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domingo, 25 de agosto de 2013

Las cadenas y la internet: Consejos desde la web

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando alguien empiece a agredirte verbalmente, no lo interrumpas. Verás que la agresión se vacía por sí misma”.
Prácticamente todos los días encuentro en mi buzón de correo electrónico varios textos encontrados en internet. ¡Hay uno –sobre una combinación– que diferentes lectores ya me han enviado más de cuarenta veces! De “cadenas”, entonces, ni hablamos... Pero esta semana me ha llegado esta de aquí, y la he encontrado interesante. Tal y como se pide en la última línea, la hago llegar a otras personas:

Vida: modo de usar

1. Cuando decidas dar algo, hazlo con alegría.
2. Memoriza tu poema favorito.
3. No creas en todo lo que te dicen. No dejes de creer en todo lo que te digan que es mentira.
4. Cuando digas “te quiero”, demuéstralo con algún gesto.
5. Cuando digas “lo siento”, mira al otro directamente a los ojos.
6. Cree en el amor a primera vista.
7. Cree en la antipatía a primera vista.
8. No intentes hundir al otro: van los dos en el mismo barco.
9. Vive apasionadamente, con todas las heridas que eso conlleva. Vale la pena.
10. Habla despacio. Y piensa rápido.
11. No juzgues a una persona por sus familiares.
12. Si te preguntan algo indiscreto, sonríe y di: “¿por qué quieres saberlo?” Lo normal es que no insistan.
13. Recuerda que el gran amor y las grandes conquistas requieren grandes riesgos.
14. Llama por teléfono a tu madre y dile cuánto la quieres.
15. Cuando te equivoques, no olvides la lección. Y corrige lo que te sea posible.
16. Recuerda siempre tres cosas: el respeto por ti mismo, por los otros, y por sus actos.
17. No dejes que pequeñas discusiones acaben con grandes amistades.
18. Cuando descuelgues el teléfono, sonríe al decir “dígame”. El que está al otro lado de la línea lo va a notar.
19. Cásate con alguien a quien le guste conversar.
20. Nunca te olvides de que en la vejez podemos perder muchas cosas, pero la capacidad de comunicación permanece intacta.
21. Quédate solo de vez en cuando. Pero solamente de vez en cuando.
22. Lee más, ve menos televisión: así resulta más fácil transmitir a tus hijos lo que has aprendido.
23. Entiende que el silencio puede ser una respuesta.
24. Reza. El poder de la oración es infinito.
25. Lee en las entrelíneas.
26. Vive una vida tal, que te permita mirar hacia atrás y sonreír.
27. En discusiones con personas queridas, concéntrate en el presente, y no reabras las viejas heridas del pasado.
28. Cuando viajes, busca un lugar donde nadie más del grupo haya ido. Ese será tu lugar.
29. Puedes tener cualquier cosa. Pero no puedes tenerlo todo.
30. Recuerda que tu carácter es un espejo de tu destino.
31. Aprovecha la suerte, cuando esta te favorezca.
32. Si te ves obligado a disparar la flecha de la verdad, antes moja la punta en miel.
33. Pide ayuda. Y aprende a reconocerla.
34. Conoce todas las reglas, e incumple algunas, en cuanto te sea posible.
35. Escoge a tus amigos. Y escoge a tus enemigos: no le des a cualquiera la honra de enfrentarte.
36. Cuando alguien empiece a agredirte verbalmente, no lo interrumpas. Verás que la agresión se vacía por sí misma.
El resto ya se sabe: “esta cadena dio la vuelta al mundo veinte veces, el coronel tal no la reenvió y perdió su empleo. Haz veinte copias y repártelas, que la suerte llegará en cuatro días”.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 18 de agosto de 2013

Lecciones de la inocencia: Recordar la infancia

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Apenas una pequeña porción de nuestro conocimiento está en los tratados, en los libros, en las tesis escolásticas. La parte más importante, de hecho, se encuentra en cualquier alma pura...”.
Cómo nivelar el mundo
Confucio viajaba con sus discípulos cuando supo que, en una aldea, vivía un niño muy inteligente. Confucio viajó y conversó con él y, bromeando, le preguntó:
–¿Qué tal si me ayudas a acabar con las desigualdades?
–¿Por qué acabar con las desigualdades? –repuso el niño–. Si aplanamos las montañas, los pájaros ya no tendrán abrigo. Si acabamos con la profundidad de los ríos y los mares, todos los peces morirán. Si el jefe de la aldea tiene la misma autoridad que el loco, nadie conseguirá entenderse. El mundo es muy vasto, déjalo con sus diferencias.
Los discípulos salieron de allí impresionados con la sabiduría del niño. Cuando ya se dirigían a otra ciudad, uno de ellos comentó que todos los niños deberían ser así.
–He conocido a muchos niños que, en lugar de estar jugando y haciendo las cosas propias de su edad, intentaban entender el mundo –dijo Confucio–. Y ninguno de estos niños precoces consiguió hacer nada importante más tarde, porque jamás conocieron la inocencia ni la sana irresponsabilidad de la infancia.
Saber los nombres
Zilu le preguntó a Confucio:
–Si el rey Wen te llamase para gobernar el país, ¿qué medida adoptarías en primer lugar?
–Aprenderme los nombres de mis asesores.
–¡Qué tontería! ¿Esta es la gran preocupación propia de un primer ministro?
–Un hombre nunca puede recibir ayuda de lo que no conoce –respondió Confucio–. Si no entiende la Naturaleza, no comprenderá a Dios. De la misma manera, si no sabe quién está a su lado, no tendrá amigos. Sin amigos, no puede trazar un plan.
»Sin un plan, no va a conseguir dirigir a nadie. Sin dirección, el país se hundirá en la oscuridad, y ni siquiera los bailarines conseguirán decidir con qué pie van a dar el próximo paso.
»De manera que, una medida aparentemente banal, como saber el nombre de quien va a estar a tu lado, puede suponer una ventaja gigantesca. El mal de nuestro tiempo es que todo el mundo quiere arreglar todo de golpe, y nadie se acuerda de que hace falta mucha gente para hacerlo.
La ciudad y el ejército
Cuenta la leyenda que, yendo en dirección a Poitiers con su ejército, Juana de Arco se encontró con un niño que jugaba con tierra y ramas en medio del camino.
–¿Qué haces?– le preguntó Juana de Arco.
–¿No lo ves? –respondió el niño–. Esto es una ciudad.
–Perfecto –dijo ella–. Ahora, por favor, sal del camino, necesito pasar con mis hombres.
El niño se levantó irritado: –Una ciudad no se mueve. Un ejército puede destruirla, pero ella no cambia de lugar.
Sonriendo ante la determinación del joven, Juana de Arco ordenó que su ejército saliese del camino y rodease la “construcción”.
La reflexión
Texto de un monje del siglo XIV:
«Apenas una pequeña porción de nuestro conocimiento está en los tratados, en los libros, en las tesis escolásticas. La parte más importante, de hecho, se encuentra en cualquier alma pura, que se sumerge con placer en los misterios, y bebe de la fuente de lo desconocido, sin intentar explicarla.
»Para conocer esta fuente, es necesario recordar las cosas de la infancia, y mirar todo lo que ocurre a nuestro alrededor con una visión espiritual, densa, alegre.
»Las personas hablan de los sueños como de algo que se deshace en el aire, como una nube. No saben de que la nube no se deshace, sino que se transforma en lluvia, entonces entenderían mejor lo que quiero decir».
Texto retirado de: La Revista

domingo, 11 de agosto de 2013

Soñadores: En sus vidas terrenales

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Mis sueños me permiten crear y habitar un reino más poderoso que este imperio francés. Ellos son los que van a ayudarme a construir el futuro, una casa”.

El padre desolado

Anthony de Mello cuenta la historia del rabino Abraham, que vivió una vida ejemplar. Cuando murió, fue directamente al Paraíso, y los ángeles le dieron la bienvenida con cánticos de loor. A pesar de esto, Abraham se mostraba distante y afligido, escondiendo la cabeza entre las manos, y rechazando los consuelos que querían darle. Finalmente, fue conducido ante el Todopoderoso, y escuchó una voz que, con infinita ternura, le preguntaba:
–Mi adorado siervo, ¿qué amargura cargas en tu pecho?
–Soy indigno de los homenajes que estoy recibiendo, dijo el rabino–. Aunque yo fuese considerado un ejemplo para mi pueblo, debo de haber hecho algo de manera muy equivocada. Mi único hijo, al que dediqué mis mejores enseñanzas, ¡se hizo cristiano!
–No te preocupes por eso –dijo la voz del Todopoderoso–. Yo también tuve un único hijo, ¡y él hizo exactamente lo mismo!

La madre desolada

Cuenta Roberto Shiniashky que una madre judía intentó educar a su hijo de la forma más tradicional posible. El muchacho, sin embargo, tenía una personalidad fuerte, y hacía apenas lo que le dictaba el corazón.
Cuando murió, de la misma manera que el rabino Abraham de la historia anterior, ella fue directamente al cielo –ya que había sido un ejemplo de dedicación en la Tierra. Una vez allí, les contó a las otras madres los quebraderos de cabeza que le había provocado su hijo, y descubrió que ninguna de ellas estaba satisfecha con los caminos que sus descendientes habían seguido.
Después de días de conversación –en los que estuvieron lamentándose por no haber sido lo bastante fuertes como para llevar con firmeza las riendas de la familia– el grupo vio a Nuestra Señora pasando por allí.
–¡Esa de ahí consiguió educar a su hijo! –dijo una de las madres.
Inmediatamente, todas se acercaron a Nuestra Señora y elogiaron la trayectoria de Jesús.
–Él fue un sabio –le dijeron–. ¡Cumplió todo lo que le había sido destinado, anduvo por el camino de la verdad sin desviarse ni un instante, y hasta hoy es motivo de orgullo para su familia!
–Tenéis razón, pero, si os digo la verdad, mi sueño era que fuese médico, dijo Nuestra Señora.

La reflexión

El piloto Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), uno de los mayores escritores franceses del siglo XX, se hizo mundialmente famoso con su libro El Principito. Transcribo aquí un trecho de su obra Tierra de hombres:
«Es difícil describir lo que sucede en mi alma. Miro al cielo y veo millares de estrellas sueltas por el universo, mientras yo permanezco preso a estas arenas.
«Pero, aunque mi cuerpo esté aquí, un poco de mí es capaz de viajar por este cielo, y llevarme a mundos desconocidos. De esta manera, me doy cuenta de que mis sueños son tan reales y concretos como estas dunas, esta luna, estas cosas que me rodean.
«Mis sueños me permiten crear y habitar un reino más poderoso que este imperio francés. Ellos son los que van a ayudarme a construir el futuro, una casa –porque la belleza de las casas no radica en el hecho de haber sido construidas para cobijar a los hombres, sino en cómo fueron ideadas.
«El día que construya mi casa, quiero que ella transmita algo. Que sea una señal, un símbolo. Dejaré que la casa de mis sueños surja de mi interior, como el agua surge de la fuente, o la luna del horizonte».
Saint-Exupéry no llegaría a realizar este sueño: el avión que pilotaba desapareció, cruzando el Mediterráneo, durante la Segunda Guerra Mundial.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 4 de agosto de 2013

¿Flechas o semillas? Mensajes que nos marcan

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Intentaría caminar y observar mejor las cosas que me rodean, me atiborraría de helados y haría menos dieta. Solo daría importancia a mis problemas reales, y me olvidaría de los imaginarios”.

El momento de la aurora

Durante el Fórum Económico de Davos, el premio Nobel de la Paz Shimon Peres, contó la siguiente historia:
Un rabino reunió a sus alumnos, y les preguntó:
–¿Cómo podemos saber en qué exacto momento termina la noche y el día comienza?
–Cuando, desde lejos, podemos distinguir una oveja de un perro, dijo un niño.
Al rabino no le satisfizo la respuesta.
–En realidad –dijo otro alumno– sabemos que ya es de día cuando podemos distinguir un olivo de una higuera.
–No es una buena definición.
–¿Cuál es entonces la respuesta? –preguntaron los chicos.
Y el rabino dijo:
–Cuando un extranjero se aproxima, y nosotros lo confundimos con un hermano, este es el momento en que la noche ha terminado y el día comienza.

Llueve delante

Luchar contra ciertas cosas que solo acaban con el tiempo es desperdiciar nuestra energía. Una cortísima historia china lo ilustra: En medio del campo, se puso a llover. Las personas corrían en busca de abrigo, menos un hombre que caminaba lentamente.
–¿Por qué no corres? –le preguntó alguien.
–Porque también está lloviendo delante de mí, fue la respuesta.

Compartiendo ideas

El reverendo Richard Halverson dice que podemos compartir nuestras ideas como si fuesen flechas o semillas. Las primeras las usan normalmente los profesores, jefes, gente que tiene prisa o que cree saberlo todo. Van directas al corazón, y terminan matando la curiosidad y neutralizan la iniciativa de las personas. Se ponen en práctica rápidamente, y enseguida se olvidan.
Las “ideas-semilla” son las que la vida ofrece a través de las elecciones que hacemos: cuando nos permitimos conmovernos con algo, leer un libro que no nos obligaron a leer, presenciar sin prisa un hermoso atardecer, o conversar sobre un asunto que realmente nos interesa. Sus resultados no se aprecian inmediatamente, pero crecen con raíces profundas, y acaban haciéndose realidad.

Si pudiese volver a empezar

El poema que copio a continuación tuvo un gran éxito hace algún tiempo. Inicialmente se atribuía a Jorge Luis Borges, pero enseguida varios críticos reaccionaron afirmando que no se trataba de un texto del escritor argentino. Hasta hoy no se sabe a ciencia cierta quién lo escribió (la versión con la que cuento habla del Hermano Jeremiah):
«Si pudiese volver a nacer, intentaría cometer muchos más errores.
«Me relajaría. Diría tonterías. Procuraría parecer más loco. Tomarme las cosas menos en serio.
«Escalaría montañas, nadaría en ríos que no conozco, dedicaría más tiempo a observar la puesta del sol. Intentaría caminar y observar mejor las cosas que me rodean, me atiborraría de helados y haría menos dieta. Solo daría importancia a mis problemas reales, y me olvidaría de los imaginarios.
«Siempre fui de ese tipo de personas que prestan atención a las señales, y cuidan de su salud hora tras hora, día tras día. Salía de casa con un paraguas, no viajaba sin termómetro, aspirina, jersey, libretita de notas.
«Si pudiese volver a nacer, haría cosas que mis nietos comentarían –riendo– con sus colegas de escuela.
«En ese caso, yo les daría tema de conversación y alegría, en lugar de intentar infundirles respeto.
«Si yo pudiese volver a nacer, intentaría cometer muchos más errores».
Texto retirado de: La Revista
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