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domingo, 27 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad: Buscando los sueños

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

La idea de no entender el milagro de la vida, y dejar que la ganancia ocupe el lugar de la generosidad es un interesante aviso para todos aquellos que están a la búsqueda de sus sueños”.
Al parecer esta historia tiene su origen en Japón. La idea de no entender el milagro de la vida, y dejar que la ganancia ocupe el lugar de la generosidad, es un interesante aviso para todos aquellos que están a la búsqueda de sus sueños.
Hace muchos años, en la isla de Hokkaido, vivía un joven que se ganaba el sustento picando piedras. Aunque joven y sano, no estaba contento con su destino, y se quejaba noche y día.
Humi, pese a no conocer bien el cristianismo, sabía que, según su tradición, al menos una vez al año se satisfacían los deseos de la humanidad. Así, en Navidad rezó con mucha fe y, para su sorpresa, se le acabó apareciendo un ángel.
—Tienes salud y toda una vida por delante –dijo el ángel–. Todos los jóvenes deben empezar a hacer algo. ¿Por qué te quejas?
—Dios ha sido injusto conmigo y no me ha dado la oportunidad de llegar lejos –respondió Humi.
Preocupado, el ángel fue a la presencia del Señor para pedirle ayuda y que su protegido no terminara por perder su alma.
—Que se haga tu voluntad –dijo el Señor–. Como es Navidad, todo lo que Humi desee se le concederá.
Al día siguiente, Humi estaba trabajando cuando vio pasar un carruaje que llevaba a un noble cubierto de joyas. —¿Por qué no puedo ser noble yo también? ¡Ese es mi destino!, dijo.
—¡Así sea! –murmuró el ángel. Y Humi se convirtió en dueño de un suntuoso palacio y de muchas tierras, rodeado de sirvientes y caballos. Acostumbraba salir con su impresionante cortejo, y le gustaba ver a sus antiguos compañeros alineados a los lados de la calle, mirándolo con respeto.
Una tarde, el calor era insoportable; incluso bajo su parasol dorado, Humi sudaba como en los días en que picaba piedras. Se dio cuenta entonces de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, emperadores, incluso el sol, que no obedecía a nadie.
—¡Ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el sol? ¡Ese debe ser mi destino!, se lamentó Humi.
—¡Que así sea! –exclamó el ángel. Y Humi fue el sol.
Mientras brillaba en el cielo, maravillado con su gigantesco poder para hacer madurar las cosechas o quemarlas a su voluntad, vio un punto negro que comenzaba a avanzar a su encuentro. La mancha oscura fue creciendo y Humi se dio cuenta de que era una nube que se extendía a su alrededor y le impedía ver la Tierra.
—¡Ángel mío! –gritó Humi–. ¡La nube es más fuerte que el sol! ¡Mi destino es ser nube!
—¡Así sea! –respondió el ángel.
Humi se convirtió en nube.
—¡Soy poderoso! –gritaba, oscureciendo al sol. Pero en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mundo. Humi pensó que la roca lo desafiaba y desencadenó una tempestad como el mundo no había visto jamás.
—¡Ángel mío! –sollozaba Humi–. ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser roca! Y Humi se convirtió en roca.
—¿Quién podrá vencerme ahora?, dijo. Y así pasaron varios años, hasta que, una mañana, Humi sintió una punzada aguda en sus entrañas de piedra, seguida de un profundo dolor, como si una parte de su cuerpo de granito estuviese siendo lacerada. Enseguida oyó unos golpes sordos, y de nuevo un inmenso dolor.
Loco de espanto, gritó:
—¡Ángel mío, alguien está intentando matarme! ¡Tiene más poder que yo, quiero ser como él!
—¡Así sea! –exclamó el ángel, llorando. Y así fue como Humi volvió a picar piedras. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

viernes, 25 de diciembre de 2015

Nunca son lo que parecen: Riqueza y pobreza

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Nadie quiso recibir a María, excepto los pastores. Por eso fueron ellos los primeros en ver al Salvador”.
Cuenta una leyenda, cuyo origen no he podido comprobar, que una semana antes de Navidad el arcángel San Miguel pidió a sus ángeles que visitaran la Tierra. Quería saber si estaba todo listo para la celebración del nacimiento de Jesucristo. Los envió por parejas, siempre un ángel viejo con otro más joven, de modo que pudieran hacerse una idea bien amplia de lo que ocurría.
Una de estas parejas fue enviada a Brasil, adonde llegó entrada la noche. Como no tenían donde dormir, pidieron cobijo en una de las grandes mansiones que se pueden ver en Río de Janeiro.
El dueño de la casa era un noble al borde de la ruina, ferviente católico, que reconoció enseguida a los enviados celestiales por las aureolas doradas que coronaban sus cabezas. El hombre estaba muy ocupado en los preparativos de la gran fiesta de Navidad, y no quería que se estropease la decoración que estaba casi terminada, así que les pidió que fueran a dormir al sótano.
Las postales de Navidad están siempre ilustradas con paisajes nevados, pero en Brasil esta celebración cae en pleno verano. En el sótano donde se encontraban los ángeles hacía un calor terrible y el aire –cargado de humedad– era casi irrespirable. Se acostaron en el suelo, pero antes de empezar sus oraciones, el ángel más viejo detectó una grieta en la pared. Se levantó, la reparó utilizando sus poderes divinos, y volvió a sus plegarias nocturnas. Pasaron la noche como si estuvieran en el infierno, tal era el calor que hacía.
Descansaron muy mal, pero debían cumplir con su misión. Al día siguiente recorrieron la gran ciudad, con sus millones de habitantes, sus plazas y montañas, sus contrastes. Tomaron nota de todo y, cuando la noche cayó de nuevo, empezaron a viajar hacia el interior del país, pero volvieron a encontrarse sin un lugar donde dormir.
Llamaron a la puerta de una casa humilde y un matrimonio de edad avanzada les atendió. Como no tenían acceso a los grabados medievales que retratan a los enviados de Dios no reconocieron a los dos peregrinos, pero estos necesitaban cobijo y les ofrecieron su casa. Prepararon la cena, les presentaron a su pequeño bebé recién nacido y les ofrecieron para dormir su propia habitación, disculpándose porque, siendo pobres, no podían comprar un aparato de aire acondicionado para combatir el intenso calor.
Al día siguiente, al despertar, encontraron al matrimonio bañado en lágrimas. Lo único que tenían, una vaca que les daba leche, queso y sustento para la familia, había aparecido muerta. Se despidieron de los peregrinos avergonzados por no poder ofrecerles desayuno. Mientras andaban por el camino de barro, el ángel más joven mostró su indignación:
–¡No puedo entender tu forma de actuar! El primer hombre tenía todo lo que necesitaba y aun así lo ayudaste. En cambio, no hiciste nada para aliviar el sufrimiento de esta pobre gente que nos acogió.
–Las cosas no son lo que parecen –dijo el ángel más viejo–. Cuando estábamos en aquel horrible sótano vi que había gran cantidad de oro en los muros, escondido allí por un antiguo propietario. La grieta iba a dejar al descubierto parte del tesoro y decidí volver a esconderlo, porque el dueño de la casa no ayudaba al necesitado.
–Anoche, mientras dormíamos en la cama que el matrimonio nos había ofrecido, sentí la llegada de un tercer invitado: el ángel de la muerte. Venía a llevarse al bebé, pero lo conozco desde hace muchos años y logré convencerlo de que, en su lugar, tomase la vida de la vaca.
–Acuérdate del día que estamos a punto de celebrar: nadie quiso recibir a María, excepto los pastores. Por eso fueron ellos los primeros en ver al Salvador. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 6 de diciembre de 2015

Veinte años después: ¿Derecha o izquierda?

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Si piensas que la paz y la felicidad están siempre adelante, jamás conseguirás alcanzarlas. Trata de entender que ambas son tus compañeras de viaje”.
Llego a Santiago de Compostela, esta vez en auto, para celebrar una de mis peregrinaciones. Cuando estaba en Puente La Reina, me vino la idea de hacer tardes de autógrafos en las pequeñas aldeas, así como también la propia Santiago de Compostela. Tuve un contacto inesperado con los lectores y aprendí que las cosas hechas con amor pueden tener la improvisación como una gran aliada.
Santiago estaba ahora delante de mí. Y a algunas decenas de kilómetros más adelante, el océano Atlántico. Pero estoy decidido a seguir adelante con los autógrafos improvisados, ya que pretendo quedarme noventa días.
Y como no quiero atravesar el océano en este momento, ¿debo ir para la derecha (Santander, País Vasco) o para la izquierda (Guimarães, Portugal)? Es mejor dejar que el destino elija: con mi mujer entramos en un bar y le preguntamos a un hombre que está tomando un café: ¿derecha o izquierda? Él responde que debemos seguir para la izquierda –quizás pensando que nos referíamos a partidos políticos–.
Llamo por teléfono a mi editor portugués. Él no me pregunta qué locura es esa, no reclama de ser avisado encima de la hora. Dos horas más tarde me llama, dice que contactó las radios locales de Guimarães y Fátima y que en 24 horas puedo estar con mis lectores en aquellas ciudades.

Todo sale bien.

Y en Fátima, como una señal, recibo un regalo de una de las personas que están allí. Se trata de las escrituras de un monje budista, Thich Nhat Hanh, tituladas The long road to joy (El largo camino para la alegría). A partir de aquel momento, antes de continuar esta jornada, paso a leer las sabias palabras de Nhat Hanh, que resumo a seguir:
1. Tú ya llegaste. Por lo tanto, siente el placer en cada paso y no te preocupes con las cosas que todavía tienes que superar. No tenemos nada delante de nosotros, apenas un camino para ser recorrido a cada momento con alegría. Cuando practicamos la meditación peregrina, estamos siempre llegando, nuestro hogar es el momento actual y nada más.
2. Por causa de eso, sonríe siempre mientras andas. Aunque tuvieses que esforzarte un poco y sentirte ridículo. Acostúmbrate a sonreír y terminarás alegre. No tengas miedo de mostrar que estás contento.
3. Si piensas que la paz y la felicidad están siempre adelante, jamás conseguirás alcanzarlas. Trata de entender que ambas son tus compañeras de viaje.
4. Cuando andas, estás masajeando y honrando la tierra. De la misma manera, esta trata de ayudarte a equilibrar tu organismo y tu mente. Entiende esta relación y trata de respetarla –Que tus pasos sean dados con la firmeza del león, la elegancia del tigre, la dignidad de un emperador–.
5. Presta atención a lo que sucede a tu alrededor. Concéntrate en tu respiración –eso te ayudará a liberarte de los problemas y ansiedades que tratan de acompañarte en tu camino.
6. Al caminar, no eres tú apenas que te estás moviendo, sino todas las generaciones pasadas y futuras. En el mundo llamado “real” el tiempo es una medida, pero en el verdadero mundo no existe nada más allá del momento presente. Ten plena conciencia que todo lo que ya sucedió y todo lo que sucederá está en cada paso tuyo.
7. Diviértete. Haz de la meditación peregrina un constante encuentro contigo mismo; jamás una penitencia en busca de recompensas. Que siempre crezcan flores y frutos en los lugares donde tus pies toquen. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

jueves, 3 de diciembre de 2015

Budismo zen: Meditación y destino

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

El mayor milagro de mi maestro es que no necesita mostrar ningún prodigio para convencer a sus alumnos de que es un sabio”.
Un estudiante recién llegado al monasterio buscó al maestro Nolami y le preguntó cómo debía prepararse para el ejercicio de meditación.
- “No tengas miedo de preguntar” fue la respuesta.
- “¿Y cómo aprendo a preguntar?”.
- “Un maestro es como una campana. Si le das solamente un leve toque, solo escucharás una leve vibración. Mas si la sacudes con energía, resonará bien alto y llegará hasta lo más profundo de tu alma. Pregunta con valor, y no te detengas hasta obtener la respuesta que buscas”.

Nadie cambia el destino

Ante una batalla decisiva, el general japonés decidió tomar la iniciativa y atacar, a pesar de saber que el enemigo era mucho más numeroso. Aunque confiastes en su estrategia, sus hombres estaban temerosos.
Camino hacia la confrontación, resolvieron parar en un templo. Después de rezar, el general se dirigió a sus soldados:
- Voy a arrojar esta moneda. Si sale cara, volveremos todos al campamento. Si sale cruz, significará que los dioses nos protegen y que derrotaremos al enemigo. Ahora se revelará nuestro futuro.
Tiró la moneda al aire y los ojos ansiosos de sus soldados vieron el resultado: cruz. Todos vibraron de alegría, atacaron con confianza y vigor y pudieron celebrar la victoria al atardecer.
Orgulloso, su comandante comentó:
Los dioses siempre tienen razón. Nadie puede cambiar el destino revelado por ellos.
- Tienes razón, nadie puede cambiar el destino cuando estamos decididos a seguirlo. Los dioses nos ayudan, pero a veces tenemos que ayudarlos también - respondió, entregando la moneda a su oficial.
Los dos lados marcaban cruz.

Vaciando el vaso

Un profesor universitario fue a visitar a un famoso maestro zen en Kyoto en busca de conocimiento. Mientras el monje servía té, el profesor comentaba los ejercicios, analizaba los textos, interpretaba las historias y las tradiciones, divagaba sobre los antiguos procedimientos de meditación. Hizo todo lo posible para impresionar a su anfitrión, con la esperanza de que lo aceptase como discípulo.
Mientras hablaba, el monje continuaba llenando su vaso hasta que el líquido se derramó y el té comenzó a extenderse por toda la mesa.
- ¿Qué es lo que está usted haciendo? ¿Qué no ve que el vaso está lleno y no cabe nada más en su interior?
- Su alma es como este vaso,
-respondió el maestro. ¿Cómo puedo yo enseñarle el verdadero arte del budismo zen si ella ya está llena de teorías?

¿Quién es el maestro más poderoso?

Uno de los discípulos de Yu estaba conversando con un discípulo de Rinzai:
- Mi maestro es un hombre capaz de hacer milagros, y por causa de eso es respetado por todos sus alumnos. Yo ya le he visto hacer cosas que van mucho más allá de nuestra capacidad. ¿Y el tuyo? ¿Qué grandes milagros es capaz de realizar?
- El mayor milagro de mi maestro es que no necesita mostrar ningún prodigio para convencer a sus alumnos de que es un sabio,
-fue la respuesta. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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