Si aún traes, por ventura, el hábito de encolerizarte y si ya consigues reconocer los perjuicios, puedes claramente erradicarlo, atendiendo a tu propia renovación.
Inicia las actividades diarias, pensando en Dios y agradeciendo tus posibilidades de hacer el bien.
Medita, con raciocinio, ante el clima de conocimiento superior que ya posees, en la certeza de que te encuentras en la ocasión de expresar lo mejor de ti mismo.
Piensa en los compañeros hasta ahora capaces de inducirte a la amargura, como hermanos nuestros, imperfectas tanto como las nuestras.
Si algún de trazo de amargura se te fija en el corazón, relativo al comportamiento infeliz de alguien, a través de acciones que consideres lesivas a tus sentimientos, disculpa a ese alguien, procurando olvidar la falta que naturalmente cometió sin pensar.
Pondera que si los otros yerran, también nosotros erramos, muchas veces, en la condición de espíritus, aún ligados a las múltiples fajas de la evolución terrestre.
No te aceptes como infalible, a fin de que entiendas con indulgencia a aquellos que, acaso, te fallen a la confianza.
Reflexiona en la intimidad del corazón que nadie consigue realizar algo sin el concurso de alguien, para que aproveches los valores maduros de los colaboradores que la Divina Providencia te confió, sin causar estragos a los valores aún verdes.
Abstente de lamentar fracasos y dificultades que ya pasaron y entrégate a la reconstrucción de tu propia paz, en bases de servicio y discernimiento.
No nos olvidemos de que, en las más complicadas circunstancias, la vida nos demanda la práctica del bien y que, por ese mismo, cualquier ocasión, para cada uno de nosotros, es tiempo de comprender y bendecir, auxiliar y servir.
Pintura de: Cléo Borges, tomada del blog: Manifesto do Amor
Por el espíritu de: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
Texto retirado del: Libro "CALMA".
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