina e inferior”.
Todos los amigos del rabino Iaakov consideraban que la esposa de este era una mujer muy difícil, pues para ella cualquier pretexto era bueno para empezar a discutir.
Iaakov, sin embargo, nunca respondía a las provocaciones.
Hasta que, en la boda de su hijo Ishmael, mientras centenares de invitados se divertían, el rabino empezó a atacar a su mujer, y lo hizo de tal forma que todos los presentes se dieron cuenta.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó a Iaakov un amigo una vez se serenó su ánimo–. ¿Por qué has roto tu vieja costumbre de no responder nunca a las provocaciones?
–Fíjate cómo ella está ahora más contenta –le susurró el rabino.
En efecto, la mujer parecía disfrutar ahora mucho más de la fiesta.
–¡Pero si habéis discutido en público! ¡No entiendo ni tu reacción ni la de ella! –insistió el amigo.
–Hace unos días, entendí que lo que más le molestaba a mi mujer era que yo me quedara en silencio. Actuando así, parecía que la estaba ignorando, que me distanciaba con sentimientos virtuosos haciendo que se sintiese mezquina e inferior.
»Como la quiero tanto, he decidido perder la cabeza delante de todo el mundo. Ella vio que comprendía sus emociones, que era igual a ella, y que aún quiero mantener el diálogo.
El mono y la mona discuten
Sentados en la rama de un árbol, el mono y la mona contemplaban la puesta de sol. En un momento dado, ella preguntó:
–¿Qué es lo que hace que el cielo cambie de color cuando el sol llega al horizonte?
–Si queremos explicarlo todo, no vivimos –respondió el mono–. Quédate callada y vamos a mantener nuestro corazón alegre en este atardecer tan romántico.
La mona se puso furiosa.
–Eres primitivo y supersticioso. Ya no prestas atención a la lógica, y lo único que te interesa es aprovechar la vida.
En ese mismo momento, pasaba por allí un ciempiés.
–¡Ciempiés! –gritó el mono–. ¿Cómo consigues mover todas esas patas en perfecta armonía?
–¡Nunca he pensado en eso!– fue la respuesta.
–¡Entonces, piénsalo ahora! ¡A mi mujer le gustaría saber la explicación!
El ciempiés miró sus patas, y empezó:
–Bueno... yo flexiono este músculo... no, no es eso, yo tengo que inclinar mi cuerpo hacia aquí...
Durante media hora, intentó explicar cómo movía sus patas y, a medida que lo intentaba, se confundía cada vez más. Finalmente, cuando quiso proseguir su camino, ya no sabía cómo andar.
–¿Ves lo que has hecho? –gritó desesperado– ¡Con la ansiedad de entender cómo funciono, he perdido los movimientos!
–¿Ves lo que ocurre con quien quiere explicarlo todo?– dijo el mono, volviendo a contemplar la puesta de sol en silencio.
La reflexión
Cuidado con tus pensamientos: se pueden transformar en palabras.
Cuidado con tus palabras: pueden transformarse en acciones.
Cuidado con tus acciones: acaban transformándose en hábitos.
Cuidado con tus hábitos: ellos configuran tu carácter.
Cuidado con tu carácter: va a determinar tu destino.
Texto retirado de: La Revista
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