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lunes, 31 de agosto de 2015

Sobre el arte de la paz: Dirigir la energía

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Ueshiba, que es conocido por los practicantes de aikidô como el Gran Maestro, dejó una serie de prácticas filosóficas descritas en sus conferencias, poesías y conversaciones con discípulos”.
Entre las pocas artes marciales que he practicado en mi vida, la que más me ha seducido ha sido el aikidô. Creado por el japonés Morihei Ueshiba (1883-1969), la palabra quiere decir “El arte (o el camino) de la paz”. Recuerdo cómo pasaba noches en vela con mis compañeros aprendiendo a luchar de tal manera que toda la energía negativa del adversario fuese dirigida contra él mismo. Ueshiba, que es conocido por los practicantes de aikidô como el Gran Maestro, dejó una serie de prácticas filosóficas descritas en sus conferencias, poesías y conversaciones con discípulos. A continuación algunas de ellas:

¿Dónde comienza?

El arte de la paz comienza en ti mismo: trabaja para conseguir que permanezca a tu lado. Todos poseen un espíritu que puede perfeccionarse, un cuerpo que puede entrenarse y un camino a seguir.
Tú estás aquí para cumplir con estas tres metas, y para eso se necesitan dos cosas: mantener la tranquilidad y practicar el arte en cada cosa que hagas. Ninguno de nosotros precisa dinero, poder o estatus para practicar el arte: en este exacto momento tú estás con los pies en el Paraíso y debes entrenarte ahora.

El universo y el hombre

Todo en el universo procede de la misma fuente. Esta fuente, a la que llamamos vida, contiene nuestro pasado, el presente y el futuro. En la medida en que el hombre camina hacia adelante, él puede desintegrar o armonizar la energía vital. El mal nace en el momento en que pasamos a creer que es solamente nuestro aquello que pertenece a todos; eso provoca soberbia, deseos inútiles y rabia. Pero aquel que no es poseído por las cosas, termina siendo dueño de todo.

El hombre y las ocho fuerzas

Para practicar el arte de la paz es necesario, en algún momento, sumergirse alternadamente en las ocho fuerzas opuestas que sustentan el universo: movimiento e inercia, solidez y adaptación, contracción y distensión, y unificación y división.
Eso está presente en todo, desde la vastedad del espacio hasta la menor de las plantas; cada cosa trae en sí una reserva gigantesca de la energía universal, que puede ser usada para el bien de todos.

El crecimiento constante

La vida es desarrollo. Para alcanzar eso, sube a las altas montañas y desciende hasta los profundos valles de tu alma. Inspira y siente que estás penetrando dentro de ti todo lo que existe en los cielos y en la Tierra. Expira y siente cómo el aire que sale de tu cuerpo carga la semilla de fecundidad y hará a la humanidad ser más verdadera, mejor y más hermosa.

La respiración infinita

Todo lo que existe encima y debajo también existe dentro de ti. Y todo respira. Cuando percibas eso comprenderás también el arte de la paz. Aquellos que lo practican saben que son guerreros protectores de la Madre Naturaleza, y en cada respiración están colocando dentro de sí el Sol y la Luna, el Uparaíso y el mundo, la marea alta y la marea baja, la primavera y el invierno, el verano y el otoño. Todo el aprendizaje del hombre puede ser resumido en la manera como respira conscientemente. Cada vez que lo hace, comparte la energía poderosa que sustenta la creación.

La atención consciente

Haz que cada día sea realmente nuevo, vistiéndote con las bendiciones del Paraíso, bañándote en sabiduría y amor y colocándote bajo la protección de la Madre Naturaleza. Aprende de los sabios y de los libros sagrados, pero no olvides que cada montaña, río, planta o árbol también tiene algo que enseñarte. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 23 de agosto de 2015

La ciudad y las dos calles: Cambio de actitud

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Esta historia es contada por el Sheikh Qalandar Shah en su libro Asrar-i-Khilwatia (Secretos de los solitarios).
En la región oriental de Armenia existía un pequeño villorrio con dos calles paralelas, llamadas respectivamente Vía del Sur y Vía del Norte. Un viajero, llegado de muy lejos, paseó por la Vía del Sur y después decidió visitar la otra calle. Sin embargo, no bien llegó allí, los comerciantes notaron que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
“Se debe de haber muerto alguien en la Vía del Sur”, comentó el carnicero al vendedor de telas. “Mira cómo este pobre extranjero que acaba de venir de allí, está llorando”.
Un niño escuchó el comentario, y como sabía que la muerte era algo muy triste, comenzó a llorar histéricamente. Al poco rato, todos los niños de aquella calle estaban llorando.
El viajero, asustado, decidió partir inmediatamente. Tiró las cebollas que estaba pelando para comer –que eran la razón de sus lágrimas– y desapareció.
Las madres, entretanto, preocupadas por el llanto de las criaturas enseguida fueron a tratar de saber lo que pasaba, y descubrieron que el carnicero, el vendedor de telas y –a esta altura– varios comerciantes estaban preocupadísimos por una tragedia que había ocurrido en la Vía del Sur.
Pronto comenzaron los rumores, y como la ciudad no tenía muchos habitantes en breve todos los que habitaban en ambas calles sabían que algo horrible había sucedido. Los adultos comenzaron a temer lo peor, pero, preocupados por la dimensión de la tragedia, decidieron no preguntar nada a fin de no empeorar la situación.
Un hombre ciego, que habitaba en la Vía del Sur y no entendía lo que estaba sucediendo, resolvió indagar:
“¿Por qué tanta tristeza en esta ciudad que siempre fue un lugar tan feliz?”.
“Algo muy grave ha sucedido en la Vía del Norte”, respondió uno de los habitantes. “Los niños lloran, los hombres están con el ceño fruncido, las madres han pedido a sus hijos que regresen a la casa, y el único viajero que visitó esta ciudad en muchos años, partió con los ojos llenos de lágrimas. Quizás la peste haya llegado a la otra calle”.
No fue necesario mucho tiempo para que corriera el rumor de que una enfermedad mortal, de origen desconocido, había llegado a la ciudad. Como, no obstante, el llanto había empezado con la visita del viajero a la Vía del Sur quedó claro para los habitantes de la Vía del Norte que la peste había comenzado allí. Antes del anochecer, los habitantes de ambas calles ya habían abandonado sus domicilios y partían en dirección a las montañas del Este.
Hoy, siglos después, el antiguo lugar por donde pasó un viajero pelando cebollas aún continúa desierto. No muy lejos de allí surgieron dos aldeas llamadas Vía del Este y Vía del Oeste. Sus habitantes, descendientes de los antiguos moradores de la villa, aún no se hablan, ya que el tiempo y las leyendas se encargaron de colocar una gran barrera de miedo entre ellos.
Comenta el Sheikh Qalandar Shah: “Todo en la vida es cuestión de la actitud que tenemos ante las cosas, y no de las propias cosas en sí mismas. Yo tengo siempre la posibilidad de descubrir el origen de un problema o escoger aumentarlo de tal manera que termino sin saber dónde comenzó, cuál es su dimensión, cómo puede afectar a mi existencia y cómo es capaz de alejarme de las personas que antes amaba”. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 16 de agosto de 2015

Conversar y luchar: Con Él es posible

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Dios está mucho más abierto a una conversación de lo que imaginamos; basta solo comenzar el diálogo, y quedaremos sorprendidos con los resultados”.
En uno de mis libros, La Quinta Montaña, el personaje principal se rebela contra los designios de Dios y decide no escucharlo más. Me inspiré en un pasaje bíblico, cuando Jacobo lucha con Dios dentro de una tienda y solo le deja partir después de que Él lo bendice.
Del mismo modo que un joven sano necesita tener la dosis de rebeldía para enfrentarse a sus padres e imponer su leyenda personal, Dios también desea que ejerzamos, en cada minuto de nuestras vidas, el poder de nuestras decisiones. Es muy fácil estar siempre transfiriendo la responsabilidad a los otros (o a Él) solo para después culpar al mundo de la injusticia que nos rodea y del fracaso en nuestro interior. Pero ¿a dónde nos lleva esto? A ninguna parte.
Dios nos escucha. Dios nos toma en serio. Vale la pena recordar aquí otro episodio bíblico en el que esta facultad está claramente descrita:
En el libro del Génesis (18:22-33) el Todopoderoso decide avisar a Abraham que destruirá Sodoma y Gomorra. Abraham no lo acepta: ¿por qué los inocentes deben ser sacrificados junto con los pecadores?
Abraham va más lejos. Dice: “¿Cómo osáis hacer tal cosa, matar al justo junto con el impío”?
Y exige que Dios se comprometa a no destruir la ciudad si allí vivieran cincuenta justos. Dios se compromete, Abraham comienza a regatear, diciendo que sería absurdo, en el caso de que faltaran solamente cinco para formar los cincuenta justos, que Él tomara tal decisión. Dios acepta no destruir la ciudad si allí vivieran cuarenta y cinco justos, o treinta, o veinte, o diez ... Dios acepta cada uno de los argumentos de Abraham y va prometiendo cambiar de idea.
Sabemos que, en la Biblia, Dios termina destruyendo Sodoma y Gomorra, salvando apenas a una familia. Pero, antes de tomar esta decisión, Él estaba abierto al diálogo.
Temer a Dios no significa tener miedo de Dios. Dios está mucho más abierto a una conversación de lo que imaginamos; basta solo comenzar el diálogo, y quedaremos sorprendidos con los resultados.

La reflexión

De Frederick Buechner (The Magnificent Defeat):
“Nosotros ya dialogamos naturalmente con Dios a través de la oración. Rezar es quebrar el silencio. Es la necesidad de reconocer y ser reconocido. El rezo es el sonido creado por lo más profundo de nuestros sentimientos.
“Yo no me estoy refiriendo apenas a los rezos formales que acostumbramos a decir en la iglesia o en el cuarto, antes de dormir. Yo hablo de aquellos vestigios, fragmentos de oración que las personas usan incluso diciendo que no creen en nada, sin siquiera darse cuenta de que están rezando. Algo inesperado sucede y las personas dicen: ¡Dios mío! o “¡Virgen Santa!” y allí hay un rezo, muchas veces oculto, proferido con vergüenza, miedo del ridículo, escondido incluso bajo la forma de blasfemia.
“La oración es un instinto humano de abrirse a aquello que tiene de más profundo. Es imposible evitar ese instinto. De una forma u otra, todas las personas rezan y rezarán desde el comienzo de los tiempos”.

Otro nombre

Un hombre se dirigió a su amigo:
- Hablas de Dios como si lo conocieras personalmente, y hasta supieras el color de sus ojos. ¿Por qué esta necesidad de idear algo en lo que creer? ¿Cómo es que no puedes vivir sin eso?
- ¿Tú tienes alguna idea de cómo fue creado el universo? ¿Sabes explicar el milagro de la vida?
- Todo lo que nos rodea es fruto de la casualidad. Las cosas suceden.
- De acuerdo. Entonces, “Las cosas suceden” es apenas otro nombre de Dios. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 9 de agosto de 2015

Sabiduría del zen: Maestros y discípulos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo”.
Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda que era aún capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para captar los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Conociendo la reputación del samurái, estaba allí para derrotarlo y aumentar así su fama.
Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío.
Fueron todos hasta la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos y ofendió, incluso, a sus ancestros. Durante horas hizo todo lo posible para provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
—¿Cómo ha podido usted soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?
—Si alguien se acerca a ti con un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo?, preguntó el samurái.
—A quien intentó entregarlo, respondió uno de los discípulos.
—Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos, dijo el maestro. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Dónde está el paraguas

Después de diez años de aprendizaje, Zenno consideraba que ya podía ser elevado a la categoría de maestro zen. En un día lluvioso fue a visitar al famoso profesor Nan-in.
Al entrar en la casa de Nan-in este preguntó: ¿Has dejado tu paraguas y tus zapatos afuera?
—Evidentemente, respondió Zenno. Es lo que manda la buena educación. Yo haría lo mismo en cualquier parte.
—Entonces, dime: ¿Colocaste el paraguas al lado derecho o al lado izquierdo de los zapatos?
—No tengo la menor idea, maestro.
—El zen budismo es el arte de la conciencia total de lo que hacemos, dijo Nan-in. La falta de atención en los pequeños detalles puede destruir por completo la vida de un hombre. Un padre que sale corriendo de casa, nunca puede olvidar un puñal al alcance de su hijo pequeño. Un samurái que no mira todos los días su espada, terminará encontrándola herrumbrada cuando más la necesite. Un joven que olvida dar flores a su amada, acabará perdiéndola.
Y  Zenno comprendió que aun cuando conociese bien las técnicas zen del mundo espiritual, se había olvidado de aplicarla al mundo de los hombres.

Algunas reflexiones del budismo zen

“La deshonra es como una cicatriz en el árbol: crece con el tiempo, en vez de desaparecer” (vieja máxima de los samuráis).
“Quien solo fija sus ojos en el bien, es incapaz de aprender, porque no conoce el mal, y este puede tomarlo desprevenido”. (Murasaki Shikiku). (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 2 de agosto de 2015

Fábulas y reflexiones: Oficios terrenales

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Ambas valen el precio que estoy pidiendo: una es la duda y la otra el complejo de inferioridad. Todas las otras tentaciones pueden fallar, pero estas dos siempre funcionan”.
Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante años trabajó con ahínco y practicó la caridad pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía salir bien en su vida.
Muy al contrario: sus problemas y deudas se acumulaban más.
Una tarde, un amigo que lo visitaba –y que se compadecía de su difícil situación– comentó:
–Es muy extraño que, justamente después de que resolviste convertirte en un hombre temeroso de Dios, tu vida empezara a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero es evidente que a pesar de toda tu creencia en el mundo espiritual, nada ha mejorado.
El herrero no respondió inmediatamente: él ya había pensado eso mismo muchas veces, sin entender lo que sucedía en su vida.
Sin embargo, como no quería dejar a su amigo sin respuesta, empezó a hablar –y terminó encontrando la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:
–Yo recibo en este taller el acero no trabajado y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes cómo se hace? “Primero, caliento la chapa de acero con un calor infernal, hasta que quede roja. Después, sin piedad, le aplico varios golpes con el martillo más pesado hasta que la pieza adquiera la forma deseada”.
“A continuación la sumerjo en un balde de agua fría y todo el taller se llena con el ruido del vapor, mientras la pieza estalla y grita a causa del súbito cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta conseguir la espada perfecta, pues una vez sola no es suficiente”.
El herrero continuó: “A veces el acero que llega a mis manos no consigue aguantar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. Y yo sé que jamás se transformará en una buena lámina de espada. Entonces, simplemente, lo coloco en el montículo de hierro viejo que viste a la entrada de mi taller”.
El herrero concluyó: –“Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. He aceptado los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero lo único que pido es: Dios mío, no desistas hasta que consiga tomar la forma que el Señor espera de mí. Inténtalo de la manera que prefieras, por el tiempo que quieras, pero no me coloques jamás en el montículo de hierro viejo de las almas”.

Satanás vende objetos usados

Como tenía que adaptarse a los nuevos tiempos, Satanás decidió hacer una liquidación de gran parte de sus existencias de tentaciones. Colocó un anuncio en un diario. Se trataba de un muestrario fantástico: piedras para hacer tropezar a los virtuosos, espejos que aumentaban la propia importancia, lentes que disminuían la importancia de los otros. Colgados en la pared, algunos objetos llamaban mucho la atención: un puñal de lámina curva para ser usado en las espaldas de alguien y grabadoras que solamente registraban murmuraciones y mentiras.
–¡No se preocupen por el precio! –gritaba el viejo Satanás a los potenciales clientes. –¡Llévenlo hoy y paguen cuando puedan!
Uno de los visitantes notó, tiradas en un rincón, dos herramientas que parecían muy usadas y que llamaban muy poco la atención. Y, no obstante, eran carísimas. Curioso, quiso saber la razón de aquella aparente discrepancia.
–Están tan gastadas porque son las que yo más uso –respondió Satanás, riendo. –Si llamasen mucho la atención, las personas sabrían cómo protegerse de ellas.
“Sin embargo, ambas valen el precio que estoy pidiendo: una es la duda y la otra el complejo de inferioridad. Todas las otras tentaciones pueden fallar, pero estas dos siempre funcionan”. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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