Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“A nuestros hijos y nietos, contémosles las maravillas que vimos, los peligros por los que pasamos. Ellos también nacerán y morirán, contarán sus historias a sus descendientes, y la caravana aún no habrá llegado a su destino”.
Los cuentos
En el monasterio de Sceta, cierto día, el abad Lucas reunió a los frailes para el sermón.
–Que jamás se os recuerde– dijo.
–Pero, ¿por qué?– repuso uno de los hermanos.
–¿Acaso nuestro ejemplo no puede ser de ayuda para alguien que lo necesite?
–En el tiempo en que todo el mundo era justo, nadie prestaba atención a las personas ejemplares– respondió el abad.
–Todos –continuó– ofrecían a sus hermanos lo mejor de sí mismos sin pretender con eso estar cumpliendo su deber. Amaban al prójimo porque entendían que esto formaba parte de la vida, y no hacían nada en particular para respetar la ley de la naturaleza. Compartían sus bienes para no tener que acumular más de lo que podían cargar, ya que los viajes duraban la vida entera. Vivían juntos en libertad, dando y recibiendo, sin exigir nada ni culpar a nadie. Por eso nadie contaba sus hechos, y por eso no nos llegaron sus historias.
-¡Ojalá pudiéramos conseguir lo mismo en el presente! Hacer del bien una cosa tan común, que no hubiese necesidad de exaltar a aquel que lo practicase.
Arreglando el mundo
El padre intentaba leer el periódico mientras su hijo pequeño no dejaba de molestarlo. Ya cansado de las interrupciones, arrancó una hoja –que mostraba un mapamundi– la rasgó en varios pedazos, y se la entregó al niño.
–Listo, ya tienes algo que hacer. Acabo de darte un mapa del mundo, y quiero ver si consigues montarlo exactamente como es.
Volvió a leer el periódico, sabiendo que esto mantendría ocupado al niño durante el resto del día. Sin embargo, quince minutos después el chiquillo volvió con el mapa.
–¿Tu madre ha estado enseñándote geografía?– preguntó el padre, atónito.
–Yo ni sé lo que es eso– respondió el niño–. Lo que pasa es que por el otro lado de la hoja estaba la foto de un hombre. Y después de conseguir arreglar al hombre fue bien fácil arreglar el mundo.
El hecho
Zilu le preguntó a Confucio (filósofo chino que vivió en el siglo VI a.C.):
–¿Puedo saber lo que piensa usted sobre la muerte?
–Poder, puedes– respondió Confucio–. Pero, si aún no comprendes la vida, ¿por qué quieres saber sobre la muerte? Para reflexionar sobre ella, mejor espera a que la vida ya haya terminado.
La reflexión
Loren Eiseley (en El alma del mundo(de Phil Cousineau):
“¿A través de cuántas dimensiones deberemos pasar, y cuántas formas de vida tendremos que atravesar en esta existencia?”. “¿Cuántos caminos el hombre ha de recorrer hasta alcanzar la meta que eligió?”.
“El viaje es difícil, largo, a veces imposible”. De todas formas, conozco a pocas personas que se detuvieran ante estas dificultades. Entramos en el mundo sin saber bien lo que ocurrió en el pasado, cuáles fueron las consecuencias de esto, ni qué nos reserva el futuro. Es como si nuestros padres estuvieran en una caravana, y de repente nosotros nacemos, en medio del recorrido.
“Procuremos viajar lo más lejos que podamos”. Pero, mirando el paisaje a nuestro alrededor, entendamos que no será posible verlo ni aprenderlo todo.
“Lo que nos resta es recordar todo sobre nuestro viaje, de manera que podamos contar historias”
A nuestros hijos y nietos, contémosles las maravillas que vimos, los peligros por los que pasamos. Ellos también nacerán y morirán, contarán sus historias a sus descendientes, y la caravana aún no habrá llegado a su destino.
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