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domingo, 30 de enero de 2011

En busca del camino


Por Paulo Coelho

El Alquimista 


Aciertos y errores 
“Existen en nuestras vidas ciertas cosas marcadas con un sello que reza: “solo cuando me hayas perdido y recuperado, apreciarás mi valor”. De nada sirve intentar acortar este camino”. 

Salimos al mundo a la búsqueda de nuestros sueños e ideales, pese a saber que a menudo imaginamos en lugares remotos lo que en realidad está al alcance de nuestras manos. Cuando descubrimos el error, nos damos cuenta del largo tiempo que perdimos buscando tan lejos aquello que teníamos tan cerca. Nos dejamos entonces atormentar por el sentimiento de culpa por los pasos errados, la vana búsqueda y el dolor que causamos.

No debería ser así: aunque el tesoro que anhelas esté enterrado en tu casa, solo lo encontrarás cuando te alejes. Si Pedro no hubiese sufrido el dolor de la negación, nunca hubiera sido escogido jefe de la Iglesia. Si el hijo pródigo no lo hubiese abandonado todo, su padre jamás lo habría recibido a su vuelta con tan gran regocijo.

Existen en nuestras vidas ciertas cosas marcadas con un sello que reza: “solo cuando me hayas perdido y recuperado, apreciarás mi valor”. De nada sirve intentar acortar este camino.

En Japón, fui invitado a visitar el templo Zen Budista de Guncan-Gima. Al llegar allí, me sorprendió que la bellísima estructura, situada en medio de un bosque inmenso, estuviera junto a un gigantesco terreno baldío. Cuando le pregunté al encargado por aquel terreno, me explicó:

Es el lugar de la próxima construcción. Cada veinte años destruimos este templo que está usted viendo, y lo volvemos a construir al lado.

“De esta forma, los monjes carpinteros, pedreros y arquitectos pueden siempre ejercer sus habilidades, y enseñárselas, a través de la práctica, a sus aprendices. También mostramos con ello que nada en la vida es eterno, pues incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento”.

Si el camino que recorres es el de tus sueños, comprométete con él. No dejes abierta la puerta de salida, con la excusa de que “esto se acerca, pero no es lo que busco”. Esta frase tan utilizada guarda dentro de sí la simiente de la derrota.

Asume tu camino. Aunque hayas de dar pasos en falso, aunque tengas que destruir y construir constantemente, aunque sepas que puedes dar más de ti. Si aceptas tus posibilidades en el presente, con toda certeza mejorarás en el futuro.

Al maestro Achaan Chah le dieron una hermosa parcela, para que construyese en ella un monasterio. Chah debía emprender un viaje y ausentarse por un tiempo, así que dejó la construcción en manos de sus discípulos.

A su vuelta, cinco meses más tarde, las obras no habían empezado todavía. Los discípulos habían encargado varios estudios a los arquitectos locales.

Uno de ellos le preguntó a Chah:

- ¿Cuál de los proyectos debemos llevar adelante? ¿Cómo proceder para tomar la decisión acertada?

Chah respondió:

- Cuando se quiere el bien, los resultados son siempre buenos.

Liberados así del miedo a errar, tomaron una decisión y el resultado fue magnífico.

Afronta tu camino con valentía, no temas la crítica de los otros. Y sobre todo, no dejes que tu propia crítica te paralice.
Dios es el Dios de los valientes.

Texto retirado de: La Revista

domingo, 23 de enero de 2011

Pérdidas irreparables


Por Paulo Coelho

El Alquimista 

Momentos difíciles

“...Jamás digamos: Dios me abandonó... Él jamás hace esto: somos nosotros quienes a veces lo abandonamos...”


Dice el padre cisterciense Marcos García, en Burgos, España: “A veces Dios retira una determinada bendición para que la persona pueda comprenderle más allá de los favores y de las súplicas. Él sabe hasta qué punto puede someter un alma a prueba, y nunca va más allá de ese punto.

“En esos momentos, jamás digamos: “Dios me abandonó”. 

Él jamás hace esto: somos nosotros quienes, a veces, lo abandonamos. Si el Señor nos somete a una gran prueba, también siempre nos da las gracias suficientes –yo diría, más que suficientes– para superarla”.
A este respecto, la lectora Camila Galvão Piva, me envía una interesante historia titulada: Las dos joyas:

Un rabino muy religioso vivía feliz con su familia, una esposa admirable y dos hijos queridos. Cierta vez, por causa de su trabajo, tuvo que ausentarse de casa durante varios días. Justamente cuando estaba fuera, un grave accidente de coche mató a los dos niños.

Sola, la madre sufrió en silencio. Pero siendo una mujer fuerte, sustentada por la fe y por la confianza en Dios, soportó  el trauma con dignidad y valor. Sin embargo, ¿cómo dar al esposo la triste noticia? Aun cuando también era un hombre de fe, él ya había sido internado por problemas cardiacos en el pasado, y la mujer temía que la noticia de la tragedia acarrease también su muerte.

Solo restaba rezar para que Dios le aconsejara la mejor manera de actuar. En la víspera de la llegada del marido oró mucho, y recibió la gracia de una respuesta.

Al día siguiente el rabino retornó al hogar, abrazó largamente a su esposa y preguntó por los hijos. La mujer le dijo que no se preocupara por ellos, que se fuera a dar un baño y a descansar.

Horas más tarde los dos se sentaron para comer. Ella le pidió detalles sobre el viaje, él le contó todo lo que había vivido, habló sobre la misericordia de Dios... pero volvió a preguntar por los niños.

La esposa, en una actitud un tanto vacilante, respondió al marido: Olvídate de los hijos, después nos ocuparemos de ellos. Antes quiero que me ayudes a resolver un problema que considero muy grave.

El marido,  ya preocupado, preguntó: ¿Qué es lo que pasa? Noto que estás abatida. Cuéntame todo lo que pasa por tu alma y tengo la seguridad de que resolveremos juntos el problema, con la ayuda de Dios.

- Mientras tú estabas ausente, me visitó un amigo nuestro y me dejó dos joyas de valor incalculable para que las guardase. ¡Son joyas muy preciosas, jamás vi algo tan bello! Él vendrá a buscarlas y no estoy dispuesta a devolvérselas, pues ya les tomé cariño. ¿Qué te parece?

- ¡Vaya, mujer, no entiendo tu conducta! ¡Tú nunca cultivaste vanidades!

- ¡Es que nunca había visto joyas así! ¡No consigo aceptar la idea de perderlas para siempre!

Y el rabino respondió con firmeza: Nadie pierde lo que no posee. ¡Retenerlas equivaldría a un robo! Vamos a devolverlas y yo te ayudaré a superar su falta. Lo haremos juntos, hoy mismo.

- Pues bien, querido mío, haremos según tu voluntad. El tesoro será devuelto... En realidad, ya lo ha sido: las joyas preciosas eran nuestros hijos. Dios los confió a nuestros cuidados y durante su viaje vino a buscarlos. Y ellos se marcharon...”.

El rabino comprendió inmediatamente. Abrazó a su esposa y juntos derramaron muchas lágrimas. Pero comprendió el mensaje. A partir de ese día lucharon para superar juntos la pérdida.


Texto retirado de: La Revista

domingo, 16 de enero de 2011

Lección de solidaridad

Por Paulo Coelho

El Alquimista 

La princesa adoptada

“El reencuentro estuvo lleno de alegría y emoción... Enseguida encontró un sentimiento de solidaridad... Ni el tiempo ni las diferencias lograrán jamás destruir el amor fraternal”.

La siguiente historia (verídica) me la contó mi amigo el escritor Arnaldo Niskier. Estudiando su árbol genealógico para la elaboración de un libro sobre la tradición judaica, Niskier descubrió que el rabino Shabbetai Ben Meir Ha-Kohen (1621-1663) guardaba una relación directa de parentesco con su abuela Rifka Rapaport Topel.

Mientras estudiaba y escribía, el rabino Shabse (su nombre simplificado), que nació en Lituania, jamás se olvidaba de sus compromisos familiares. Casado con la hija de otro rabino muy rico, pudo dedicarse a los estudios del código civil judaico. Lo único que lo afligía era la invasión periódica de los cosacos comandados por Bogdan Chminiecki, que eran violentísimos. En una ocasión, llegaron a matar a diez mil personas apenas porque eran judíos. ¿Se puede concebir semejante atrocidad?

En una de estas invasiones, Shabse envolvió a su hija recién nacida, Ester, en una manta, y se internó en el bosque intentando escapar de la violencia. Al día siguiente, sintió que la criatura estaba muy débil, y que probablemente iba a morir; como carecía de conocimientos médicos, la puso en el suelo con delicadeza, y fue a buscar ayuda.

Antes de que hubiese conseguido regresar, los cosacos se retiraron de la región y el rey de Polonia se dirigió a la ciudad, atravesando el bosque. Un soldado descubrió el cuerpo de la niña, y llamó al médico de la corte para que diese su diagnóstico; la pequeña estaba muy débil, y necesitaba ser socorrida inmediatamente. La llevaron hasta el palacio real, donde se recuperó después de algunos meses de tratamiento.

De ahí en adelante, se hizo buena amiga de la hija del rey, la princesa María. Crecieron juntas hasta los seis años de edad. A Ester se la trató como una “princesa adoptada”, con los mismos privilegios de la princesa auténtica. Pero no quiso convertirse a la religión católica pues, al conocer su historia, supo que era judía, y quiso continuar como tal.

Ester, entonces, fue devuelta a su padre, creció junto a su familia, y los tiempos del palacio se transformaron en un dulce, pero lejano recuerdo. Hasta que, para hacer frente a una nueva guerra, el gobierno aumentó los impuestos a los judíos de manera exagerada. Si las cosas continuaban igual, todos acabarían arruinándose. Alguien tuvo la idea de recurrir a Ester. Al fin y al cabo, ¿no era ella amiga de la princesa? Hacía mucho tiempo que no se veían, pero no se perdía nada por intentarlo. Ester pidió audiencia, y María la concedió, pues echaba de menos a su amiga de la infancia.

El reencuentro estuvo lleno de alegría y emoción. Cuando Ester le explicó a la princesa lo que estaba ocurriendo, enseguida encontró en esta un sentimiento de solidaridad. María habló con su padre, que decidió atender a las peticiones de su hija –y de la “princesa adoptada”–.

“Porque ni el tiempo ni las diferencias lograrán jamás destruir el amor fraternal, la comunidad israelita pudo salvarse”.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 9 de enero de 2011

La virtud esencial

Por Paulo Coelho

El Alquimista 

Generosidad

El regalo de un simple racimo de uvas conlleva -más allá de una actitud agradecida- uno de los valores supremos de la condición humana.


Cuenta Bruno Ferrero que cierto día un campesino golpeó con fuerza la puerta de un convento. Cuando el hermano portero abrió, él le dio un magnífico racimo de uvas.


–Querido hermano portero, estas son las más bellas producidas por mi viñedo. Y vengo aquí para regalarlas.

–¡Gracias! Las llevaré inmediatamente al abad, que se alegrará con este ofrecimiento.

–¡No! Yo las he traído para ti.
–¿Para mí?–. El hermano se sonrojó porque consideraba que no merecía tan bello presente de la naturaleza.
–¡Sí!– insistió el campesino. Porque siempre que golpeé esta puerta tú me abriste. Cuando necesité ayuda porque la cosecha fue destruida por la sequía, me dabas todos los días un pedazo de pan y un vaso de vino. Quiero que este racimo de uvas te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios, que lo hizo nacer tan bello.

El hermano portero colocó el racimo frente a él y pasó la mañana entera admirándolo: era realmente lindo. Por causa de eso, resolvió entregar el regalo al abad, que siempre lo había estimulado con palabras de sabiduría.

El abad se puso muy contento con las uvas, pero se acordó de que había en el convento un hermano enfermo y pensó: “Le daré el racimo. Quizás puede aportar alguna alegría a su vida”.

Y así lo hizo. Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en la habitación del hermano enfermo, porque este reflexionó:
“El hermano cocinero ha cuidado de mí durante tanto tiempo, alimentándome con lo mejor que tenía. Estoy seguro de que se alegrará con esto”.

Cuando el hermano cocinero apareció a la hora del almuerzo, trayendo su comida, él le entregó las uvas.

–Son para ti– dijo el hermano enfermo. Como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.

El hermano cocinero quedó deslumbrado con la belleza del racimo, e hizo que su ayudante observase la perfección de las uvas. Tan perfectas –pensó él– que nadie mejor que el hermano sacristán para apreciarlas; como él era el responsable de la custodia del Santísimo Sacramento, y muchos monasterios lo consideraban un hombre santo, sería capaz de valorar mejor aquella maravilla de la naturaleza.

El sacristán, a su vez, obsequió las uvas al novicio más joven, para que este pudiera entender que la obra de Dios está en los menores detalles de la Creación. Cuando el novicio las recibió, su corazón se inundó de la Gloria del Señor, porque nunca había visto un racimo tan lindo. En ese momento se acordó de la primera vez que había llegado al monasterio y de la persona que le había abierto la puerta: había sido ese gesto el que le había permitido estar hoy en aquella comunidad de personas que sabían valorar los milagros.

Así, poco antes de caer la noche, llevó el racimo de uvas al hermano portero. Come y aprovecha –le dijo–. Porque pasas la mayor pate del tiempo aquí solo y estas uvas te harán muy feliz.

El hermano portero comprendió que aquel presente le había sido realmente destinado, saboreó cada una de las uvas de aquel racimo y durmió feliz.

De esta manera, el círculo fue cerrado: el círculo de felicidad y alegría que siempre se extiende en torno de las personas generosas.

Dibujo de: Maurício Tadeu
Texto retirado de: La Revista

miércoles, 5 de enero de 2011

ANTE EL INFINITO

40- ANTE EL INFINITO
Madurada la comprensión, al llegar a la mayoría mental, el hombre percibe su propia insignificancia ante el Infinito. Reconoce que la vida divina palpita soberana desde los principios magnéticos del mundo subatómico hasta en las más remotas constelaciones.
Observa que el Planeta, grande y sublime por las oportunidades de elevación que nos ofrece, es un simple grano de arena cuando se lo compara con el inmenso universo.
Rodeado de soles y mundos incontables, se asoma a su interior para indagar acerca de los problemas de la muerte, del destino, del dolor... Sus silenciosas preguntas atraviesan el Espacio inconmensurable en busca de las eternas revelaciones...

Para el corazón alimentado por la fe y elevado a la gloria del ideal superior, el Espiritismo con Jesús trae su mensaje de esperanza.

Al interrogar al Infinito que se extiende triunfante en el Espacio y en el Tiempo, los hombres oyen la palabra de los vivos que los han precedido en el gran viaje de la tumba, que afirman con imponente belleza:
- ¡Hermanos, la vida continúa!...
Todo es renovación y eternidad.

Así como las leyes cósmicas rigen la experiencia física, irrevocables leyes morales dirigen nuestro espíritu.

Absteneos del mal.
Los compromisos de¡ alma con los planos inferiores constituyen aumento de densidad en el vehículo de manifestación.

Nuestro cuerpo espiritual, en todas partes, reflejará la luz o las tinieblas, el cielo o el infierno que portamos con nosotros mismos.

Cultivad la fraternidad y el bien, porque hoy y mañana recogeremos nuestra propia siembra.

Más allá de las fronteras de sombra y cenizas donde se enfría y desintegra la última vestimenta de carne transformada en harapos, la vida continúa y nos impone el resultado de nuestras propias acciones.

¡Amad el trabajo y engrandecedlo! Es por él que la civilización se levanta, que la educación se realiza y que nuestra felicidad se perpetúa. En la Patria de las Almas llora amargamente el espíritu que despreció su riqueza oculta, por haberse olvidado que solamente por medio del trabajo podemos desarrollar nuestras posibilidades de crecimiento hacia la inmortalidad

Aceptad el acto de servir y ayudar no como castigo, sino como precioso honor que el Divino Poder nos confiere.

¡En el mundo no os inquiete el orgullo coronado de laureles, ni el vicio y la injusticia, aparentemente victoriosos!...

La Justicia reina imperecedera.
Quien humilla a los demás será humillado por la propia conciencia y el instituto universal de las reencarnaciones funciona por igual para todos, con premios para los justos y correctivos para los infractores.

Cada falta exige reparación.
Cada desequilibrio reclama reajuste.
Los padecimientos colectivos de la sociedad humana constituyen la redención de siglos ensangrentados por la guerra y la violencia. Las aflicciones individuales son remedios provechosos para la cura y reparación de las almas.

Anexad los deseos del reino de vuestro "yo" a los sabios designios de¡ Reino de Dios.
El egoísmo y la vanidad nos encadenan al lodo de la Tierra.
Leed las páginas vivas de la Naturaleza y buscad la vida sana y pura, usando la buena voluntad para con todos.

Simplificad vuestros hábitos y reducid vuestras necesidades.
¡Tened confianza, sed benevolentes, instruíos, amad y esperad!... Creced en conocimientos y en virtud para ser más fuertes y más útiles.

¡Más allá de los horizontes que nuestra mirada puede abarcar, otros mundos y otras humanidades progresan rumbo a la perfección!...

¡Todos somos hermanos, hijos de un solo Padre que nos espera siempre con los brazos abiertos, para que gocemos la suprema felicidad en el eterno bien!...

Y al escuchar los sagrados llamados de lo Alto, el corazón que despierta a la vida superior comprende, al fin, que Dios es la Verdad Soberana, que el trabajo es nuestra bendición, que el amor y la sabiduría representan nuestra finalidad y que el alma es inmortal. 
Fin del libro
Pintura de: Elizabeth Pearson, tomada del blog Art with Liz

Por el espíritu: Emmanuel
Texto retirado del: Libro "DERROTERO".
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