1- El Hombre ante la vida
En el crepúsculo de la civilización, mientras nos encaminamos hacia la alborada de nuevos milenios, el hombre que ha madurado su capacidad de razonar supera las fronteras de la inteligencia común, y en su interior despiertan ciertos interrogantes que encienden su corazón.
¿Quiénes somos?
¿De dónde venimos?
¿Dónde está la estación terminal de nuestros destinos?
En los bordes de la senda que transita se alzan los oscuros restos de los ídolos que ha adorado y, mientras sensaciones de abatimiento se asoman a su alma enfermiza, el anhelo de una vida superior sacude lo más profundo de su ser, como un brasero ardiente de ideal bajo la espesa capa de cenizas del desengaño.
Recurre a la sabiduría y examina el microcosmos en el que sueña.
Reconoce la estrechez del círculo en el que vive.
Observa las minúsculas dimensiones del Hogar Cósmico en el que se desenvuelve.
Descubre que el Sol, fuente de luz de su opaca residencia planetaria, tiene un volumen 1.300.000 veces mayor que el de ella.
Aprende que la Luna, insignificante satélite de su morada, está a más de 380.000 kilómetros del mundo que le sirve de cuna.
Los planetas vecinos evolucionan muy lejos, en el espacio ilimitado.
Entre ellos se destaca Marte, que dista de nosotros unos 56.000.000 de kilómetros en la época de su mayor aproximación.
Extiende las investigaciones más allá del Sol y analiza otros centros de vida.
Sirio, con su grandeza, lo hace aparecer deslucido.
Pólux la imponente estrella de los Gemelos, lo eclipsa en majestad.
Capella es 5.800 veces mayor.
Antares exhibe un volumen superior aún.
Canopus tiene un brillo ochenta veces más intenso que el del Sol.
Fascinado, se da cuenta de que no existe el vacío, que la vida es patrimonio de la gota de agua, así como también es la esencia de los inconmensurables sistemas siderales. Y asombrado ante el esplendor del Universo, cuando emprende la difícil tarea de descubrirse así mismo, el hombre vuelve su pensamiento hacia el suelo al que está imantado y reclama al amor, para que responda a la soberanía cósmica vibrando dentro de la misma nota de grandeza, aunque en el ambiente en el que vive, el amor es todavía como una planta milagrosa en la que están asomando tiernos brotes.
Circunscrito al reducido núcleo consanguíneo al que se adapta, o cuando toma parte en un equipo de intereses comunes pasajeros en el que provisoriamente se incluye, padece las zozobras de la envidia, la codicia, el egoísmo, el dolor... No sabe dar si no recibe, no logra ayudar sin protestar y al mostrarse exigente para con los demás, soporta de parte de ellos los golpes siempre renovados de la incomprensión y la discordia, con escasas posibilidades de auxiliar y de auxiliarse.
Ha vislumbrado a la Majestad Divina en los Cielos y reconoce en sí mismo la pobreza infinita de la Tierra.
Tiene el cerebro inflamado de gloria y el corazón invadido por la sombra.
Se enorgullece ante los espectáculos magníficos de lo Alto y padece las miserias de aquí abajo.
Desea comunicar a los demás cuanto ha aprendido y comprendido al contemplar la vida ilimitada, pero no encuentra oídos que lo entiendan.
Advierte que en la Tierra, el Amor es aún tan escaso como la alegría que pueden proporcionar los oasis cercados.
Y cuando corta el eslabón que lo sujeta a la miserable familia humana, el hombre que abre los ojos a la grandeza de la Creación, deambula por el mundo como un viajero incomprendido y desubicado, como un peregrino que no tiene patria ni hogar, sintiéndose al mismo tiempo como un infinitesimal grano de polvo dentro de los Dominios Celestiales.
Sin embargo, en ese hombre se está ampliando la acústica del alma y a pesar de los sufrimientos que lo afligen, las Inteligencias Superiores están edificando sobre él los cimientos espirituales de la Humanidad Nueva.
Por el espíritu: Emmanuel
Psicografía: Francisco Cándido Xavier.
Texto retirado del: Libro "DERROTERO".
No hay comentarios:
Publicar un comentario