La mascota del blog

domingo, 29 de septiembre de 2013

Enseñanzas de Carlos Castaneda: Aprender a ver las cosas


Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Negar es una indulgencia. Nos hace creer que estamos haciendo grandes cosas, cuando en realidad apenas nos fijamos en nosotros mismos. La voluntad es un poder y, como todo poder, necesita ser controlada y afinada”.
Carlos Castaneda, antropólogo y escritor, marcó a mi generación, porque nos hizo ver la importancia de vivenciar en lugar de apenas intelectualizar. Sus tres primeros libros (Las enseñanzas de don Juan, Una realidad aparte y Viaje a Ixtlán, de la editorial Record son excelentes.
A Castaneda se le acusó de fraude, de no existir (corría la leyenda de que sus libros eran escritos por un ordenador), de copiar temas ajenos. Pero sobrevivirá a su tiempo, y un día obtendrá el reconocimiento que merece.
¿Cómo se homenajea a un escritor? Con sus textos, que reflejan su alma. Traduje y edité algunos tópicos del pensamiento de Carlos Castaneda en Una realidad aparte (A separate reality). El brujo yaqui Don Juan conversa con él:
–Nada tiene importancia –dijo el brujo yaqui.
–Pero, Don Juan, si nada tiene importancia, ¿por qué debo aprender a ver las cosas?
–Solo después de aprender a ver podrás decidir si las cosas son importantes o no. Tú ya eres lo bastante adulto como para saber que un hombre de conocimiento vive a través de sus actos, no pensando en sus actos, ni pensando en lo que va a pensar después de actuar. Un hombre de conocimiento escoge el camino del corazón y lo sigue. Después, mira al mundo que lo rodea, se pone contento, y ríe. Porque sabe que la vida terminará muy pronto. Sabe, porque ve, que no hay ninguna cosa que sea más importante que otra. Un hombre de conocimiento no es fiel a nada, apenas a la manera como decidió vivir.
»De la misma forma, el hombre de conocimiento sabe que todo es una locura, pero entiende que para continuar en este mundo, necesita mantener esta locura sobre control. Entonces, él se esfuerza, transpira y bufa; cuando se le mira, parece un hombre común, pero, en realidad, él mantiene su locura controlada. Sigue en la dirección del conocimiento con miedo, con respeto, sabiendo que se dirige a una guerra.
–¿Cómo puedo ser un guerrero de este tipo?
–Actuando, en lugar de hablar. Usando el poder de tu voluntad. La voluntad es una cosa que el hombre usa, por ejemplo, para vencer una batalla que él, según todos los cálculos, debería perder. Es lo que te hace vencer cuando ya estabas derrotado.
–Yo a esto lo llamo coraje.
–No. Los hombres con coraje viven rodeados de personas que los admiran, pero muy pocos hombres con coraje tienen voluntad. Porque la voluntad es algo que desafía nuestro sentido común. Un hombre de voluntad es un hombre de poder.
–¿Puedo decir que soy un hombre de voluntad si me niego a hacer ciertas cosas?
–No. Negar es una indulgencia. Nos hace creer que estamos haciendo grandes cosas, cuando en realidad apenas nos fijamos en nosotros mismos. La voluntad es un poder y, como todo poder, necesita ser controlada y afinada –y eso lleva tiempo.
–¿La voluntad es lo mismo que ver?
–No. La voluntad es una fuerza, un poder. Ver no es una fuerza, sino una manera de penetrar en las cosas. Un hechicero puede tener una voluntad muy fuerte, y nunca haber conseguido ver el mundo de manera diferente.
–¿Cómo puedo desarrollar mi voluntad?
–Ya te he dicho que, cuando hablas, lo único que consigues es confundirte más –dijo él, riendo–. Pero ahora por lo menos eres consciente de que estás esperando que tu voluntad se manifieste. 
Texto retirado de: La Revista

domingo, 22 de septiembre de 2013

Tres cosas importantes: De los animales

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Para sobrevivir a los predadores, la primera lección que la jirafa debe aprender es a levantarse rápido. La aparente crueldad de la madre se ve totalmente respaldada por el proverbio árabe: A veces, para enseñar algo bueno, es necesario ser un poco rudo”.

El elefante y la cuerda

Este es el procedimiento adoptado por los domadores de circo para que los elefantes nunca se rebelen. Yo sospecho que esto mismo es lo que ocurre con mucha gente:
Cuando el elefante es aún una cría, se le ata con una cuerda muy gruesa a una estaca firmemente clavada en el suelo. Él intenta soltarse varias veces, pero no lo consigue porque no tiene fuerzas suficientes.
Un año más tarde, la estaca y la cuerda aún son eficaces para mantener al pequeño elefante preso. Este continúa intentando soltarse, sin lograrlo. En esta época de su vida, el animal termina asumiendo que la cuerda siempre va a ser más fuerte que él, y ceja en su empeño de liberarse.
Una vez adulto, el elefante aún recuerda que, durante mucho tiempo, malgastó mucha energía procurando escapar de su cautiverio. A partir de entonces, el domador ya puede atarlo con un pequeño hilo al palo de una escoba, que el elefante ya no volverá a realizar ningún intento de obtener su libertad.

La madre jirafa hace sufrir a su hijo

El parto de la jirafa se realiza con la madre en pie, de manera que la primera experiencia que tiene el recién nacido es una caída desde dos metros de altura, aproximadamente.
Aún mareado, el animal intenta erguirse sobre sus cuatro patas, pero la madre muestra un comportamiento extraño: le da una leve patada a la cría, que cae de bruces al suelo. Esta intenta levantarse, pero es derribada nuevamente.
El proceso se repite varias veces, hasta que el recién nacido, exhausto, ya no consigue mantenerse en pie. En este momento, la madre vuelve a instigar a la cría, forzándola a levantarse. Y ya no vuelve a derribarla.
La explicación es sencilla: para sobrevivir a los predadores, la primera lección que la jirafa debe aprender es a levantarse rápido. La aparente crueldad de la madre se ve totalmente respaldada por el proverbio árabe: “a veces, para enseñar algo bueno, es necesario ser un poco rudo”.

La carpa aprende a crecer

La carpa japonesa (koi) tiene la capacidad natural de crecer de acuerdo con el tamaño del medio en el que vive. Por consiguiente, en un pequeño estanque, generalmente no pasa de cinco o siete centímetros, pero puede alcanzar tres veces este tamaño si se suelta en un lago.
De igual forma, las personas tienen tendencia a crecer de acuerdo con el medio que las rodea. Solo que, en este caso, no estamos hablando de características físicas, sino de desarrollo emocional, espiritual e intelectual.
Mientras la carpa se ve obligada, por su propio bien, a aceptar los límites de su mundo, nosotros somos libres para establecer las fronteras de nuestros sueños. Si somos un pez mayor que la pecera en la que nacimos, en lugar de adaptarnos a ella, deberíamos buscar el océano –aunque la adaptación inicial sea incómoda y dolorosa.

Proverbios perdidos en el ciberespacio

El mundo tiene muchos iniciados, y pocos acabados.
Todos somos autodidactas, pero solo los ricos lo admiten. Los pobres siempre dicen que tienen diplomas.
Solo recibes más de lo que das cuando das más de lo que recibes.
No puedo tener una crisis hoy: ya tengo la agenda llena.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 15 de septiembre de 2013

Historias sufíes: Sabiduría oriental

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Descubrir un amor supremo, despertar el deseo de estar junto a este amor, tener inteligencia para ver las propias faltas, tener conciencia de todo lo que ocurre en la vida, y ser agradecido por las bendiciones recibidas”.

La mujer perfecta

Nasrudin hablaba con un amigo.
–¿Quieres decir, mullah, que nunca has pensado en casarte?
–Alguna vez, sí –respondió Nasrudin–. En mi juventud quise conocer a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer espiritualizada y linda; pero ella no sabía nada de las cosas del mundo.
»Proseguí el viaje y llegué a Isfahán. Allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y del espíritu, pero que no era bonita. Entonces decidí ir hasta la ciudad de El Cairo, donde cené en la casa de una muchacha bonita, religiosa y conocedora de la realidad material.
–¿Y por qué no te casaste con ella?
–¡Ah, querido amigo! Lamentablemente, ella también estaba buscando a alguien perfecto.

El pato y la gata

–¿Cómo ingresó usted en la vida espiritual? –le preguntó uno de los discípulos al maestro sufí Shams Tabrizi.
–Mi madre me decía que yo no estaba tan loco como para internarme en un manicomio, y que tampoco era lo bastante santo como para entrar en un monasterio –respondió Tabrizi–. Entonces, opté por dedicarme al sufismo, donde aprendemos a través de la meditación libre.
–¿Y cómo le explicó eso a su madre?
–Con la siguiente fábula: alguien dejó un patito junto a una gata para que esta lo cuidase. Aquel seguía a su madre adoptiva por todas partes hasta que, cierto día, los dos fueron a parar a la orilla de un lago. Inmediatamente, el pato entró en el agua, mientras la madre gritaba desde fuera: “¡Sal de ahí inmediatamente! ¡Te vas a ahogar!”.
»Pero el patito respondió: “No, mamá. He descubierto lo que es bueno para mí, y sé que este es mi lugar. Voy a continuar aquí, aunque tú no consigas entender lo que un lago significa”.

El pez que salvó una vida

Nasrudin pasa frente a una gruta, ve a un yogui meditando y le pregunta qué está buscando.
–Contemplo a los animales y he aprendido de ellos muchas lecciones que pueden transformar la vida de un hombre –dice el yogui.
–Pues en cierta ocasión, un pez me salvó la vida –responde
Nasrudin–. Si me cuentas todo lo que sabes, te diré cómo ocurrió.
El yogui se queda asombrado: si ha sido salvado por un pez, este hombre debe de ser un santo, así que decide enseñarle todo lo que sabe.
Cuando termina, le dice a Nasrudin:
–Ahora que te lo he enseñado todo, será un honor escuchar la historia de cómo un pez te salvó la vida.
–Es sencillo –responde Nasrudin–. Yo estaba casi muriendo de hambre cuando lo pesqué, y gracias a él pude sobrevivir tres días.

La reflexión sufí

Abu Muhammad al-Jurayry solía decir: «La religión tiene diez tesoros que nos enriquecen. Cinco son interiores y cinco exteriores. Todos aquellos que siguen el camino espiritual deben ser conscientes de esto.
»Los tesoros interiores son los siguientes: capacidad de ser verdadero, despreocupación con nuestros bienes, humildad en la apariencia, equilibrio para evitar dificultades con los demás, y fuerza para reaccionar.
»Los tesoros exteriores son los siguientes: descubrir un amor supremo, despertar el deseo de estar junto a este amor, tener inteligencia para ver las propias faltas, tener conciencia de todo lo que ocurre en la vida, y ser agradecido por las bendiciones recibidas.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 8 de septiembre de 2013

Piensen bien lo que piden: Se puede hacer realidad

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Mogo sintió un pinchazo agudo en sus entrañas de piedra, al que siguió un dolor profundo, como si una parte de su cuerpo de granito estuviese siendo dilacerada”.
A continuación una bonita historia enviada por una lectora. Se titula ‘Mogo no quiere dejar de mejorar’.
Hace muchos años, vivía en China un joven llamado Mogo, que se ganaba el sustento picando piedras. Aunque era sano y fuerte, el muchacho no se conformaba con su destino, y se quejaba día y noche. Tanto blasfemó contra Dios, que su ángel de la guarda acabó apareciendo.
-Tienes salud, y toda una vida por delante –dijo el ángel-. Todos los jóvenes empiezan haciendo algo como tú. ¿Por qué te quejas constantemente?
-Dios fue injusto conmigo, y no me dio una oportunidad para crecer –respondió Mogo.
Preocupado, el ángel se presentó ante el Señor, pidiendo ayuda para que su protegido no acabase perdiendo el alma.
-Que se haga tu voluntad –dijo el Señor-. Todo lo que Mogo quiera, le será concedido.
Al día siguiente, Mogo picaba piedras cuando vio pasar un carruaje que transportaba a un noble cubierto de joyas. Pasando las manos por el rostro sudoroso y sucio, Mogo dijo con amargura:
-¿Por qué yo no puedo ser noble también? ¡Ese es mi destino!
-¡Lo serás! –murmuró el ángel con inmensa alegría.
Y Mogo se transformó en el dueño de un palacio suntuoso, con muchas tierras, rodeado de sirvientes y caballos. Solía salir todos los días con su impresionante cortejo, y le gustaba ver a sus antiguos compañeros alineados en una orilla de la calle, mirándolo con respeto.
Una de estas tardes, el calor era insoportable; incluso debajo de su sombrilla dorada, Mogo sudaba como en el tiempo en que picaba piedras. Entonces se dio cuenta de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, emperadores y sobre todos ellos estaba el sol, que no obedecía a nadie, pues era el verdadero rey.
-¡Ah, ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el sol? ¡Ese debe ser mi destino!- se lamentó Mogo.
-¡Pues lo serás!- exclamó el ángel, escondiendo su tristeza ante tamaña ambición. Y Mogo se convirtió en el sol, como deseaba.
Mientras brillaba en el cielo, admirado con su gigantesco poder de hacer madurar las cosechas, o quemarlas a su antojo, un punto negro comenzó a avanzar hacia él. La mancha oscura fue creciendo y Mogo se dio cuenta de que era una nube, extendiéndose a su alrededor, y haciendo que ya no pudiese ver la Tierra.
-¡Ángel! –gritó Mogo- ¡La nube es más fuerte que el sol! ¡Mi destino es ser nube!
-¡Lo serás! –respondió el ángel.
Mogo se transformó en nube.
-¡Soy poderoso!– gritaba, oscureciendo el sol.
-¡Soy invencible!– tronaba, persiguiendo a las olas.
Pero, en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mundo. Mogo pensó que la roca lo desafiaba, y desencadenó una tempestad que nunca antes se había visto en el mundo. Las olas, enormes y furiosas, golpeaban la roca, intentando arrancarla del suelo y arrojarla al fondo del mar.
Pero, firme e impasible, la roca continuaba en su lugar.
-¡Ángel!, sollozaba Mogo – ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser una roca!
Y Mogo se transformó en roca.
-¿Quién podrá vencerme ahora? ¡Soy el más poderoso del mundo!
Y así pasaron varios años hasta que un día, Mogo sintió un pinchazo agudo en sus entrañas de piedra, al que siguió un dolor profundo. A continuación escuchó golpes sordos, insistentes.
-¡Ángel! ¡Alguien quiere matarme! ¡Él tiene más poder que yo. Quiero ser como él!
-¡Y lo serás! –exclamó el ángel.
Y fue de esta manera como Mogo volvió a picar piedras.
Texto retirado de: La Revista

martes, 3 de septiembre de 2013

En dirección de la paz

Cuando usted pueda: muévase, hable, trabaje o escriba para hacer el bien.
Sirva. Alguien esta precisando. Quien es, lo sabrá después.
¿Disgustos y contratiempos? Entréguese al servicio, a favor de sus semejantes, y Dios le disipará cualquier sombra en el corazón.
¿Ha cometido algún error? Procure conscientemente reparar la propia falta y Dios le dotará el corazón con las oportunidades y medios para corregirlos.
¿Algún problema difícil? Busque actuar invariablemente para el bien y Dios le orientará los pensamientos y los pasos para la mejor solución.
Efectivamente, usted aun no conquistó la alegría permanente, todavía, consigue dirigir una sonrisa de simpatía a los que necesitan de esperanza. No desprecie su cuerpo.
¿Vivir para qué? Para aprender a vivir bien y a vivir para el bien. El dinero que estimula el bien, en sus variadas formas, es misionario del Cielo. El dinero que alivia es bálsamo de la Vida Superior. El dinero que cura es alimento divino. El dinero que genera trabajo digno es dinamo de progreso. El dinero que restaura el buen ánimo es fraternidad en acción. El dinero que planta alegría y fe renovadora es creador de bendiciones inmortales.
¿Tristeza y desanimo? Trabaje reconfortando a aquellos que experimentan pruebas mayores que las nuestras.
¿Desafíos y problemas? Trabaje y espere.
¿Odio sobre sus días? Trabaje, extendiendo el bien.
¿Desarmonía y discordia? Trabaje pacificando.
¿Incomprensión e ignorancia? Trabaje y bendice.
¿Reprobación y crítica? Trabaje mejorando sus tareas.
¿Contratiempo y desilusiones? Trabaje y renuévese.
¿Tentaciones y caídas? Trabaje y apártese.
¿Crueldad y violencia? Trabaje y disculpe.
Cada oración puede ser un manantial de bendiciones. ¿Su cerebro vive lleno de preguntas? Trabaje y el servicio le conferirá las respuestas exactas.
¿Sus manos permanecen paralizadas por el desanimo? Insista en el trabajo y volverá el movimiento.
¿Su corazón vive pesaroso y sin luz? Procure actuar en el bien incesantemente y la alegría le dará preciosos salarios.
¿Sus ideales encuentran sombra y hielo en el gran camino de la vida? De su concurso a las buenas obras sin desfallecer y claridades nuevas brillaran en el cielo de sus pensamientos.
La parada que no significa descanso constructivo para recomenzar las actividades útiles es alguna cosa semejante a la muerte.
¡Señor! Ante las ofensas que, por ventura, me hieren, me auxilia a recordar cuantas veces ya recibí el perdón ajeno, ante mis propias faltas. ¡Señor! Déjame percibir cuanto he incomodado a los otros con mis errores, para que los probables errores de los otros me hagan desanimar.
Dictado por el espíritu: André Luiz
Extraído del libro "
En dirección a la paz"

Tomada del blog TODO POR EL ARTE
Texto retirado de: Luz Espiritual

domingo, 1 de septiembre de 2013

El Alquimista en Australia: Compartir el alma

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Los campos estaban definidos. El público se relaja, el ambiente se carga de electricidad, la entrevista se transforma en un verdadero debate, y todos terminan satisfechos con el resultado”.

Melbourne, Australia

Subo al escenario con la aprensión de siempre. Un escritor local, John Felton, me presenta y comienza a hacerme preguntas. Antes de que pueda concluir mi raciocinio, ya me interrumpe haciéndome una nueva pregunta. Cuando respondo, comenta algo del tipo “esta respuesta no ha sido muy clara, que digamos”. Cinco minutos después, se percibe un malestar entre el público. Recuerdo a Confucio, y hago lo único que se puede hacer en tal circunstancia:
-¿Te gusta lo que escribo? – le pregunto.
-Eso ahora es irrelevante –responde. –Además, soy yo quien hace las preguntas.
-Es muy relevante, ya lo creo. No me estás dejando terminar mis argumentos. Confucio dijo: “Siempre que sea posible, debes ser claro”. Vamos a seguir este consejo y dejar las cosas claras: ¿A ti te gusta lo que escribo?
-No, no me gusta. Solo leí dos libros, y los encontré pésimos.
-De acuerdo. Ahora continuemos.
Los campos estaban definidos. El público se relaja, el ambiente se carga de electricidad, la entrevista se transforma en un verdadero debate, y todos –Felton incluido- terminan satisfechos con el resultado.

Melbourne, Australia

Me encuentro con Colin Wilson, hoy un autor consagrado. Conociendo el tema de mi nuevo libro, él me recuerda un texto que escribió, relatando su intento de suicidio a los dieciséis años:
«Entré en el laboratorio de química de la escuela, y tomé la redoma de veneno. Lo vertí en un vaso delante de mí, lo miré bastante, me fijé en el color, e imaginé el sabor que tendría. Entonces acerqué el ácido a mi cara, y sentí su olor. En este momento, mi mente dio un salto al futuro, y yo pude sentirlo quemando mi garganta, y abriendo un agujero en mi estómago.
»Me quedé durante un tiempo sosteniendo el vaso en mis manos, saboreando la posibilidad de la muerte, hasta que finalmente me dije a mí mismo: si tengo valor para matarme de una forma tan dolorosa, también tengo el valor necesario para seguir viviendo»

Brisbane, Australia

Una vez terminada la conferencia, salgo del auditorio para firmar ejemplares del libro. Como hace una tarde estupenda, los organizadores han puesto la mesa de autógrafos al aire libre, fuera del edificio de la biblioteca.
Las personas se aproximan, conversan y –aunque yo esté tan lejos de casa– no me siento un extraño: mis libros llegaron aquí antes que yo, comunicando a los lectores mis emociones y sentimientos.
De repente, una jovencita de veintidós años se acerca, se salta la cola de autógrafos, y me dice frente a frente:
–No he conseguido llegar a tiempo para la charla, pero tengo que decirle algunas cosas importantes.
–Va a ser imposible –le respondo–. Tengo que seguir firmando libros una hora más, y después tengo una cena.
–No va a ser imposible –responde–. Me llamo Kerry Lee Olditch. Lo que tengo que decirle puedo hacerlo aquí y ahora, mientras usted firma autógrafos.
Y antes de que yo pueda reaccionar, saca de su mochila un violín, y se pone a tocar.
Sigo dedicando libros durante una hora, al son de la música de Kerry Lee. Las personas no se marchan –se quedan para ver aquel concierto inesperado, contemplando la puesta de sol, entendiendo lo que ella necesitaba decirme, y que de hecho me estaba diciendo.
Cuando termino, ella para de tocar. No hay aplausos; no hay nada, apenas un silencio casi palpable.
–Gracias –le digo.
–Todo en esta vida es cuestión de compartir el alma– responde Kerry Lee.
Y de la misma manera que llegó, se marchó.
Texto retirado de: La Revista
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