Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Lo que antes era la búsqueda de algo concreto se había transformado en un ejercicio mecánico, al que no prestaba ninguna atención ni le proporcionaba el menor placer”.
Internet es un gran manantial de historias. A continuación, dos historias sobre piedras, extraídas de la red de redes.
El guijarro correcto
El hombre oyó decir que cierto alquimista había perdido, en un desierto muy cercano, el resultado de años de trabajo: la famosa piedra filosofal, que transformaba en oro cualquier metal que tocase.
Impulsado por el deseo de encontrarla y hacerse rico, el hombre se dirigió al desierto. Como no sabía exactamente qué aspecto tenía la piedra filosofal, comenzó a recoger todos los guijarros que encontraba, poniéndolos en contacto con la hebilla de su cinturón, y observando si ocurría algo.
Transcurrió un año, y otro más, y nada. El hombre, no obstante, conservaba con terquedad su deseo de recuperar la piedra mágica. Por ello, ya automáticamente, caminaba por los diversos valles y montañas del desierto, restregando un guijarro tras otro contra su cinturón.
Cierta noche, antes de dormir, ¡se dio cuenta de que su hebilla se había transformado en oro!
Pero, ¿cuál de las piedras había obrado el prodigio? ¿Acaso el milagro había ocurrido por la mañana, o ya de noche? ¿Hace cuánto tiempo, realmente, no se fijaba en el resultado de su esfuerzo? Lo que antes era la búsqueda de algo concreto se había transformado en un ejercicio mecánico, al que no prestaba ninguna atención ni le proporcionaba el menor placer. Lo que era una aventura, se había transformado en una obligación odiosa.
Ahora ya no había manera de descubrir la piedra exacta, pues la hebilla ya era de oro, y ya no podría ser nuevamente transformada. Había recorrido el camino correcto, pero había dejado de prestar atención al milagro que lo aguardaba.
Las piedras mayores
El maestro puso encima de la mesa un jarrón de cristal.
A continuación, sacó de una bolsa una decena de piedras del tamaño de una naranja, y empezó a meterlas una a una dentro del recipiente.
Cuando el jarrón ya tenía piedras hasta el borde, les preguntó a sus alumnos:
-¿Está lleno? Todos respondieron que sí. El maestro, sin embargo, echó mano de otra bolsa que contenía grava y, sacudiendo las piedras grandes de dentro del jarrón, logró meter bastante grava en los espacios vacíos.
-¿Está lleno? –preguntó de nuevo. Los alumnos dijeron que ahora sí que estaba lleno. Entonces fue cuando el maestro usó el contenido de una tercera bolsa, que contenía fina arena, derramándola en el interior del jarrón.
La arena fue rellenando todos los intersticios entre las piedras y la grava, hasta completar todo el recipiente.
-De acuerdo –dijo el maestro-, ahora el jarrón está lleno. ¿Cuál es la enseñanza que he querido demostrar?
-Que no importa lo ocupado que estés, pues siempre habrá espacio para hacer algo más– dijo un alumno.
-Nada de eso. En realidad, esta pequeña demostración nos permite darnos cuenta de lo siguiente: si no ponemos las piedras grandes al principio, no podremos meterlas después.
»A partir de eso, pensemos: ¿cuáles son las cosas importantes de nuestra vida? ¿Qué proyectos dejamos para más adelante, qué aventuras nos negamos a vivir, por qué amores no luchamos?
»Preguntaos cuáles son las piedras grandes, sólidas, que mantienen encendida en vosotros la llama de Dios. Y ponedlas rápido en el jarrón de las decisiones, o dentro de muy poco ya no encontraréis lugar para ellas.
Texto retirado de: La Revista
Texto retirado de: La Revista
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