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domingo, 23 de octubre de 2016

Leyendas orientales: Historias aleccionadoras

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua, la fuerza del fuego y la justicia del viento, entonces eres libre.

El rey y la diosa

El rey Sivi era un hombre bueno, y la diosa Raky decidió ponerlo a prueba. Tras pedir a una paloma que volase hasta la habitación del rey, se convirtió en halcón y fue a cazar la paloma delante de los ojos de Sivi.
–¡No lo hagas! –le rogó este.
–¿Por qué no voy a hacerlo? –preguntó el halcón. –Mi alimento es la carne fresca. ¿Acaso queréis subvertir la naturaleza?
–Tienes razón –dijo Sivi. –Acepta entonces mi carne fresca.
Sacó un puñal que llevaba en la cintura y cuando se disponía a cortarse una parte del brazo para ofrecérselo al halcón, este volvió a transformarse en Raky.
–Un hombre bueno siempre llega a extremos para probar sus cualidades –dijo la diosa. –Cuando mueras, habitarás en nuestro reino.

Sirviendo a Dios

El monje Chu Lai descansaba cerca de un riachuelo cuando llegó el joven.
–Quiero saber cuál es la mejor manera de llevar una vida de acuerdo con los principios divinos –le pidió.
–Oración, penitencia, reparación –respondió el monje.
–¿Y cuál es la peor manera?
–Las ofensas al prójimo.
–Pensaba que lo peor era ofender a Dios.
–Estás engañado. Dios está en todas partes, y lo podrás encontrar siempre que te arrepientas. Pero cuando ofendes al prójimo sin motivo, este puede partir a un lugar lejano. Entonces ya no tendrás la oportunidad de pedir perdón y estarás sembrando infelicidad en el mundo.

Los rápidos elogios

Un viejo se acercó a un grupo que estaba reunido en torno de Al-Yahi. Durante mucho tiempo estuvo escuchando las enseñanzas del sabio. Al terminar, le dijo a uno de los discípulos:
–¡Es un hombre con la sabiduría de Dios! La tarde de hoy quedará para siempre marcada en mi corazón.
Animado, el discípulo fue a contárselo al maestro. Al-Yahi, sin embargo, no dio importancia a las palabras del viejo, respondiendo:
–Mucho cuidado con los rápidos elogios. Aquellos que, en la primera tarde, son capaces de ver cualidades que no tienes, también descubren rápidamente defectos que nunca poseíste.

Los cuatro elementos

“Sé tierra”, dijo el maestro. “La tierra recibe las deyecciones de hombres y animales, y esto no le molesta. Muy al contrario, transforma las impurezas en abono y fertiliza el campo”.
“Sé agua”, dijo el maestro. “El agua se limpia a sí misma, y limpia todo aquello que toca. Sé agua en torrente”.
“Sé fuego”, dijo el maestro. “El fuego hace que la madera se transforme en luz y calor. Sé el fuego que quema y purifica”.
“Sé viento”, dijo el maestro. “El viento esparce las simientes sobre la tierra, hace que el fuego arda con más vigor, empuja las nubes para que el agua caiga sobre todos los hombres”.
“Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua, la fuerza del fuego y la justicia del viento, entonces eres libre”. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

jueves, 6 de octubre de 2016

¿Enfrentarse o escapar?: Fortalecer el interior

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no se puede recurrir a ella cuando el temor es grande.

El arte de la retirada

Un guerrero de la luz que confía demasiado en su inteligencia, acaba por subestimar el poder del adversario.
Es preciso no olvidar: hay momentos en que la fuerza es más eficaz que la sagacidad. Y cuando estamos delante de cierto tipo de violencia, no hay ingenio, argumento, inteligencia ni encanto que puedan evitar la tragedia.
Por eso, el guerrero nunca subestima la fuerza bruta: cuando esta es agresiva irracionalmente, él se retira del campo de batalla hasta que el enemigo haya gastado sus energías.
Sin embargo, conviene dejar claro que un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga puede ser un excelente arte de defensa, pero no se puede recurrir a ella cuando el temor es grande.
Ante la duda, el guerrero prefiere enfrentar la derrota y después curarse las heridas, porque sabe que, si huye, da al agresor un poder mayor del que merece.
Puede curar el sufrimiento físico, pero será eternamente perseguido por su flaqueza espiritual. En ciertos ratos difíciles y dolorosos, el guerrero encara la situación desventajosa con heroísmo, resignación y coraje.
Para alcanzar el estado espiritual necesario (ya que entra en una lucha desigual y puede sufrir mucho), el guerrero necesita entender exactamente aquello que le puede hacer daño. Okakura Kakuso comenta en su libro sobre el ritual japonés del té:
“Nosotros miramos a la maldad en nuestro interior, porque conocemos la maldad a través de nuestro comportamiento. Nosotros nunca perdonamos a aquellos que nos hieren, pues pensamos que jamás seríamos perdonados. Nosotros decimos al prójimo la dolorosa verdad, porque queremos esconderla de nosotros mismos. Nosotros mostramos nuestra fuerza para que nadie pueda ver nuestra debilidad”.
“Por eso, siempre que estés juzgando a tu hermano, sé consciente de que eres tú quien está en el tribunal”.
A veces, esta consciencia puede evitar una lucha que solo traerá desventajas. Otras veces, por el contrario, no existe salida, tan solo el combate desigual.
Sabemos que vamos a perder, pero el enemigo, la violencia, no nos ha dejado ninguna alternativa, salvo la cobardía, y eso no nos interesa. En este momento hay que aceptar el destino, procurando recordar un texto del fabuloso Bhagavad Gita (Capítulo II, 16-26): “El hombre no nace, y tampoco muere. Intenta llegar a existir, y jamás dejará de hacerlo, porque es eterno y permanente.
“Así como un hombre se deshace de las ropas gastadas y pasa a usar ropas nuevas, el alma se deshace del cuerpo viejo y asume el nuevo.
“Pero el alma es indestructible: las espadas no pueden cortarla, ni el fuego quemarla, ni el agua mojarla, ni el viento resecarla. Está más allá del poder de todas estas cosas”.
“Como el hombre es indestructible, siempre sale victorioso, incluso en sus derrotas, y por eso no debe lamentarse jamás”.

El maestro y el combate

El maestro de aikido exigía entrenamientos intensivos, pero jamás permitía que sus alumnos participaran en competiciones con otras academias de artes marciales. Todos se quejaban entre ellos, pero nadie tenía valor para hablar del asunto en clase.
Hasta que, cierta tarde, uno de los muchachos se atrevió a preguntar:
- Nos hemos dedicado con todo nuestro corazón al estudio del aikido. Sin embargo, nunca sabremos si somos buenos o malos luchadores, porque no podemos enfrentarnos con nadie de fuera”.
- Que nunca tengáis que saberlo - respondió el maestro. - El hombre que desea luchar pierde su ligazón con el universo. Nosotros estamos aquí estudiando el arte de resolver conflictos, y no de iniciarlos. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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