8- LA TIERRA |
La Tierra es un enorme imán, un gigantesco aparato cósmico en el que a pleno cielo hacemos nuestro viaje evolutivo.
Si lo consideramos un inmenso tren que se mueve sobre sí mismo y gira en torno del sol, podemos comparar a las clases sociales que lo habitan con grandes vagones de diferentes categorías.
De vez en cuando cambiamos nuestro lugar por el de nuestros vecinos y compañeros.
Quien viaja con pasaje de lujo vuelve para conocer los asientos humildes, en los coches de las clases inferiores.
Quien prosigue en las dependencias sencillas se yergue, luego, para ocupar posiciones envidiables y modificar las experiencias que le corresponden.
Tenemos allí el símbolo de las reencarnaciones.
De cuerpo en cuerpo, como quien utiliza diferentes vestiduras, el Espíritu hace su peregrinaje, de existencia en existencia, en busca de nuevas adquisiciones para su tesoro de amor y sabiduría, que le servirá de divina garantía en el campo de la eternidad.
Y filosóficamente podemos clasificar al Planeta con mayor propiedad si lo consideramos nuestra escuela multimilenaria.
Hay muchos aprendices que ocupan sus instalaciones en inoperante expectativa, pero el tiempo les cobra cara la ociosidad alejándolos, al fin, de los escenarios y seres amados o relegándolos a la parálisis o a la inactividad en vastos y sombríos abismos.
Otros alumnos indagan, día y noche... y mientras averiguan de manera viciosa pierden el valor del tiempo.
Imaginemos un colegio en el que compareciesen los alumnos primarios exigiendo retribuciones y homenajes, antes de haberse dedicado al estudio de las primeras lecciones.
El novato no podría pedir explicaciones acerca del cuerpo de profesores que conduce la casa de enseñanza donde esta aprendiendo las primeras letras.
Y ante la grandeza infinita de la vida que nos rodea, no pasamos de ser criaturas, en relación con el conocimiento de la vida superior.
Vacilamos, tanteamos y experimentamos para poder adquirir y acumular los recursos del Espíritu.
Nos compete, pues, tan sólo un derecho: el derecho de trabajar y servir, obedeciendo las edificantes instrucciones que nos brinda la Perfecta Sabiduría, a través de las diferentes circunstancias en las que se desenvuelve nuestra vida.
Nadie se equivoque creyendo que puede engañar a la Naturaleza.
El trabajo es ley divina.
Averiguar indefinidamente es enmascarar, la mayoría de las veces, la pereza intelectual.
La vida, no obstante, es celosa de sus secretos y solamente responde con seguridad a los que golpean a su puerta con el esfuerzo incesante, como trabajadores que ambicionan merecer la corona resplandeciente del apostolado en el servicio.
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
Texto retirado del: Libro "DERROTERO".
No hay comentarios:
Publicar un comentario