Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Lord Menuhin será recordado no apenas como uno de los más sobresalientes músicos de la humanidad, sino también como alguien profundamente comprometido con el ser humano, la justicia social y la dignidad...”.
Davos, Suiza, enero de 1999
Después de un día extenuante en el World Economic Forum, recibo un recado en el hotel. Lord Yehudi Menuhin –quien también está en Davos para impartir una serie de conferencias– quiere conversar conmigo. Mi primera reacción es de incredulidad: “¿Lord Menuhin? ¿El músico más importante de este siglo? Tal vez me haya confundido con otra persona”.
Devuelvo la llamada. Responde el propio Menuhin. Me invita a ir a su concierto. Al final, él me muestra un libro mío, que le había dado su secretaria (para mi sorpresa, no es El Alquimista) y que le había despertado la curiosidad sobre mi trabajo.
Durante los días siguientes –hasta el final del fórum– tengo el raro privilegio de conversar, almorzar y convivir con él. Discutimos un gran proyecto para el final de 1999, con el objetivo de pasar al próximo milenio con esperanza, pero también con plena conciencia de los errores del pasado.
Menos de un mes después llega el concierto en Berlín, el fulminante ataque al corazón, y la muerte de este joven de 83 años, cuyo violín Einstein tuve el privilegio de escuchar, que fue el primer judío que tocó en la Alemania de posguerra, porque entendió que la única salida para el mundo era intentar superar las heridas con alegría y entusiasmo.
Lord Menuhin será recordado no apenas como uno de los más sobresalientes músicos de la humanidad, sino también como alguien profundamente comprometido con el ser humano, la justicia social y la dignidad que tanta falta les hace a las personas que hoy intentan controlar nuestro destino.
En uno de estos almuerzos en Davos, Lord Menuhin me puso frente a frente con un brillante científico francés y una (no tan brillante) terapeuta norteamericana. El científico era ateo convicto, lo que provocó una discusión apasionada sobre la existencia de Dios –la cual Menuhin, un hombre religioso, presenciaba con una sonrisa. Al final, cuando los ánimos se serenaron, Lord Menuhin habló de la necesidad de luchar contra las injusticias, pero manteniendo siempre el respeto por las opiniones opuestas. Y todos nosotros escuchamos a continuación una deliciosa historia judaica:
El testamento de Jacob
Cuando estaba en su lecho de muerte, Jacob llamó a su mujer Sarah: –Querida Sarah, quiero hacer mi testamento. Voy a dejar a Abraham la mitad de mi herencia. Al fin y al cabo, él es un hombre de fe.
-¡No hagas eso, Jacob! Abraham no necesita tanto dinero, ya tiene su empleo, su negocio, ya tiene hasta fe en nuestra religión.
Déjaselo a Isaac, que está viviendo muchos conflictos internos
sobre la existencia de Dios, y aún no ha encontrado su rumbo en esta vida.
–Está bien, se lo dejaré a Isaac.
Y Abraham se quedará con mis acciones.
–¡Ya te he dicho, mi adorado Jacob, que a Abraham no le hace falta nada! Yo me quedo con las acciones, y podré ayudar a cualquiera de nuestros hijos que algún día lo necesite.
–Tienes razón, Sarah. Pasemos entonces a nuestras propiedades en Israel. Creo que debo dejárselas a Deborah.
–¿Deborah? ¿Te has vuelto loco? Ella ya tiene propiedades en Israel. ¿Quieres que se transforme en una mujer de negocios y termine arruinando su matrimonio? ¡Me parece que nuestra hija
Michele necesita mucho más de ayuda!
Jacob, reuniendo sus últimas energías, se levantó indignado:
–Mi querida Sarah, tú has sido una excelente esposa, una excelente madre, y sé que quieres lo mejor para cada uno de tus hijos. Pero, por favor, ¡respeta mis puntos de vista! Al fin y al cabo, ¿quién es el que se está muriendo? ¿Tú o yo?
Texto retirado de: La Revista
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