El Alquimista
Uno puede aprender muchas lecciones con los personajes más comunes y en los sitios más recónditos.
Norma y las cosas buenas
En Madrid vive Norma, una brasileña muy especial. Los españoles la llaman “la abuela rockera”: en la actualidad tiene más de 70 años, trabaja en varios lugares al mismo tiempo y siempre está ideando promociones, fiestas o conciertos de música.
En cierta ocasión, hacia las cuatro de la mañana –cuando yo ya no aguantaba más de cansancio– le pregunté a Norma de dónde sacaba toda esa energía.
–Tengo un calendario mágico. Si quieres, te lo enseño.
A la tarde siguiente fui a su casa. Poco después sostenía en la mano una vieja hojita, toda llena de anotaciones.
Bien, hoy es el descubrimiento de la vacuna contra la polio –dijo–. Vamos a celebrarlo, porque la vida es bonita.
Norma había copiado, en cada uno de los días del año, alguna cosa buena que había ocurrido en aquella fecha. Para ella, la vida es siempre un motivo de alegría.
En cierta ocasión, hacia las cuatro de la mañana –cuando yo ya no aguantaba más de cansancio– le pregunté a Norma de dónde sacaba toda esa energía.
–Tengo un calendario mágico. Si quieres, te lo enseño.
A la tarde siguiente fui a su casa. Poco después sostenía en la mano una vieja hojita, toda llena de anotaciones.
Bien, hoy es el descubrimiento de la vacuna contra la polio –dijo–. Vamos a celebrarlo, porque la vida es bonita.
Norma había copiado, en cada uno de los días del año, alguna cosa buena que había ocurrido en aquella fecha. Para ella, la vida es siempre un motivo de alegría.
Dios con gafas
Sidney: el australiano y el anuncio en el periódicoEstoy en el puerto de Sidney, admirando el hermoso puente que une las dos partes de la ciudad, cuando se me acerca un australiano y me pide que lea un anuncio de un periódico.
Las letras son demasiado pequeñas –me dice– no consigo leerlas.
Yo lo intento, pero no llevo encima mis gafas de leer. Le pido disculpas al hombre.
No tiene importancia –dice él–. ¿Sabe una cosa? Pienso que Dios también tiene la vista cansada. No porque esté viejo, sino porque lo quiso así. De este modo, cuando alguien hace algo que no está bien, él no consigue verlo con claridad, y termina perdonando a la persona, pues no quiere cometer una injusticia.
¿Y qué pasa con las cosas bien hechas?, pregunto yo.
Bueno, Dios nunca se olvida las gafas en casa.
Celos mortales
Justo al día siguiente de mi primera visita a Australia, mi editor me lleva a una reserva natural cerca de la ciudad de Sidney. Allí, en medio de los bosques que cubren el lugar conocido como Montañas Azules, existen tres formaciones rocosas en forma de obelisco.
Son las Tres Hermanas –dice mi editor–, y me cuenta la siguiente leyenda:
Un hechicero paseaba con sus tres hermanas cuando se les acercó el más famoso guerrero de aquellos tiempos.
–Quiero casarme con una de estas bellas muchachas, dijo.
–Si una de ellas se casa, las otras se van a creer feas. Estoy buscando una tribu en la que los guerreros puedan tener tres mujeres, respondió el hechicero, alejándose.
Y, durante años, caminó por el continente australiano, sin conseguir encontrar esta tribu.
–Por lo menos una de nosotras podría haber sido feliz, dijo una de las hermanas cuando ya estaban viejas y cansadas de tanto caminar.
–Estaba equivocado –respondió el hechicero–. Pero ahora es tarde.
Y transformó a las tres hermanas en bloques de piedra para que quien pasase por allí, pudiese entender que la felicidad de uno no tiene por qué conllevar la tristeza de los otros.
Texto retirado de: La Revista
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