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domingo, 23 de enero de 2011

Pérdidas irreparables


Por Paulo Coelho

El Alquimista 

Momentos difíciles

“...Jamás digamos: Dios me abandonó... Él jamás hace esto: somos nosotros quienes a veces lo abandonamos...”


Dice el padre cisterciense Marcos García, en Burgos, España: “A veces Dios retira una determinada bendición para que la persona pueda comprenderle más allá de los favores y de las súplicas. Él sabe hasta qué punto puede someter un alma a prueba, y nunca va más allá de ese punto.

“En esos momentos, jamás digamos: “Dios me abandonó”. 

Él jamás hace esto: somos nosotros quienes, a veces, lo abandonamos. Si el Señor nos somete a una gran prueba, también siempre nos da las gracias suficientes –yo diría, más que suficientes– para superarla”.
A este respecto, la lectora Camila Galvão Piva, me envía una interesante historia titulada: Las dos joyas:

Un rabino muy religioso vivía feliz con su familia, una esposa admirable y dos hijos queridos. Cierta vez, por causa de su trabajo, tuvo que ausentarse de casa durante varios días. Justamente cuando estaba fuera, un grave accidente de coche mató a los dos niños.

Sola, la madre sufrió en silencio. Pero siendo una mujer fuerte, sustentada por la fe y por la confianza en Dios, soportó  el trauma con dignidad y valor. Sin embargo, ¿cómo dar al esposo la triste noticia? Aun cuando también era un hombre de fe, él ya había sido internado por problemas cardiacos en el pasado, y la mujer temía que la noticia de la tragedia acarrease también su muerte.

Solo restaba rezar para que Dios le aconsejara la mejor manera de actuar. En la víspera de la llegada del marido oró mucho, y recibió la gracia de una respuesta.

Al día siguiente el rabino retornó al hogar, abrazó largamente a su esposa y preguntó por los hijos. La mujer le dijo que no se preocupara por ellos, que se fuera a dar un baño y a descansar.

Horas más tarde los dos se sentaron para comer. Ella le pidió detalles sobre el viaje, él le contó todo lo que había vivido, habló sobre la misericordia de Dios... pero volvió a preguntar por los niños.

La esposa, en una actitud un tanto vacilante, respondió al marido: Olvídate de los hijos, después nos ocuparemos de ellos. Antes quiero que me ayudes a resolver un problema que considero muy grave.

El marido,  ya preocupado, preguntó: ¿Qué es lo que pasa? Noto que estás abatida. Cuéntame todo lo que pasa por tu alma y tengo la seguridad de que resolveremos juntos el problema, con la ayuda de Dios.

- Mientras tú estabas ausente, me visitó un amigo nuestro y me dejó dos joyas de valor incalculable para que las guardase. ¡Son joyas muy preciosas, jamás vi algo tan bello! Él vendrá a buscarlas y no estoy dispuesta a devolvérselas, pues ya les tomé cariño. ¿Qué te parece?

- ¡Vaya, mujer, no entiendo tu conducta! ¡Tú nunca cultivaste vanidades!

- ¡Es que nunca había visto joyas así! ¡No consigo aceptar la idea de perderlas para siempre!

Y el rabino respondió con firmeza: Nadie pierde lo que no posee. ¡Retenerlas equivaldría a un robo! Vamos a devolverlas y yo te ayudaré a superar su falta. Lo haremos juntos, hoy mismo.

- Pues bien, querido mío, haremos según tu voluntad. El tesoro será devuelto... En realidad, ya lo ha sido: las joyas preciosas eran nuestros hijos. Dios los confió a nuestros cuidados y durante su viaje vino a buscarlos. Y ellos se marcharon...”.

El rabino comprendió inmediatamente. Abrazó a su esposa y juntos derramaron muchas lágrimas. Pero comprendió el mensaje. A partir de ese día lucharon para superar juntos la pérdida.


Texto retirado de: La Revista

1 comentario:

  1. Hola

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