Hombre alguno posee consigo bastante recursos para redimir al mundo, pero todos guardamos suficientes posibilidades para la regeneración de nosotros mismos.
No te olvides de la hora que pasa, convocándote a las construcciones del espíritu.
El patrimonio real de cada uno es aquel que se constituye de nuestras propias obras.
Y todo aquello que nos rodea, cuando nos hallamos en la encarnación terrestre, sea riqueza o indigencia, dolor o felicidad, plenitud o escasez, en el círculo de las circunstancias a que el renacimiento nos arroja, no pasa de ser material didáctico, objetivándonos la educación para la vida eterna.
No te descuides del tiempo, la fuerza aparentemente inerte susceptible de ofrecernos los medios necesarios a la acción edificante.
Con los días, algo producimos.
Mientras el labrador diligente prepara cosechas de prosperidad y alegría, aquel otro que cruza los brazos, al frente del arado, forma solidificaciones de indiferencia que lo inclina a la penuria.
Mientras el aprendiz de la sabiduría avanza hacia adelante, trazando sendas de acceso al Infinito, el estudiante holgazán coagula las sombras, alrededor del grado en que la vida lo sitúa, demorándose en la estagnación.
Resguarda tu propio cuerpo, como bendito instrumento de elevación.
A través de él, si quieres, es posible almacenar los valores de la espiritualidad, alcanzar la paz íntima, recoger las bendiciones del Cielo y reflejar la Divina Voluntad, enriqueciéndote, cada vez más, por la extensión creciente de tus propias facultades, en la comprensión del propio camino.
Busquemos más luz.
Cuando el Maestro recomendó nos hiciésemos niños, ante la Ley, no se proponía retenernos en la ingenuidad o en la incultura. Procuraba crear en nosotros el estado imprescindible de receptividad, al frente de la vida, a fin de reajustarnos a los hilos de nuestros ideales, sobre las bases de la verdadera sublimación.
Pintura de: Beatriz Martin-Vidal
Tomada del blog Recogedor
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía:
Texto tomado del:
Libro "
NACER Y RENACER
".
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