Delante de la Vida Universal, puntillada de constelaciones, cuya grandeza nos escapa, por ahora, a la comprensión, imaginemos el hombre primitivo al contemplar desde la insipiencia de su choza una ciudad super culta, poblada de escuelas y santuarios, oficinas y monumentos.
Seguramente que semejante visión le encorajaría el estímulo al progreso, pero no le exoneraría del deber de primorearse en su propia educación, antes de cualquier arrancada a las eminencias divisadas.
Es indispensable, que estemos alertas en el perfeccionamiento que nos es necesario, antes de intentar la ascensión a la Espiritualidad Superior.
La Tierra, en sus múltiples círculos de acción, simboliza para nosotros, desencarnados y encarnados, la universidad preciosa, congregando variados cursos de evolución.
El dolor y la dificultad, el trabajo y la prueba, en sus esferas de servicio, representan materias benditas en cuya asimilación, nos será posible, efectuar el perfeccionamiento propio, a la manera del diamante que, aprisionado al cascajo, reclama el esmeril que lo dilacera, convirtiéndose por fin, en la piedra hermosa y rara, susceptible de reflejar las magnificencias de la luz.
Nuestro problema esencial, por lo pronto, es el de nuestra propia adaptación a las Leyes Divinas, de que Jesucristo, aun y siempre, es nuestro ejemplo mayor.
Semejante adaptación se constituye de humildad y de amor, para que la Sabiduría Celestial encuentre en nosotros la justa resonancia.
Contemplando las estrellas e indagando acerca de los mundos sublimes, no nos olvidemos de nuestra propia sublimación, a fin de que, transformados, un día, en estrellas conscientes en el campo de la vida, podamos en cualquier parte retratar el Eterno Bien, realizando con nuestra simple presencia la exaltación del Señor.
Pintura de: Maria Kreyn
Tomada del blog Women Painting Women
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
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