Por Paulo Coelho
El Alquimista
El Alquimista
“Bien, ¿he respondido a su pregunta? El infierno es perder el control a pesar del poder. El paraíso es mantener el control a pesar del miedo”.
¿Dónde pasar la noche?
El famoso místico Ibrahim Adham entró cierta vez en el palacio del gobernante local. Como era muy conocido en la región, ningún guardia osó detenerlo, y consiguió llegar a la presencia del soberano.
-Me gustaría pasar la noche aquí, dijo.
-Pero esto no es un hotel, respondió el rey.
-¿Puedo preguntar quién era el dueño de este palacio antes que vos?
-Mi padre. Está muerto.
-¿Y quién era el dueño, antes de vuestro padre?
-Mi abuelo. También está muerto.
-Entonces este es un lugar donde las personas se quedan un poco y después se van. ¿No es lo mismo que un hotel?
Respetando el valor y la sabiduría de Ibrahim Adham, el rey permitió que se quedara hospedado allí el tiempo que quisiera.
El coraje del monje
Un rey llamado Nobushinge se acercó al maestro Zen Hakuin y preguntó:
-¿Es que existen el infierno y el paraíso?
El maestro permaneció callado. El rey insistió algunas veces, hasta que Hakuin dijo:
-¿Quién es usted para venir a perturbar así mi tranquilidad?
El rostro de Nobushinge enrojeció de rabia:
-¡Soy un rey, el señor de todas estas tierras!
-¡Qué rey más idiota! ¡Viajar desde tan lejos para hacer una pregunta estúpida!
Noboshige comenzó a desenvainar su espada.
-¡Ah! ¡Entonces usted está armado!, rio el maestro zen. ¡Pues apuesto a que esta espada está ciega y herrumbrada!
-¡Ya verás! –bramó el rey–. ¡Mi furia es como el infierno en la tierra!
El maestro zen se abrió el quimono y mostró el pecho.
-¡Vamos! ¡Acabe con mi vida! ¡En cuanto esta espada toque mi corazón, estaré en el paraíso!
Hubo un momento de silencio. El maestro miró fijamente a Nobushinge:
-Bien, ¿he respondido a su pregunta? El infierno es perder el control a pesar del poder. El paraíso es mantener el control a pesar del miedo.
El viajero silencioso
El gobernador y su comitiva estaban en un tren cuando notaron, en el mismo vagón, a un señor mal vestido, con los ojos cerrados. Alguien quiso alejarlo de allí, pero el gobernador lo impidió: aquella criatura serviría para distraerlos durante el viaje.
Provocaron al hombre durante todo el trayecto, con bromas y humillaciones. Cuando llegaron a la estación, sin embargo, vieron que mucha gente había acudido a recibir al extraño; se trataba de uno de los más conocidos rabinos de América, cuyos seguidores habían ayudado a elegir al gobernador.
Inmediatamente este se dio cuenta del error cometido. Arrimándose a un rincón pidió:
-Perdona nuestras bromas y bendícenos, rabino.
-Puedo bendecirte, pero no puedo perdonarte. En aquel tren yo estaba, sin querer, representando a todos los hombres humildes de este mundo. Para recibir el perdón, recorre la tierra entera y arrodíllate delante de cada uno de ellos.
Dibujo de: Costa de Souza
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