Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Existe siempre un acontecimiento en nuestras vidas que es el responsable por el hecho de que hayamos detenido nuestro progreso. Un trauma, una derrota especialmente amarga, una desilusión amorosa...”.
La gran mayoría de las tradiciones espirituales existentes en las Américas antes de la llegada de Colón, han conseguido –¡milagro de milagros!– preservar sus raíces. O sea, fueron más fuertes que las civilizaciones existentes en su territorio, que pronto sucumbieron a sus conquistadores. Entre ellas, el chamanismo mexicano, aún practicado por muchas tribus locales, es una de las más estudiadas; varios antropólogos han hecho estudios sobre cómo los hechiceros entendían la presencia de Dios y la búsqueda espiritual.
La ausencia de la historia personal. Para que los ritos mágicos consigan pasar de generación en generación, el hechicero, o chamán, debe olvidar todo aquello que aprendió antes de iniciarse en la magia. Según la tradición, un hombre o una mujer preso a su pasado termina dejándose gobernar por la manera de pensar de sus padres o de la sociedad en que vive. Por eso, todo iniciado escoge un nuevo nombre y procura desprenderse de los recuerdos, buenos o malos.
El proceso de olvido. Para poder abandonar la historia que vivió, el hechicero pasa meses seguidos recordando en los menores detalles cada uno de los sucesos de su vida. Algunas tradiciones piden que pase largas horas contando en voz alta ante un vaso lleno de agua todo lo que sucedió en cada encuentro con cada persona; así la experiencia sale de la memoria y se va al agua – que después es arrojada a un río. De esta manera la cabeza queda vacía, y puede comenzar a ser llenada con nuevas cosas.
El silencio interior. Una vez libre de sus pensamientos antiguos, el hechicero se concentra en el silencio interior, y espera que los espíritus comiencen a contar la verdadera historia del universo. Este silencio, junto con la ausencia de recuerdos, proporciona al hechicero la sensación de libertad total que necesita para entender un mundo nuevo.
La tela. Cuando comienza a entender su nuevo universo, él entra en una especie de trance y “ve” que todo a nuestro alrededor es una gigantesca tela de filamentos luminosos, totalmente conectados –o sea, que todo es una cosa sola–, y forma parte de la misma energía. A veces, estos filamentos luminosos se condensan bajo la forma de huevo, es decir, allí está el alma del ser humano.
El encuentro con el poder. Contemplando a su propio huevo de luz, el hechicero nota un punto, que debe encajarse con los filamentos luminosos capaces de conducir la energía del poder. Esta, aun cuando pueda ser usada por el hechicero, no puede ser manipulada; él tiene que saber conducirla suavemente para su aprendizaje. Acercarse a este punto exige silencio, meditación y perseverancia.
La energía negativa. Algunos de estos hilos de luz conducen fluidos destructores, emitidos por otros hechiceros, que no buscan el conocimiento, sino el control de las almas ajenas.
El “acomodador”. Existe siempre un acontecimiento en nuestras vidas que es el responsable por el hecho de que hayamos detenido nuestro progreso. Un trauma, una derrota especialmente amarga, una desilusión amorosa, termina haciendo que nos acobardemos y no sigamos adelante. El xamán, en su proceso de olvido de su historia personal, necesita librarse de este punto condicionante en primer lugar.
Para los hechiceros mexicanos (y algunas corrientes budistas), la muerte entra por la región próxima al ombligo. Allí el “huevo de luz” se deshace y los filamentos allí concentrados se mezclan con la energía del universo, hasta reagruparse bajo otra forma.
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