El Alquimista
Ver y buscar
“Te voy a dar la lección más importante sobre el poder del pensamiento. Cuando quieras una cosa, concéntrate sólo en ella: nadie jamás será capaz de dar en un blanco que no consigue ver...”.
Tiro con arco
Se dirigieron al bosque que había junto al monasterio. Al llegar frente a un viejo roble, Raman tomó una de las flores que llevaba en el collar, y la puso en una de las ramas del árbol.
A continuación, abrió su alforja y extrajo tres objetos: un magnífico arco de madera preciosa, una flecha y un pañuelo blanco con bordados de color lila.
El yogui entonces se situó a cien pasos del árbol, se volvió hacia su blanco, y le pidió al discípulo que le vendase los ojos con el pañuelo.
El discípulo hizo lo que el maestro le había ordenado.
-¿Cuántas veces me has visto practicar el noble y antiguo deporte del arco y la flecha? –preguntó.
-Todos los días- respondió el discípulo-. Y siempre lo vi acertar la rosa, a una distancia de trescientos pasos.
Con los ojos cubiertos por el pañuelo, el yogui Raman tomó posición, estiró el arco con toda su energía y, apuntando hacia la rosa colocada en una de las ramas del roble, disparó.
La flecha cortó el aire, provocando un silbido agudo, pero sin dar en el árbol, fallando por una distancia vergonzosa.
-¿Le he dado?- dijo Raman, quitándose el pañuelo que le cubría los ojos.
-No. Ha fallado el tiro, y por bastante -respondió el
discípulo-. Pensaba que iba a mostrarme el poder del pensamiento, y su capacidad para hacer magia.
-Te voy a dar la lección más importante sobre el poder del pensamiento –respondió Raman-. Cuando quieras una cosa, concéntrate sólo en ella: nadie jamás será capaz de dar en un blanco que no consigue ver.
La búsqueda del sabio
El abad Abraham supo que cerca del monasterio de Esceta había un sabio. Fue a buscarlo, y le preguntó:
-Si hoy encontraras una bella mujer en tu cama, ¿conseguirías pensar que no es una mujer?
-No –respondió el eremita-, pero conseguiría controlarme.
El abad continuó:
-Y si descubrieses monedas de oro en el desierto, ¿conseguirías ver estas monedas como si fuesen piedras?
-No. Pero conseguiría controlarme para dejarlas donde estaban.
Insistió Abraham:
-Y si te buscaran dos hermanos, uno que te odia y otro que te ama, ¿conseguirías pensar que ambos son iguales?
Dijo el ermitaño:
-Aunque sufriría, yo procuraría tratar a los dos de la misma manera.
Aquella noche, al regresar al monasterio de Esceta, Abraham les comentó a sus novicios:
-Voy a explicaros lo que es un sabio: es aquel que, en lugar de matar sus pasiones, consigue controlarlas.
Se dirigieron al bosque que había junto al monasterio. Al llegar frente a un viejo roble, Raman tomó una de las flores que llevaba en el collar, y la puso en una de las ramas del árbol.
A continuación, abrió su alforja y extrajo tres objetos: un magnífico arco de madera preciosa, una flecha y un pañuelo blanco con bordados de color lila.
El yogui entonces se situó a cien pasos del árbol, se volvió hacia su blanco, y le pidió al discípulo que le vendase los ojos con el pañuelo.
El discípulo hizo lo que el maestro le había ordenado.
-¿Cuántas veces me has visto practicar el noble y antiguo deporte del arco y la flecha? –preguntó.
-Todos los días- respondió el discípulo-. Y siempre lo vi acertar la rosa, a una distancia de trescientos pasos.
Con los ojos cubiertos por el pañuelo, el yogui Raman tomó posición, estiró el arco con toda su energía y, apuntando hacia la rosa colocada en una de las ramas del roble, disparó.
La flecha cortó el aire, provocando un silbido agudo, pero sin dar en el árbol, fallando por una distancia vergonzosa.
-¿Le he dado?- dijo Raman, quitándose el pañuelo que le cubría los ojos.
-No. Ha fallado el tiro, y por bastante -respondió el
discípulo-. Pensaba que iba a mostrarme el poder del pensamiento, y su capacidad para hacer magia.
-Te voy a dar la lección más importante sobre el poder del pensamiento –respondió Raman-. Cuando quieras una cosa, concéntrate sólo en ella: nadie jamás será capaz de dar en un blanco que no consigue ver.
La búsqueda del sabio
El abad Abraham supo que cerca del monasterio de Esceta había un sabio. Fue a buscarlo, y le preguntó:
-Si hoy encontraras una bella mujer en tu cama, ¿conseguirías pensar que no es una mujer?
-No –respondió el eremita-, pero conseguiría controlarme.
El abad continuó:
-Y si descubrieses monedas de oro en el desierto, ¿conseguirías ver estas monedas como si fuesen piedras?
-No. Pero conseguiría controlarme para dejarlas donde estaban.
Insistió Abraham:
-Y si te buscaran dos hermanos, uno que te odia y otro que te ama, ¿conseguirías pensar que ambos son iguales?
Dijo el ermitaño:
-Aunque sufriría, yo procuraría tratar a los dos de la misma manera.
Aquella noche, al regresar al monasterio de Esceta, Abraham les comentó a sus novicios:
-Voy a explicaros lo que es un sabio: es aquel que, en lugar de matar sus pasiones, consigue controlarlas.
Texto retirado de: La Revista
No hay comentarios:
Publicar un comentario