Por Paulo Coelho
El Alquimista
Diálogo con el maestro (5)
“Cuando lo inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia”
Termino la serie de relatos mantenidos con mi maestro J.
P. Coelho: ¿Por qué existe tanta tragedia y tanta miseria?
J. La tragedia y la miseria son dos cosas diferentes, y temas que requieren largo tiempo para ser tratados. ¿Sobre cuál de los dos prefieres que hablemos?
P.C.: De momento, sobre la tragedia. ¿Por qué sufre el hombre?
J. Da una mirada a la Biblia y encontrarás la siguiente reflexión: “Lo que es bueno viene de Ti, oh mi Señor. Lo que es malo también viene de Ti, mi Señor. Por tanto, ¿qué he de temer?”.
P.C.: Aún así, sufrimos.
J. Sin duda. Pero toma en consideración lo siguiente: de diez problemas que tenemos, nueve son creados por nosotros mismos, a través de la culpa, del autocastigo, de la autocompasión.
Sin embargo, de vez en cuando aparece un gran obstáculo en nuestro camino, que fue colocado allí por Dios, y que tiene una única razón. Y esta razón es: darnos una oportunidad de cambiar todo, de caminar hacia adelante.
¿Qué es la tragedia? Un cambio radical en nuestras vidas, siempre ligado al mismo principio: la pérdida. El sufrimiento es siempre el resultado de una pérdida de alguien o de la salud, la belleza o las condiciones financieras.
Cuando estás ante una pérdida, no sirve de nada intentar recuperar lo que ya se fue. Por otro lado, un gran espacio se ha abierto en tu vida, y allí está, vacío, esperando ser llenado con algo nuevo. En el momento de la pérdida, por más contradictorio que parezca, tú estás ganando una gran porción de libertad.
Pero la mayoría de los hombres, cuando sucede la tragedia, llenan ese espacio con dolor y amargura. No piensan que existen otras maneras de encarar lo inevitable.
P.C.: ¿Por ejemplo?
J. En primer lugar, aprendiendo la gran lección de los sabios: la paciencia, la seguridad de que todo –bueno o malo– es transitorio en esta vida. En segundo lugar, utilizando este súbito cambio de rumbo para arriesgar sus días en nuevas cosas que siempre soñó hacer.
P.C.: Está claro en lo que se refiere a cosas materiales. Pero, ¿y la muerte de alguien?
J. En lo que se refiere a la muerte ya hemos conversado mucho y sabes que ella no existe para aquel que se fue –esta persona está disfrutando las delicias de una transformación radical-. La sensación de muerte existe solamente para quien se queda aquí. Todo ser querido, al partir, se transforma en nuestro protector; después de pasado el periodo de duelo, debemos alegrarnos porque estamos más protegidos. Igualmente un día estaremos del otro lado, protegiendo a las personas que amamos aquí.
P.C.: Y aquellos que odiamos...
J. Exactamente lo que imaginas. Quedan sujetos a nosotros por el sentimiento de la amargura. Por eso Jesús dijo: “Antes de ir al templo, vuelve y perdona a tu hermano”. Es necesario estar lavando constantemente el alma con el agua del perdón.
P.C.: Volviendo a la tragedia...
J. Existe algo que es imposible medir, y es la intensidad del dolor. Sabemos que una persona está sufriendo porque ella nos lo cuenta, pero no podemos evaluar exactamente cuánto. Muchas veces intentamos comparar la actitud de una persona ante la tragedia y terminamos por juzgarla más fuerte o más débil de lo que realmente es. No compares el dolor ajeno con nada; solo quien está sufriendo sabe por lo que está pasando.
Por consiguiente, cuando la tragedia inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia. Ella destruirá 9/10 de aquello que tú eres, pero el 1/10 restante te transformará en una persona infinitamente más fuerte.Texto retirado de: La Revista
El Alquimista
Diálogo con el maestro (5)
“Cuando lo inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia”
Termino la serie de relatos mantenidos con mi maestro J.
P. Coelho: ¿Por qué existe tanta tragedia y tanta miseria?
J. La tragedia y la miseria son dos cosas diferentes, y temas que requieren largo tiempo para ser tratados. ¿Sobre cuál de los dos prefieres que hablemos?
P.C.: De momento, sobre la tragedia. ¿Por qué sufre el hombre?
J. Da una mirada a la Biblia y encontrarás la siguiente reflexión: “Lo que es bueno viene de Ti, oh mi Señor. Lo que es malo también viene de Ti, mi Señor. Por tanto, ¿qué he de temer?”.
P.C.: Aún así, sufrimos.
J. Sin duda. Pero toma en consideración lo siguiente: de diez problemas que tenemos, nueve son creados por nosotros mismos, a través de la culpa, del autocastigo, de la autocompasión.
Sin embargo, de vez en cuando aparece un gran obstáculo en nuestro camino, que fue colocado allí por Dios, y que tiene una única razón. Y esta razón es: darnos una oportunidad de cambiar todo, de caminar hacia adelante.
¿Qué es la tragedia? Un cambio radical en nuestras vidas, siempre ligado al mismo principio: la pérdida. El sufrimiento es siempre el resultado de una pérdida de alguien o de la salud, la belleza o las condiciones financieras.
Cuando estás ante una pérdida, no sirve de nada intentar recuperar lo que ya se fue. Por otro lado, un gran espacio se ha abierto en tu vida, y allí está, vacío, esperando ser llenado con algo nuevo. En el momento de la pérdida, por más contradictorio que parezca, tú estás ganando una gran porción de libertad.
Pero la mayoría de los hombres, cuando sucede la tragedia, llenan ese espacio con dolor y amargura. No piensan que existen otras maneras de encarar lo inevitable.
P.C.: ¿Por ejemplo?
J. En primer lugar, aprendiendo la gran lección de los sabios: la paciencia, la seguridad de que todo –bueno o malo– es transitorio en esta vida. En segundo lugar, utilizando este súbito cambio de rumbo para arriesgar sus días en nuevas cosas que siempre soñó hacer.
P.C.: Está claro en lo que se refiere a cosas materiales. Pero, ¿y la muerte de alguien?
J. En lo que se refiere a la muerte ya hemos conversado mucho y sabes que ella no existe para aquel que se fue –esta persona está disfrutando las delicias de una transformación radical-. La sensación de muerte existe solamente para quien se queda aquí. Todo ser querido, al partir, se transforma en nuestro protector; después de pasado el periodo de duelo, debemos alegrarnos porque estamos más protegidos. Igualmente un día estaremos del otro lado, protegiendo a las personas que amamos aquí.
P.C.: Y aquellos que odiamos...
J. Exactamente lo que imaginas. Quedan sujetos a nosotros por el sentimiento de la amargura. Por eso Jesús dijo: “Antes de ir al templo, vuelve y perdona a tu hermano”. Es necesario estar lavando constantemente el alma con el agua del perdón.
P.C.: Volviendo a la tragedia...
J. Existe algo que es imposible medir, y es la intensidad del dolor. Sabemos que una persona está sufriendo porque ella nos lo cuenta, pero no podemos evaluar exactamente cuánto. Muchas veces intentamos comparar la actitud de una persona ante la tragedia y terminamos por juzgarla más fuerte o más débil de lo que realmente es. No compares el dolor ajeno con nada; solo quien está sufriendo sabe por lo que está pasando.
Por consiguiente, cuando la tragedia inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia. Ella destruirá 9/10 de aquello que tú eres, pero el 1/10 restante te transformará en una persona infinitamente más fuerte.
Termino la serie de relatos mantenidos con mi maestro J.
P. Coelho: ¿Por qué existe tanta tragedia y tanta miseria?
J. La tragedia y la miseria son dos cosas diferentes, y temas que requieren largo tiempo para ser tratados. ¿Sobre cuál de los dos prefieres que hablemos?
P.C.: De momento, sobre la tragedia. ¿Por qué sufre el hombre?
J. Da una mirada a la Biblia y encontrarás la siguiente reflexión: “Lo que es bueno viene de Ti, oh mi Señor. Lo que es malo también viene de Ti, mi Señor. Por tanto, ¿qué he de temer?”.
P.C.: Aún así, sufrimos.
J. Sin duda. Pero toma en consideración lo siguiente: de diez problemas que tenemos, nueve son creados por nosotros mismos, a través de la culpa, del autocastigo, de la autocompasión.
Sin embargo, de vez en cuando aparece un gran obstáculo en nuestro camino, que fue colocado allí por Dios, y que tiene una única razón. Y esta razón es: darnos una oportunidad de cambiar todo, de caminar hacia adelante.
¿Qué es la tragedia? Un cambio radical en nuestras vidas, siempre ligado al mismo principio: la pérdida. El sufrimiento es siempre el resultado de una pérdida de alguien o de la salud, la belleza o las condiciones financieras.
Cuando estás ante una pérdida, no sirve de nada intentar recuperar lo que ya se fue. Por otro lado, un gran espacio se ha abierto en tu vida, y allí está, vacío, esperando ser llenado con algo nuevo. En el momento de la pérdida, por más contradictorio que parezca, tú estás ganando una gran porción de libertad.
Pero la mayoría de los hombres, cuando sucede la tragedia, llenan ese espacio con dolor y amargura. No piensan que existen otras maneras de encarar lo inevitable.
P.C.: ¿Por ejemplo?
J. En primer lugar, aprendiendo la gran lección de los sabios: la paciencia, la seguridad de que todo –bueno o malo– es transitorio en esta vida. En segundo lugar, utilizando este súbito cambio de rumbo para arriesgar sus días en nuevas cosas que siempre soñó hacer.
P.C.: Está claro en lo que se refiere a cosas materiales. Pero, ¿y la muerte de alguien?
J. En lo que se refiere a la muerte ya hemos conversado mucho y sabes que ella no existe para aquel que se fue –esta persona está disfrutando las delicias de una transformación radical-. La sensación de muerte existe solamente para quien se queda aquí. Todo ser querido, al partir, se transforma en nuestro protector; después de pasado el periodo de duelo, debemos alegrarnos porque estamos más protegidos. Igualmente un día estaremos del otro lado, protegiendo a las personas que amamos aquí.
P.C.: Y aquellos que odiamos...
J. Exactamente lo que imaginas. Quedan sujetos a nosotros por el sentimiento de la amargura. Por eso Jesús dijo: “Antes de ir al templo, vuelve y perdona a tu hermano”. Es necesario estar lavando constantemente el alma con el agua del perdón.
P.C.: Volviendo a la tragedia...
J. Existe algo que es imposible medir, y es la intensidad del dolor. Sabemos que una persona está sufriendo porque ella nos lo cuenta, pero no podemos evaluar exactamente cuánto. Muchas veces intentamos comparar la actitud de una persona ante la tragedia y terminamos por juzgarla más fuerte o más débil de lo que realmente es. No compares el dolor ajeno con nada; solo quien está sufriendo sabe por lo que está pasando.
Por consiguiente, cuando la tragedia inevitable aparece es preciso recordar estos tres puntos: aprovechar la libertad de la pérdida, no juzgar el dolor y aprender el arte de la paciencia. Ella destruirá 9/10 de aquello que tú eres, pero el 1/10 restante te transformará en una persona infinitamente más fuerte.
Texto retirado de: La Revista
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