Un guerrero de la luz que confía demasiado en su inteligencia, acaba por subestimar el poder del adversario.
Por eso, el guerrero nunca subestima la fuerza bruta: cuando la agresividad de ésta llega a lo irracional, él se retira del campo de batalla, hasta que el enemigo desgaste su energía.
De todas formas, es bueno dejar bien claro lo siguiente: un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser una excelente táctica de defensa, pero no puede usarse cuando el miedo es grande.
Ante la duda, el guerrero prefiere enfrentar la derrota y después curar sus heridas. Y es que sabe que, si huye, le está dando a su agresor un poder mayor del que se merece.
Él puede llegar a sanar del sufrimiento físico, pero será eternamente perseguido por su debilidad de espíritu. Delante de algunos momentos difíciles y dolorosos, el guerrero encara la situación de desventaja con heroísmo, resignación y coraje.
Para alcanzar el estado de espíritu necesario (como está entablando una lucha en desventaja, es probable que sufra mucho), el guerrero ha de conocer exactamente qué es lo que puede dañarlo. Okakura Kakuso comenta en su libro sobre el ritual japonés del té:
«Nosotros vemos la maldad en los otros, porque conocemos la maldad a través de nuestro comportamiento. Nosotros nunca perdonamos a los que nos hieren, porque nos parece que jamás seríamos perdonados. Nosotros le decimos la dolorosa verdad al prójimo porque queremos esconderla de nosotros mismos. Nosotros mostramos nuestra fuerza, para que nadie pueda ver nuestra fragilidad.
»Por eso, siempre que juzgues a un hermano, ten consciencia de que eres tú quien está en el tribunal».
A veces, esta consciencia puede evitar una lucha que sólo traerá desventajas. Otras veces, sin embargo, no existe más salida que el combate desigual.
Sabemos que vamos a perder, pero el enemigo, la violencia, no nos dejó otra opción – a no ser la cobardía, y eso no nos interesa. En este momento, es necesario aceptar el destino, procurando tener en mente el siguiente texto del famoso Bragavad Gita (Capítulo II, 16-26):
«El hombre no nace, y tampoco muere nunca. Puesto que existe, nunca dejará de hacerlo, porque es eterno y permanente.
»Al igual que un hombre desecha las ropas usadas y empieza a usar nuevas vestimentas, el alma desecha el cuerpo viejo y asume otro nuevo.
»Pero el alma es indestructible: las espadas no pueden tajarla, ni el fuego quemarla, el agua no la moja y el viento jamás la reseca. Está más allá de la influencia de todas estas cosas.
»Como el hombre es indestructible, él sale siempre victorioso (incluso en sus derrotas), y por eso no debe lamentarse jamás».
Y ya que hablamos de retirada...
La semana que viene no tengo tiempo para crisis: mi agenda ya está llena (Henry Kissinger).
Una frase gentil acompañada de un revólver da más resultado que una simple frase gentil (Al Capone).
Buena recopilación sobre temas interesantes para todos.
ResponderEliminarAgradecida por el afectuoso comentario.