Por Paulo Coelho
El Alquimista
El guerrero y la fe
El guerrero y la fe
El guerrero y la fe
El guerrero y la fe
“Orar y velar: ese debe ser el lema del guerrero de la luz. Si solo vela, empezará a ver fantasmas donde no los hay. Si solo reza, no tendrá tiempo de ejecutar las obras que el mundo tanto necesita”.
Henry James compara la experiencia con una inmensa tela de araña que, extendida a nuestro alrededor, es capaz de atrapar no solo lo necesario, sino también el polvo que flota en el aire.
Muchas veces lo que llamamos “experiencia” no es más que la suma de nuestras derrotas. Miramos al frente con el miedo de quien ya cometió demasiados errores en la vida, y no tenemos el valor de dar el siguiente paso.
Lord Salisbury dijo: “si crees todo lo que dicen los médicos, pensarás que todo daña la salud. Si crees todo lo que dicen los teólogos, te convencerás de que todo es pecado. Si crees todo lo que dicen los militares, llegarás a la conclusión de que nada es absolutamente seguro”.
Hay que aceptar las pasiones y no renunciar al entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida, y alegran a todos los que participan de ellas. Pero el guerrero de la luz nunca pierde de vista las cosas duraderas ni los lazos creados con solidez a través del tiempo: sabe distinguir lo pasajero de lo definitivo.
Existe un momento, sin embargo, en que las pasiones desaparecen sin avisar. A pesar de toda su sabiduría, el guerrero se deja dominar por el desánimo: de una hora para otra, la fe ya no es la misma de antes, las cosas ya no suceden como soñaba, surgen de manera injusta e inesperada las desgracias, y él empieza a pensar que sus plegarias ya no son oídas.
Continúa rezando y cumpliendo los cultos de su religión, pero no consigue engañarse; el corazón no responde como antes y las palabras parecen no tener sentido.
En este momento, solo existe un camino posible: continuar practicando. Hacer las plegarias por obligación, o por miedo. Insistir, aunque todo luzca inútil.
El ángel encargado de recoger sus palabras, y que es también responsable de la alegría de la fe, está dando un paseo. Pero regresa más tarde, y solo podrá encontrar al guerrero si oye una plegaria o una súplica de sus labios.
Dice la leyenda que, tras una exhaustiva sesión matinal de oraciones en el monasterio de Piedra, el novicio preguntó al abad si las oraciones hacían que Dios se acercase a los hombres.
Te responderé con otra pregunta –dijo el abad–. Estas oraciones, ¿harán que mañana salga el sol?
¡Claro que no! ¡El sol nace porque obedece a una ley universal!
- Entonces, esa es la respuesta a tu pregunta. Dios está cerca de nosotros, independientemente de las oraciones que digamos.
¿Entonces nuestras oraciones son inútiles?, replicó el novicio.
- En absoluto. Si no te levantas temprano, nunca conseguirás ver la salida del sol. Si no rezas, aunque Dios esté siempre cerca, jamás notarás su presencia.
Orar y velar: ese debe ser el lema del guerrero de la luz. Si solo vela, empezará a ver fantasmas donde no los hay. Si solo reza, no tendrá tiempo de ejecutar las obras que el mundo tanto necesita. Cuenta otra leyenda, esta vez del Verbo Seniorum, que el abad Pastor acostumbraba a decir que el abad Juan había rezado tanto que ya no tenía que preocuparse: sus pasiones habían sido vencidas.
Las palabras del abad fueron escuchadas por un sabio del monasterio de Sceta, quien convocó a los novicios. –Habéis oído decir que el abad Juan no tiene más tentaciones que vencer –dijo–.
La falta de lucha debilita el alma. Vamos a pedir al Señor que envíe una tentación bien poderosa para el abad Juan. Si vence esta tentación, pediremos otra, y luego otra. Y cuando luche otra vez contra las tentaciones, rezaremos para que nunca diga: “Señor, aparta de mí este demonio”. Rezaremos para que pida: “Señor, dame fuerzas para enfrentar el mal”.
Muchas veces lo que llamamos “experiencia” no es más que la suma de nuestras derrotas. Miramos al frente con el miedo de quien ya cometió demasiados errores en la vida, y no tenemos el valor de dar el siguiente paso.
Lord Salisbury dijo: “si crees todo lo que dicen los médicos, pensarás que todo daña la salud. Si crees todo lo que dicen los teólogos, te convencerás de que todo es pecado. Si crees todo lo que dicen los militares, llegarás a la conclusión de que nada es absolutamente seguro”.
Hay que aceptar las pasiones y no renunciar al entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida, y alegran a todos los que participan de ellas. Pero el guerrero de la luz nunca pierde de vista las cosas duraderas ni los lazos creados con solidez a través del tiempo: sabe distinguir lo pasajero de lo definitivo.
Existe un momento, sin embargo, en que las pasiones desaparecen sin avisar. A pesar de toda su sabiduría, el guerrero se deja dominar por el desánimo: de una hora para otra, la fe ya no es la misma de antes, las cosas ya no suceden como soñaba, surgen de manera injusta e inesperada las desgracias, y él empieza a pensar que sus plegarias ya no son oídas.
Continúa rezando y cumpliendo los cultos de su religión, pero no consigue engañarse; el corazón no responde como antes y las palabras parecen no tener sentido.
En este momento, solo existe un camino posible: continuar practicando. Hacer las plegarias por obligación, o por miedo. Insistir, aunque todo luzca inútil.
El ángel encargado de recoger sus palabras, y que es también responsable de la alegría de la fe, está dando un paseo. Pero regresa más tarde, y solo podrá encontrar al guerrero si oye una plegaria o una súplica de sus labios.
Dice la leyenda que, tras una exhaustiva sesión matinal de oraciones en el monasterio de Piedra, el novicio preguntó al abad si las oraciones hacían que Dios se acercase a los hombres.
Te responderé con otra pregunta –dijo el abad–. Estas oraciones, ¿harán que mañana salga el sol?
¡Claro que no! ¡El sol nace porque obedece a una ley universal!
- Entonces, esa es la respuesta a tu pregunta. Dios está cerca de nosotros, independientemente de las oraciones que digamos.
¿Entonces nuestras oraciones son inútiles?, replicó el novicio.
- En absoluto. Si no te levantas temprano, nunca conseguirás ver la salida del sol. Si no rezas, aunque Dios esté siempre cerca, jamás notarás su presencia.
Orar y velar: ese debe ser el lema del guerrero de la luz. Si solo vela, empezará a ver fantasmas donde no los hay. Si solo reza, no tendrá tiempo de ejecutar las obras que el mundo tanto necesita. Cuenta otra leyenda, esta vez del Verbo Seniorum, que el abad Pastor acostumbraba a decir que el abad Juan había rezado tanto que ya no tenía que preocuparse: sus pasiones habían sido vencidas.
Las palabras del abad fueron escuchadas por un sabio del monasterio de Sceta, quien convocó a los novicios. –Habéis oído decir que el abad Juan no tiene más tentaciones que vencer –dijo–.
La falta de lucha debilita el alma. Vamos a pedir al Señor que envíe una tentación bien poderosa para el abad Juan. Si vence esta tentación, pediremos otra, y luego otra. Y cuando luche otra vez contra las tentaciones, rezaremos para que nunca diga: “Señor, aparta de mí este demonio”. Rezaremos para que pida: “Señor, dame fuerzas para enfrentar el mal”.
Texto retirado de: La Revista
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