Por Paulo Coelho
El Alquimista
Muchas veces la rutina diaria puede hacernos olvidar los valores reales de la propia vida y los peligros de sueños irrealistas.
Hace muchos años vivía en China un joven llamado Mogo, que se ganaba el sustento picando piedras. Aunque era sano y fuerte, no se conformaba con su destino, y se quejaba día y noche. Tanto blasfemó contra Dios que su ángel de la guarda se le apareció.
-Tienes salud y toda una vida por delante, dijo el ángel. Todos los jóvenes empiezan haciendo algo como tú. ¿Por qué te quejas constantemente?
-Dios fue injusto conmigo y no me dio una oportunidad para crecer, respondió Mogo.
Preocupado, el ángel se presentó ante el Señor pidiendo ayuda para que su protegido no acabase perdiendo el alma.
-Que se haga tu voluntad, dijo el Señor. Todo lo que Mogo quiera le será concedido.
Al día siguiente, Mogo picaba piedras cuando vio pasar un carruaje que transportaba a un noble cubierto de joyas. Pasando las manos por el rostro sudoroso y sucio, Mogo dijo con amargura: ¿Por qué yo no puedo ser noble también? ¡Ese es mi destino!
-¡Lo serás!, murmuró el ángel con inmensa alegría.
Y Mogo se transformó en el dueño de un palacio suntuoso, con muchas tierras, rodeado de sirvientes y caballos. Solía salir todos los días con su impresionante cortejo, y le gustaba ver a sus antiguos compañeros alineados en una orilla de la calle, mirándolo con respeto.
Un día, el calor era insoportable; Mogo sudaba como en el tiempo en que picaba piedras. Entonces se dio cuenta de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, emperadores y sobre todos ellos estaba el sol, que no obedecía a nadie, pues era el verdadero rey.
-¡Ah, ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el sol? -¡Pues lo serás! –exclamó el ángel, escondiendo su tristeza ante tamaña ambición.
Y Mogo se convirtió en el Sol como deseaba.
Mientras brillaba en el cielo, admirado con su gigantesco poder de hacer madurar las cosechas o quemarlas a su antojo, un punto negro comenzó a avanzar hacia él. La mancha oscura fue creciendo y Mogo se dio cuenta de que era una nube, extendiéndose a su alrededor y haciendo que ya no pudiese ver la Tierra.
-¡Ángel!, gritó Mogo. ¡La nube es más fuerte que el Sol! ¡Mi destino es ser nube!
-¡Lo serás!, respondió el ángel.
Mogo se transformó en nube.
-¡Soy poderoso!, gritaba, oscureciendo el Sol.
Pero, en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mundo. Mogo pensó que la roca lo desafiaba y desencadenó una tempestad que nunca antes se había visto en el mundo. Las olas, enormes y furiosas, golpeaban la roca, intentando arrancarla del suelo y arrojarla al fondo del mar.
Pero, firme e impasible, la roca continuaba en su lugar.
-¡Ángel!, sollozaba Mogo. ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser una roca! Y Mogo se transformó en roca.
-¿Quién podrá vencerme ahora?, decía. ¡Soy el más poderoso!
Y así pasaron varios años hasta que, cierta mañana, Mogo sintió un pinchazo agudo en sus entrañas de piedra, al que siguió un dolor profundo, como si una parte de su cuerpo de granito estuviese siendo dilacerada. A continuación escuchó golpes sordos, insistentes, y una vez más el dolor gigantesco.
Loco de espanto, gritó: ¡Ángel! ¡Alguien quiere matarme! ¡Él tiene más poder que yo, y yo quiero ser como él!
-¡Y lo serás!, dijo el ángel. Así Mogo volvió a picar piedras.
(Una bella historia enviada por la lectora Shirlei Massapust)
Ilustración de: Vanessa Carolina Balleza Añez
Texto retirado de: La Revista
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