Como acontece al valor del gran esfuerzo que es lastre fecundo en la garantía de la caridad, recordémonos de los pequeñitos sacrificios que podemos realizar, cada hora, contra los impulsos de nuestra propia naturaleza inferior, trabajando en auxilio de los portadores de necesidades mayores de lo que son las nuestras.
Muchos compañeros encarnados desisten de la colaboración en las obras del bien, declarándose imperfectos y endeudados, cuando, en esa condición, más valioso se nos hace el trabajo de formación de la propia disciplina.
Pero antes de la cuna, cuando la necesidad de redención o de mejoría nos desvela al espíritu sediento de progreso el campo educativo que la experiencia física nos ofrece, solicitamos, con empeño, las situaciones que nos contraríen el modo de proceder y de ser, a fin de que el internación terrestre nos supla de los valores reales de lo que nos hallamos carentes.
Es por eso, que casi siempre en la Tierra, cuando impulsivos e impacientes, somos constreñidos a exaltar la serenidad; enfermos, nos sorprendemos inducidos a amparar la salud ajena; débiles, nos sentimos en la obligación de sustentar la fortaleza de los demás; atormentados por nuestras llagas íntimas de aflicción o desencanto, nos reconocemos intimados a nutrir la tranquilidad y la esperanza en aquellos que desfallecen; y tentados, en muchas circunstancias, a la quiebra y al desorden, en lo íntimo de nuestra casa, nos vemos convocados a evitar el desequilibrio y el desastre en el instituto doméstico en que respiran corazones queridos de nuestro panel de acción.
No desprecies auxiliar siempre, en la construcción del bien, aún cuando te sientas de todo ausente de él, porque enseñando lo mejor a los demás, somos impelidos a procurar lo mejor en favor de nosotros mismos y, disciplinando la existencia en torno de nuestro camino, acabamos fatalmente disciplinados por ella.
Pintura de: Ali Cavanaugh
Tomada de: ali cavanaugh
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
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