Por Paulo Coelho
El Alquimista
“Y, con todo, lo más importante es usted: lucha, se esfuerza e intenta mejorar, tiene sueños, se alegra o entristece por causa del amor. Y si usted no estuviese vivo, algo faltaría”.
¿Sabe usted exactamente dónde está ahora? Está en una ciudad, con mucha gente, y en este momento existe una gran probabilidad de que varias personas abriguen en sus corazones las mismas esperanzas y desesperanzas que usted abriga.
Sigamos. Usted es un puntito microscópico en la superficie de una bola. Esta bola gira en torno de otra, que a su vez está localizada en un rinconcito de una galaxia, junto a millones de otras bolas.
Esta galaxia forma parte de algo llamado Universo, lleno de gigantescos aglomerados estelares. Nadie sabe exactamente dónde comienza y dónde termina lo que llamamos Universo.
Y, con todo, lo más importante es usted: lucha, se esfuerza e intenta mejorar, sueña, se alegra o entristece por causa del amor. Y si no estuviese vivo, algo faltaría.
A continuación, algunos relatos sobre el derecho a ser únicos.
El árbol gigantesco
Un carpintero y sus auxiliares viajaban por la provincia de Ki, en busca de material para construcciones vieron un árbol tan gigantesco que cinco hombres tomados de las manos no conseguían rodearlo, y su copa era tan alta que casi tocaba las nubes.
-No perderemos nuestro tiempo con este árbol –dijo el maestro carpintero. Tardaríamos demasiado en cortarlo. Si quisiéramos hacer un barco, se hundiría por causa de lo pesado que es su tronco. Si quisiéramos usarlo para la estructura de un techo, las paredes tendrían que ser exageradamente resistentes.
El grupo siguió adelante. Uno de los aprendices comentó:
-¡Es un árbol tan grande y no sirve para nada!
-Estás equivocado –dijo el maestro carpintero. Él ha seguido su destino a su manera. Si fuese igual a los demás, ya lo habríamos cortado. Pero porque tuvo el coraje de ser diferente, permanecerá vivo y fuerte mucho tiempo.
Quiero ser un ángel
El abad Juan Pequeño pensó: “Estoy cansado de ser un hombre como los otros; tengo que ser como los ángeles, que no hacen nada y solo viven contemplando la gloria de Dios”. Así, aquella noche abandonó el monasterio de Esceta y se fue al desierto.
Una semana después regresó al convento. El Hermano Portero le escuchó golpear la puerta y preguntó quién era.
-Soy el abad Juan –respondió. Tengo hambre...
-No puede ser –dijo el Hermano Portero. –El abad Juan está en el desierto, transformándose en ángel. Ya no siente hambre, y no necesita trabajar.
-Perdona mi orgullo –respondió el abad Juan. “Los ángeles ayudan a la humanidad; este es su trabajo, y por eso no necesitan comer, apenas contemplar. Pero yo soy un hombre. La única manera de contemplar esta misma gloria es haciendo lo que los ángeles hacen, ayudando a mi prójimo. El ayuno no sirve de nada”.
Al oír este gesto de humildad, el Hermano Portero volvió a abrir la puerta del convento.
El mejor ejemplo
Preguntaron a Dov Beer de Mezeritch: ¿Cuál es el mejor ejemplo a seguir? ¿El de los hombres piadosos, que dedican su vida a Dios sin preguntar por qué, o el de los hombres cultos que procuran entender la voluntad del Altísimo?
El mejor ejemplo es el del niño, respondió Dov Beer.
El niño no sabe nada, aún no aprendió lo que es la realidad, fue el comentario general.
-Estáis muy equivocados, porque él posee cuatro cualidades que nunca deberíamos olvidar. Está siempre alegre sin razón. Está siempre ocupado. Cuando desea algo, sabe exigirlo con insistencia y determinación. Finalmente, consigue parar de llorar con rapidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario