18. Padres e hijos.
La ingratitud es uno de los frutos más inmediatos del egoísmo; subleva siempre los corazones honrados; pero la de los hijos con respecto a sus padres, tiene aun un carácter más odioso.
Del Item, 9, del Cap. XIV, de “Evangelio Según el Espiritismo”.
Traída la reencarnación para los cimientos de los fenómenos socio-domésticos, no es solamente la relación de los padres para con los hijos la que asume un carácter de importancia, si no igualmente la que se verifica de los hijos para con los padres.
Los hijos no pertenecen a los padres de igual manera, como los padres no pertenecen a los hijos.
Los progenitores deben brindar un especial cuidado a sus propios retoños, más el deber funciona bilateralmente toda vez que los retoños del grupo familiar deben a sus progenitores una atención particular. Existen padres que maltratan a sus hijos e intentan esclavizarlos, cual si ellos fueran su propiedad exclusiva; aún, encontramos en ese mismo orden, hijos que agreden a los padres y buscan esclavizarlos, como si los progenitores fuesen sus servidores domésticos.
La reencarnación establece claros rumbos en cuanto al respeto muto que debe existir de unos para con los otros.
Entre padres e hijos hay naturalmente una frontera de aprecio, que no se debe ultrapasar, en nombre del amor, sin que el egoísmo aparezca, perturbando la existencia.
Justo es que los padres no interfieran en el futuro de los hijos, así como es claro que los hijos no cuestionen el pasado de sus padres.
Los padres no consiguen penetrar de inmediato en la trama del destino que los principios kármicos en el porvenir, les reserva a los hijos, y los hijos están inhabilitados para comprender, desde ahora, el enredo de las circunstancias en las cuales se hundieron sus padres en el pasado, a fin de que pudiesen volver del plano espiritual para el renacimiento en el plano físico.
Únicamente en el mundo de las causas, después de la desencarnación, les será posible entender claramente, acerca de los vínculos por los cuales se hallan imantados. Acúdase a razón de esto, al auxilio de religiosos, profesores, filósofos, y psicólogos, a fin de que la excesiva agresividad filial no caiga en la perversidad o en la delincuencia para con los padres y ni la excesiva autoridad de los padres llegue a violentar a los hijos, en nombre de la extemporánea o cruel desunión.
Padres e hijos son, originalmente, conciencias libres, libres hijos de Dios empeñados en el mundo en la obra del autoperfeccionamiento, rescate de deudas, reajuste y evolución. La leyes de la vida marcan la individualidad en el mismo grado de evolución.
Nunca se debe aplaudir el desprecio de los padres para con los hijos y viceversa.
No consideramos en el momento cualquier aspecto lírico en el tema afectivo. Presentamos, únicamente los principios básicos del universo.
La existencia terrestre es muy importante para el progreso y perfeccionamiento del espíritu; pero, al mismo tiempo, es una simple estancia de la criatura eterna en la escuela de la experiencia física a la manera del estudiante en el internado.
Los padres se asemejan a los alumnos, en condiciones más avanzadas, en el currículo de las lecciones; mientras que los hijos nos recuerdan a los estudiantes novatos, con acceso a la escuela bajo la guía de los compañeros que los precedieron, por orden de matrícula y aceptación. Y que los hijos jamás acusen a los padres por el curso complejo o difícil en el que se encuentren, en el transcurso de la existencia humana, pues en la mayoría de las ocasiones, fueron ellos mismos, los hijos, que, en la condición de espíritus desencarnados, pidieron a los padres a través de un afectuosa suplica o un suave proceso obsesivo, para que los trajesen de nuevo, a la vida física, de cuyos instrumentos se encontraban carentes a fin de encontrar el rumbo correcto, en el camino de su propia emancipación.
Pintura de: Carl Larsson, tomada del blog: IMAGINA Y CREA
Por el espíritu de: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
Texto retirado del: Libro VIDA Y SEXO.
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