Por Paulo Coelho
El Alquimista
El sufismo
“Nació hacia el siglo X, y parte del siguiente principio: a través de una serie de prácticas religiosas poco convencionales, el fiel puede alcanzar una relación directa con Dios”.
En muchas de estas columnas he contado historias sufíes, en algunas de las cuales su principal personaje –Nasrudin, el loco que siempre se muestra más inteligente que los sabios– siempre consigue sorprender al lector con sus actos. A mí hoy me gustaría dejar un poco de lado estas historias, e intentar escribir algo sobre el tema en sí mismo.
La definición enciclopédica describe el sufismo como el esoterismo islámico, razón por la cual nunca ha sido muy bien visto en el mundo musulmán. Nació hacia el siglo X, y parte del siguiente principio: a través de una serie de prácticas religiosas poco convencionales, el fiel puede alcanzar una relación directa con Dios. La más común de estas prácticas es la danza, y la transmisión de su filosofía se realiza mediante la narración de pequeñas leyendas.
En el segundo día que pasaba en Irán, en el 2001, me invitaron a presenciar una ceremonia sufí. En un pequeño apartamento de Teherán, con las luces apagadas, velas encendidas e instrumentos de percusión sonando, pude ser testigo de cómo esta tradición espiritual conserva hasta los días de hoy toda su pureza.
El encuentro comenzó a las nueve de la noche. Durante casi media hora, un hombre –empleando un tono de voz que parecía salirle del fondo del alma– cantaba de una manera casi monótona. Cuando dejó de cantar, fue la vez de los instrumentos de percusión, con un ritmo muy semejante al que estamos acostumbrados a ver en las ceremonias de las religiones afrobrasileñas.
Fue entonces cuando, siguiendo la misma línea ritual de estas religiones que conocemos tan bien, algunos hombres se levantaron (nosotros estábamos todos sentados alrededor de un espacio vacío en el centro de la sala) y se pusieron a girar sobre sí mismos.
La ceremonia completa duró una hora, durante la cual los bailarines reían alto, pronunciaban palabras incomprensibles (incluso para las personas que hablaban el persa), y demostraban encontrarse en un profundo trance. Poco a poco dejaron de girar, la percusión fue disminuyendo, y alguien encendió las luces de la sala.
Pregunté a uno qué sintió.
-He estado en contacto con la energía del Universo –respondió–. Dios ha pasado por mi alma.
-¿Es necesario hacer algo más? ¿Tener una creencia especial, o practicar de manera constante?
-Según uno de los teólogos más importantes del Islam, el sufismo no es una doctrina, ni un sistema de creencias. Es una tradición de iluminación a través de todo lo que es dinámico.
Abu Muhammad Mutaish dice: “El sufí es aquel cuyo pensamiento camina a la misma velocidad que su pie”. Es decir, que su alma se encuentra donde está su cuerpo, y viceversa. Donde se encuentra un sufí, allí está también todo aquello que él es: el trabajador, el místico, el intelectual, el contemplativo, el que se divierte.
El sufismo es universal en la medida en que acepta que la sabiduría le fue transmitida al hombre a través de grandes profetas, como Jesús, Moisés, Salomón, y seres iluminados de otras culturas. Sin embargo, su raíz permanece plenamente enterrada en el Islam y en la concepción islámica del mundo.
El sistema de aprendizaje de un sufí es similar al de las llamadas órdenes ocultas – involucrando a un maestro, a unos discípulos, la revelación de prácticas a medida que se progresa en el entrenamiento, la concesión de gracias especiales (baraka), etc. El maestro ha de tener lo que se conoce como “carisma”, es decir, una fuerza capaz de unirse con el corazón de quien lo encuentra.
Ilustración de: Vanessa Carolina Balleza Añez
Texto retirado de: La Revista
No hay comentarios:
Publicar un comentario