Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
Que en ningún momento pierdas el entusiasmo: es una fuerza mayor, dirigida hacia la victoria final. No podemos dejarlo escapar solo porque tengamos que hacer frente a pequeñas y necesarias derrotas.
En 1986, en la ciudad de Logroño, estábamos celebrando una boda cuando mi guía, Petrus, empezó a hablar de las tres palabras que utilizan los griegos para referirse al amor: Eros, Philos y Ágape. Señalando a una pareja de ancianos, dijo:
-Mira a esos dos. No se dejarán contagiar por la hipocresía, como tantos otros. Por su aspecto, deben de ser una pareja de labradores. El hambre y la necesidad los han obligado a superar juntos muchas dificultades. Descubrieron la fuerza del amor a través del trabajo, que es donde Eros muestra su rostro más bello, también conocido como Philos.
–¿Y qué es Philos?
–Philos es el amor en forma de amistad. Es aquello que yo siento por ti y por los demás. Cuando la llama de Eros no puede brillar más, es Philos quien mantiene juntas a las parejas.
–¿Y Ágape?
–Ágape es el amor total, el amor que devora a quien lo experimenta. Quien conoce y experimenta a Ágape, se da cuenta de que, en este mundo, nada sino amar tiene importancia. Este fue el amor que sintió Jesús por la humanidad, y fue tan grande que sacudió las estrellas y cambió el curso de la historia del hombre.
“A lo largo de los milenios de la historia de la civilización, muchas personas se han sentido invadidas por este amor que devora. Tenían tanto que dar (y el mundo les exigía tan poco) que se vieron obligadas a buscar los desiertos y los lugares más apartados, porque el amor era tan grande que las transfiguraba. Se convirtieron en los santos ermitaños que hoy conocemos.
“Para mí y para ti, que experimentamos otra forma de Ágape, esta vida puede parecer dura, terrible. Sin embargo, el amor que devora hace que todo lo demás pierda importancia: estas personas solo viven para ser consumidas por su amor”.
Hizo una pausa.
–Ágape es el amor que devora, repitió una vez más, como si esta fuese la frase que mejor definiese aquella extraña forma de amor. Martin Luther King dijo en una ocasión que, cuando Cristo hablaba de amar a los enemigos, se refería a Ágape. Porque, según él, era “imposible querer a nuestros enemigos, a aquellos que nos hacen mal, y que intentan hacer aún más miserable nuestro sufrido día a día”.
“Pero Ágape es mucho más que querer. Es un sentimiento que invade todo, que se cuela por todas las rendijas, y que hace que todo intento de agresión se convierta en polvo.
“Existen dos formas de Ágape. Una es el aislamiento, la vida dedicada solo a la contemplación. La otra es exactamente lo contrario: el contacto con los seres humanos, y el entusiasmo, el sentido sagrado del trabajo. Entusiasmo significa trance, arrebato, vínculo con Dios. Entusiasmo es Ágape dirigido a alguna idea, a una cosa.
“Cuando amamos y creemos en algo desde el fondo de nuestra alma, nos sentimos más fuertes que el mundo, y nos invade una serenidad que viene de la certeza de que nada podrá vencer a nuestra fe. Esta fuerza extraña hace que tomemos siempre las decisiones correctas, en el momento preciso, y nos sorprendamos de nuestra propia capacidad cuando alcanzamos nuestro objetivo.
“El entusiasmo se manifiesta normalmente con todo su poder en los primeros años de nuestra vida. Todavía tenemos un fuerte lazo con la divinidad, y nos lanzamos con tanto arrebato a nuestros juegos que las muñecas cobran vida y los soldaditos de plomo se ponen a desfilar. Cuando Jesús dijo que de los niños era el Reino de los Cielos, se refería a Ágape en forma de entusiasmo. Los niños llegaron a Él sin preocuparse por sus milagros, su sabiduría, los fariseos o los apóstoles. Fueron a Él alegres, movidos por el entusiasmo.