19- EVANGELIO Y SIMPATÍA
Del apostolado de Jesús se destaca la simpatía, como fundamento de la felicidad humana.
La violencia no figura en su técnica de conquista.
Todavía hoy vemos una larga fila de lidiadores del sacerdocio que usan, en su nombre, la prepotencia y la crueldad, aunque el Maestro invariablemente, pautó sus enseñanzas en las más amplias normas de respeto a sus contemporáneos.
Jamás dejó de tener la comprensión apropiada para con las personas y las situaciones.
Divino Sembrador, sabía que no es suficiente con plantar los buenos principios pero sí ofrecer, ante todo, condiciones favorables a la semilla, necesarias para la germinación y el crecimiento.
Seguro, tratándose del interés general, Jesús no retacea la energía puesta al servicio del bien.
Desaprueba el comercio desenfrenado que humilla al Templo, tanto como desbarata los engaños de su época.
Sin embargo, ante las criaturas dominadas por el mal se llena de profunda compasión y tolerancia constructiva.
A los enfermos no les pregunta en cuanto a la causa de las aflicciones que los azotan, para irritarlos con reconvenciones.
Los auxilia y los cura.
Las observaciones que dirige a los pecadores y descarriados son recomendaciones dulces y sutiles.
Al doliente que cura en la fuente de Betesda, explica, llanamente:
-Ve y no reincidas en la equivocación para que no te acontezca algo peor.
A la pobre mujer, apedreada en la plaza pública advierte, bondadoso:
- Ve y no peques más.
No prescribe el infierno para las víctimas de la sombra. Las ayuda a levantarse, compasivo, y enciende para ellas una nueva luz.
Comprende los problemas y las luchas de cada uno.
Atrae a los niños hacia sí, movido a compasión, e infunde nueva confianza en los corazones maternos.
Sabe que Pedro es frágil, pero no se desespera y confía en él.
Contempla el pavoroso drama del espíritu de Judas, no obstante no lo rechaza.
Reconoce que la mayoría de los beneficiarios no se revelan a la altura de las concesiones que solicitan, a pesar de todo no les niega asistencia. Preso, recompone la oreja de Malco, el soldado.
Ante Pilatos y Antipas no pide providencias susceptibles de sembrar la discordia, ni siquiera a título de preservar la justicia.
Lejos de impacientarse con la presencia de los malhechores que también fueron crucificados, se inclina amistosamente a ellos y busca entenderlos e infundirles valor.
A la turba que lo envuelve con insultos y cuchilladas, le envía pensamientos de paz y votos de perdón.
E incluso más allá de la muerte, no huye de los compañeros que habían huido de El. Se materializa ante ellos y los induce al servicio de la regeneración humana, con el incentivo de su presencia y su amor hasta el fin de la lucha.
En todos los pasajes del Evangelio, respecto al corazón humano, reconocemos en el Señor al campeón de la simpatía, que enseña a curar el mal y a construir el bien. Y a partir del Pesebre, bajo su divina inspiración, se abre a los hombres un nuevo camino redentor, rumbo a la paz y la felicidad, sustentado en la ayuda mutua y en el espíritu de servicio, en la bondad y la confraternización.
Pintura de: Eddy Stevens, tomada del blog Recogedor
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
Texto retirado del: Libro "DERROTERO".
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