39- ANTE LA TIERRA
En relación con el esfuerzo cotidiano por la vida, el espíritu que ha madurado en raciocinio y despertado al sentimiento se siente cada vez mas solo, más inadaptado y menos comprendido.
Por ondas crecientes de renovación, nuevas generaciones aparecen en su camino y le crean conflictos sentimentales y amargas luchas.
Extraña sed de armonía invade su alma.
Habitualmente se reconoce extranjero incluso dentro de su propia familia.
Aislado por la corriente oscura de las desilusiones ininterrumpidas, se abandona al tedio infinito y conserva el corazón endurecido.
A pesar de ello, esa no es la hora para desistir o desanimarse.
El fruto maduro es la riqueza del futuro.
Quien se equilibra a través del conocimiento, es el apoyo del que duda en la ignorancia.
¿Qué será de la escuela cuando el alumno, elevado a la condición de maestro, huya de la enseñanza con el pretexto de no tolerar la ignorancia y torpeza de los nuevos aprendices? ¿Y quién estará tan habilitado ante el infinito, al punto de menoscabar la oportunidad de proseguir adquiriendo sabiduría?
La Tierra es la venerable institución donde encontramos los recursos indispensables para atender a nuestro propio perfeccionamiento.
Millones de vidas forman el pedestal sobre el cual nos erigimos, y al haber alcanzado el gran entendimiento nos corresponde auxiliar a las vidas principiantes.
Por eso, en la plenitud del discernimiento, reclamamos una fe que reanime nuestra alma, realce nuestra visión - para que podamos reconocer a la madurez del espíritu como el más bello y el más valioso período de nuestra peregrinación por el mundo -, y nos enseñe a actuar con desinterés ya servir sin esperar recompensa.
Ubicados en la cima de la gran comprensión, no prescindimos de gran serenidad.
Si bien con el transcurso del tiempo registramos nuestro aislamiento íntimo, cuando somos alimentados por el ideal superior inmediatamente observarnos nuestra profunda relación con la Humanidad entera.
Poco a poco nos informamos que nadie es tan indigente que no pueda contribuir al progreso común, y ocupamos con decisión el lugar que nos compete en el edificio de la armonía general, mientras distribuimos fragmentos de nosotros mismos en el culto a la fraternidad bien vivida.
Entonces, valiéndonos de la resurrección de hoy para combatirla muerte de ayer, encontramos en la lucha el esmeril que pulirá el espejo de nuestra conciencia, a fin de que nos convirtamos en fieles reflejos de la belleza divina.
El mundo, por más áspero que nos parezca, será para nuestro espíritu la escuela de perfección, cuyos instrumentos correctivos habremos de bendecir un día. Los compañeros de jornada que lo habitan con nosotros, por más ingratos e impasibles, son nuestras oportunidades de materialización del bien, medios para nuestra mejoría y redención que, bien aprovechados por nuestro esfuerzo, pueden transformarnos en héroes.
No hay medida para el hombre fuera del ámbito social en el que vive. Si es indudable que solamente nuestro trabajo por la comunidad puede engrandecer o destruir el organismo de la sociedad, solamente el organismo de la sociedad puede transformarnos, individualmente, en grandes o miserables.
La comunidad habrá de juzgarnos siempre por nuestra actitud dentro de ella para conducirnos al altar del reconocimiento, al tribunal de la justicia o a la sombra del olvido.
El Espiritismo, bajo la luz del Cristianismo, viene al mundo para despertarnos.
La Tierra es nuestro domicilio temporario.
La Humanidad es nuestra verdadera familia.
Todos estamos señalados por Dios para gloriosos destinos.
En razón de eso, Jesús el Divino Mensajero del Amor para todos los tiempos, proclamo la irrefutable verdad: "- De las ovejas que mi Padre me ha confiado no se perderá ninguna".
Ilustración de: Cynthia Lund Torroll, tomada del blog Recogedor