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lunes, 27 de abril de 2015

El círculo de la alegría: Generosidad recíproca

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Cuando necesité ayuda porque la cosecha fue destruida por la sequía, tú me dabas todos los días un pedazo de pan y un vaso de vino”.

Cuenta Bruno Ferrero que cierto día un campesino golpeó con fuerza la puerta de un convento. Cuando el hermano portero abrió, él le extendió un magnífico racimo de uvas.
—Querido hermano portero, estas son las más bellas producidas por mi viñedo. Y vengo aquí para regalarlas.
—¡Gracias! Las llevaré inmediatamente al abad, que se alegrará con este ofrecimiento.
—¡No! Yo las he traído para ti.
—¿Para mí?—. El hermano se sonrojó porque consideraba que no merecía tan bello presente de la naturaleza.
—¡Sí!— insistió el campesino. Porque siempre que golpeé esta puerta tú me abriste. Cuando necesité ayuda porque la cosecha fue destruida por la sequía, tú me dabas todos los días un pedazo de pan y un vaso de vino. Yo quiero que este racimo de uvas te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios, que lo hizo nacer tan bello.
El hermano portero colocó el racimo frente a él y pasó la mañana entera admirándolo: era realmente lindo. Por causa de eso, resolvió entregar el regalo al abad, que siempre lo había estimulado con palabras de sabiduría.
El abad se puso muy contento con las uvas, pero se acordó de que había en el convento un hermano enfermo y pensó:
“Le daré el racimo. Quizás puede aportar alguna alegría a su vida”.
Y así lo hizo. Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en la habitación del hermano enfermo, porque este reflexionó:
“El hermano cocinero ha cuidado de mí durante tanto tiempo, alimentándome con lo mejor que tenía. Estoy seguro de que se alegrará con esto”.
Cuando el hermano cocinero apareció a la hora del almuerzo, trayendo su comida, él le entregó las uvas.
—Son para ti— dijo el hermano enfermo. Como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.
El hermano cocinero quedó deslumbrado con la belleza del racimo, e hizo que su ayudante observase la perfección de las uvas. Tan perfectas —pensó él— que nadie mejor que el hermano sacristán para apreciarlas; como él era el responsable de la custodia del Santísimo Sacramento, y muchos monasterios lo consideraban un hombre santo, sería capaz de valorar mejor aquella maravilla de la naturaleza.
El sacristán, a su vez, obsequió las uvas al novicio más joven, para que este pudiera entender que la obra de Dios está en los menores detalles de la creación. Cuando el novicio las recibió, su corazón se inundó de la gloria del Señor, porque nunca había visto un racimo tan lindo. En ese momento se acordó de la primera vez que había llegado al monasterio y de la persona que le había abierto la puerta: había sido ese gesto el que le había permitido estar hoy en aquella comunidad de personas que sabían valorar los milagros.
Así, poco antes de caer la noche, llevó el racimo de uvas al hermano portero.
—Come y aprovecha— le dijo. Porque pasas la mayor parte del tiempo aquí solo y estas uvas te harán muy feliz.
El hermano portero comprendió que aquel presente le había sido realmente destinado, saboreó cada una de las uvas de aquel racimo y durmió feliz.
De esta manera, el círculo fue cerrado: el círculo de felicidad y alegría que siempre se extiende en torno de las personas generosas. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 19 de abril de 2015

Lo material y espiritual: Abundancia y miseria

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Fortaleces a alguien cuando lo ayudas un poco, pero debilitas a alguien si lo ayudas mucho”.

Usar los dos bolsillos

Un discípulo comentó con el rabino Bounam de Pssiskhe:
–El mundo material parece sofocar el mundo espiritual.
–Tu pantalón tiene dos bolsillos –dijo Bounam. –Escribe en el derecho: el mundo fue creado solo para mí. En el izquierdo, escribe: yo no soy nada más que polvo y cenizas.
–Divide bien tu dinero entre estos dos lugares. Cuando veas la miseria y la injusticia, recuerda que el mundo existe solamente para que puedas manifestar tu bondad, y usa el dinero del bolsillo derecho. Cuando estés tentado de adquirir cosas que no te hacen la menor falta, recuerda lo que está escrito en el bolsillo izquierdo, y piensa varias veces antes de gastarlo. De esta forma, el mundo material nunca sofocará el mundo espiritual.

Cuándo dar y cuándo recibir

Nasrudin paseaba por el mercado cuando un hombre se le acercó.
- Sé que eres un gran maestro sufi –dijo. Esta mañana, mi hijo me pidió dinero para comprar una vaca: ¿debo ayudarlo?
- Esta no es una situación de emergencia. Entonces, aguarda una semana antes de atender el pedido de tu hijo.
- Pero yo estoy en condiciones de ayudarlo ahora, ¿qué diferencia habrá con hacerle esperar una semana?
Una diferencia muy grande –respondió Nasrudin. –Mi experiencia me enseña que las personas solo dan valor a algo cuando tienen la oportunidad de dudar si conseguirán o no lo que desean.

De quién es la culpa

Un matrimonio salió de vacaciones y al volver encontraron la casa asaltada: los ladrones se habían llevado todo.
El marido acusó a la mujer, diciendo que no había colocado las trancas. Ella afirmó que él se había olvidado de cerrar la puerta con llave. Comenzó una larga discusión, hasta que los vecinos llamaron a un padre para serenar los ánimos.
-¡La culpa es de ella, que siempre fue descuidada!
- ¡No, la culpa es de él, que nunca presta atención a lo que hace! –respondió la mujer.
–Un momento –dijo el padre. –Vivimos culpándonos los unos a los otros por cosas que jamás hicimos, y terminamos cargando un fardo que no es nuestro. ¿Es posible que nunca se les haya ocurrido la idea de que los ladrones son los verdaderos culpables del robo?

Fertilizando el campo

El maestro zen encargó al discípulo que cuidase el campo de arroz.
Durante el primer año, el discípulo vigilaba para que nunca faltase el agua necesaria. El arroz creció fuerte y la cosecha fue buena.
El segundo año, él tuvo la idea de añadir un poco de fertilizante. El arroz creció rápidamente y la cosecha fue mayor.
Al tercer año, él colocó más fertilizante. La cosecha fue mayor aún, pero el arroz nació pequeño y sin brillo.
Si sigues aumentando la cantidad de abono, no tendrás nada de valor el próximo año –le dijo el maestro. –Fortaleces a alguien cuando lo ayudas un poco, pero debilitas a alguien si lo ayudas mucho. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 12 de abril de 2015

Problemas cotidianos: Ayudando a solucionarlos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Quien se esfuerza, puede alcanzar la iluminación en siete días. Si no lo consigue, con seguridad la alcanzará en siete meses, o en siete años”.
Por la mañana el discípulo fue a visitar a su maestro.
- Tengo un importante problema para resolver –dijo–. Me gustaría que me ayudase, porque tengo prisa.
- ¿Cómo puedo ayudarte? Yo puedo saber cómo comportarme ante un determinado problema, pero esta es mi manera de actuar. Si tú estás procurando crecer, observa a los otros, pero jamás intentes actuar exactamente como ellos, cada persona tiene un camino diferente en esta vida.
No nos transformamos en maestros porque sabemos repetir lo que los maestros hacen, sino porque aprendemos a pensar por nosotros mismos. Descubre tu propia luz o pasarás el resto de la vida siendo un pálido reflejo de la luz ajena.

La iluminación en siete días

Un maestro zen decía:
Buda afirmó a sus discípulos: Quien se esfuerza, puede alcanzar la iluminación en siete días. Si no lo consigue, con seguridad la alcanzará en siete meses, o en siete años.
Entusiasmado, el joven preguntó cómo conseguiría llegar a la sabiduría en siete días.
- Concentración, fue la respuesta.
El joven comenzó a practicar, pero a los diez minutos ya se había distraído. Volvió a empezar, y nuevamente perdió la concentración.
Al cabo de una semana, no había conseguido ningún resultado concreto, pero estaba atento a sus ansiedades y a sus fantasías. Lentamente fue prestando atención a todo lo que le distraía, y encontró que no estaba perdiendo el tiempo, sino habituándose consigo mismo.
Un buen día decidió que no era necesario llegar tan rápidamente a su meta, ya que el camino le estaba enseñando muchas cosas.
Y fue en este momento que se tornó un iluminado.

La historia de las dos ranas

Existen ciertos momentos en que la paciencia –por más difícil que sea– es la única manera de soportar determinados problemas. El famoso relato a continuación ilustra bien la virtud de saber esperar:
Dos ranas cayeron dentro de una jarra de leche. Una era grande y fuerte, pero impaciente, y confiando en su forma física, luchó la noche entera, debatiéndose para escapar.
La otra era pequeña y frágil. Como sabía que no tendría energía para luchar contra su destino resolvió entregarse. Con sus patas hizo apenas los movimientos necesarios para mantenerse en la superficie, sabiendo que tarde o temprano moriría. “Cuando no se puede hacer nada, nada se debe hacer”, pensaba ella.
Y así las dos pasaron la noche; una en la tentativa desesperada de salvarse, la otra aceptando con tranquilidad la idea de la muerte.
Exhausta con el esfuerzo, la rana mayor no aguantó más y murió ahogada. La otra rana consiguió flotar toda la noche y cuando a la mañana siguiente resolvió entregarse, se dio cuenta de que los movimientos de su compañera habían transformado la leche en manteca. Todo lo que tuvo que hacer fue saltar fuera de la jarra.

Proverbio del Ciberespacio

El pasado es historia, el futuro es misterio, el ahora es una caja de sorpresas, por eso lo llamamos presente (regalo). (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 5 de abril de 2015

Historia de amor: La estrella y la mariposa

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

A veces, los amores imposibles traen muchas más alegrías y beneficios que aquellos que están al alcance de nuestras manos”.

Cuenta la leyenda que una joven mariposa –de cuerpo frágil y alma sensible– volaba cierta tarde jugando con el viento, cuando vio una estrella muy brillante y se enamoró. Emocionadísima, regresó inmediatamente a su casa, loca por contar a su madre que había descubierto lo que era el amor.
—¡Qué tontería! —fue la fría respuesta que escuchó. —Las estrellas no fueron hechas para que las mariposas pudieran volar a su alrededor. Búscate un poste o una pantalla y enamórate de algo así, para eso fuimos creadas.
Decepcionada, la mariposa decidió simplemente ignorar el comentario de la madre, y se permitió volver a alegrarse con su descubrimiento. “¡Qué maravilla poder soñar!”, pensaba. La noche siguiente la estrella continuaba en el mismo lugar, y ella decidió que subiría hasta el cielo y volaría en torno de aquella luz radiante para demostrarle su amor.
Fue muy difícil sobrepasar la altura a la cual se había acostumbrado, pero consiguió subir algunos metros por encima de su nivel de vuelo normal. Pensó que si cada día progresaba un poquito, terminaría llegando hasta la estrella. Así que se armó de paciencia y comenzó a intentar vencer la distancia que la separaba de su amor. Esperaba con ansiedad la llegada de la noche, y cuando veía los primeros rayos de la estrella, agitaba ansiosamente sus alas en dirección al firmamento.
Su madre, cada vez más furiosa:
—Estoy muy decepcionada con mi hija —decía. Todas sus hermanas, primas y sobrinas ya tienen lindas quemaduras en sus alas, provocadas por las lámparas. Solo el calor de una lámpara es capaz de entusiasmar el corazón de una mariposa: deberías dejar de lado estos sueños inútiles y conseguir un amor posible de alcanzar.
La joven, irritada porque nadie respetaba lo que sentía, se fue de la casa. Pero en el fondo –como siempre sucede– quedó marcada por las palabras de su madre y consideró que ella tenía razón.
Así, durante algún tiempo, intentó olvidar a la estrella y enamorarse de la luz de las pantallas de casas suntuosas, de las luces que mostraban los colores de cuadros magníficos, del fuego de las velas que quemaban en las más bellas catedrales del mundo. Pero su corazón no conseguía olvidar a la estrella, y después de ver que la vida sin su verdadero amor no tenía sentido, resolvió reemprender su itinerario hacia el cielo.
Noche tras noche intentaba volar lo más alto posible, pero cuando la mañana llegaba, estaba con el cuerpo helado y el alma sumergida en la tristeza. Entre tanto, a medida que se iba haciendo mayor, pasó a prestar atención a todo cuanto veía a su alrededor. Desde allá arriba podía vislumbrar las ciudades llenas de luces, donde probablemente sus primas, hermanas y sobrinas ya habrían encontrado un amor. Veía las montañas heladas, los océanos con olas gigantescas, las nubes que cambiaban de forma a cada minuto. La mariposa comenzó a amar cada vez más su estrella, porque era ella la que la impulsaba a conocer un mundo tan rico y hermoso.
Luego de mucho tiempo ella volvió a casa. Allí se enteró de que su madre, sus hermanas, primas y sobrinas, y todas las mariposas que había conocido, habían muerto quemadas en las lámparas y en las llamas de las velas, destruidas por un amor que juzgaban fácil.
La mariposa, aun cuando jamás haya conseguido llegar hasta su estrella, vivió muchos años aún, descubriendo cada noche cosas diferentes e interesantes. Y comprendiendo que, a veces, los amores imposibles traen muchas más alegrías y beneficios que aquellos que están al alcance de nuestras manos.(O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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