Por Paulo Coelho
El Alquimista
“Mucha gente tiene miedo de la felicidad. Para estas personas, estar bien con la vida significa cambiar una serie de hábitos y perder su identidad propia”.
Por increíble que parezca, mucha gente tiene miedo de la felicidad. Para estas personas, estar bien con la vida significa cambiar una serie de hábitos y perder su identidad propia.
Muchas veces nos juzgamos indignos de las cosas buenas que nos suceden. No aceptamos los milagros, porque al aceptarlos nos da la sensación de que estamos debiendo algo a Dios. Además de eso, tenemos miedo de “acostumbrarnos” a la felicidad.
Pensamos: “Es mejor no probar el cáliz de la alegría porque cuando nos falte sufriremos mucho”.
Por miedo a disminuir, dejamos de crecer. Por miedo a llorar, dejamos de reír. A continuación, algunas historias al respecto:
Tras los pasos de Moisés
El rabino Zuya quería descubrir los misterios divinos. Por eso resolvió imitar la vida de Moisés.
Durante años intentó conducirse como el profeta, sin conseguir los resultados esperados. Cierta noche, exhausto de tanto estudiar, terminó adormeciéndose. En el sueño se le apareció Dios:
- ¿Por qué estás tan perturbado, hijo mío? –preguntó.
- Mis días en la Tierra terminarán y estoy lejos de llegar a ser como Moisés –respondió
Zuya.
- Si yo necesitara otro Moisés ya lo habría creado –dijo Dios– Cuando tú aparezcas ante mí para el juicio, no preguntaré por qué no fuiste como Moisés, sino quién fuiste tú: procura ser un buen Zuya.
El jumento muere de cansancio
Nasrudin decidió buscar nuevas técnicas de meditación. Ensilló su jumento y fue a la India, a la China, a Mongolia, habló con todos los grandes maestros, pero no consiguió nada.
Oyó decir que había un sabio en Nepal y viajó hasta allá, pero cuando subía la montaña para encontrarlo, su jumento murió de cansancio. Nasrudin lo enterró allí mismo y lloró de tristeza. Alguien pasó y comentó:
- Buscabas un santo y esa debe de ser su tumba. Seguramente estás lamentando su muerte.
- No, es el lugar donde enterré a mi jumento, que ha muerto de cansancio.
- No lo creo –dijo el recién llegado–. Nadie llora por un jumento muerto. Eso debe ser un lugar donde suceden los milagros, y tú lo quieres guardar solo para ti mismo.
Por más que Nasrudin insistiera, no sirvió de nada. El hombre fue hasta la aldea vecina y difundió la historia de un gran maestro que realizaba curas en su tumba, y pronto los peregrinos comenzaron a llegar.
Poco a poco, la noticia del descubrimiento del Sabio del Luto Silencioso se esparció por todo el Nepal, y multitudes acudieron al lugar. Un hombre rico fue hasta allí y como consideró que había sido recompensado, mandó construir un imponente monumento en el lugar en el que Nasrudin había enterrado a su “maestro”.
En vista de esto, Nasrudin resolvió dejar las cosas como estaban. Pero aprendió de una vez por todas que cuando alguien quiere creer una mentira, nadie le podrá convencer de lo contrario.
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