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domingo, 26 de febrero de 2012

Ante todo seguridad y confianza

Por Paulo Coelho  

El Alquimista
“Cambia de postura, relaja la frente, estira la columna, haz frente al mundo a pecho descubierto; al pensar en tu cuerpo, también estás pensando en tu alma, y una cosa ayudará a la otra”.
A veces me sorprendo a mí mismo con los hombros encorvados; y siempre que estoy así, puedo estar seguro de que algo no va bien. En ese momento, incluso antes de buscar qué es lo que me incomoda, procuro cambiar mi postura, hacerla más elegante. Al ponerme de nuevo en posición erecta, me doy cuenta de que este simple gesto me ayuda a tener más confianza en lo que estoy haciendo.
A menudo se confunde la elegancia con la superficialidad, la moda, la falta de profundidad. Grave error: el ser humano necesita elegancia en sus acciones y en su postura, porque esta palabra es sinónimo de buen gusto, amabilidad, equilibrio y armonía.
Hay que tener serenidad y elegancia para dar los pasos más importantes en la vida. Evidentemente, no hay que volverse loco, preocupado a todas horas con la forma en que movemos las manos, nos sentamos, sonreímos, miramos a nuestro alrededor. Pero es bueno saber que nuestro cuerpo habla una lengua, y que la otra persona, incluso de forma inconsciente, está entendiendo lo que decimos más allá de las palabras.
La serenidad viene del corazón. Aunque muchas veces lo torturen pensamientos de inseguridad, él sabe que, a través de la postura correcta, puede volver a equilibrarse. La elegancia física, a la cual me refiero viene del cuerpo, y no es algo superficial, sino el modo que encontró el hombre para honrar la forma en que pone los pies en el suelo. Por eso, si a veces sientes que tu postura te incomoda, no pienses que es falsa o artificial: es verdadera porque es difícil. Hace que el camino se sienta honrado por la dignidad del peregrino.
Y no confundirla con la arrogancia o el esnobismo. La elegancia es la postura más adecuada para que el gesto sea perfecto, el paso sea firme, y tu prójimo sea respetado.
Esta se alcanza cuando se descarta todo lo superfluo, y el ser humano descubre la simplicidad y la concentración: cuanto más simple y sobria sea la postura, más bella será.
La nieve es bonita porque solo tiene un color, el mar es bonito porque parece una superficie plana. Pero tanto el mar como la nieve son profundos y conocen sus cualidades.
Camina con firmeza y alegría, sin miedo de tropezar. Todos los movimientos están acompañados por tus aliados, que te ayudarán en lo que fuera necesario. Pero no olvides que también el adversario está observando y conoce la diferencia entre la mano firme y la mano trémula: por lo tanto, si estás tenso, respira hondo, piensa que estás tranquilo, y, por uno de esos milagros inexplicables, la tranquilidad se instalará.
En el momento en que tomas una decisión y la pones en marcha, procura revisar mentalmente cada una de las etapas que te llevaron a preparar tu paso. Pero hazlo sin tensión, pues es imposible tener todas las reglas en la cabeza: y con el espíritu libre, a medida que revisas cada etapa, te darás cuenta de los momentos más difíciles, y de cómo los superaste. Eso se reflejará en tu cuerpo.
Estableciendo una analogía con el tiro con arco, muchos arqueros se quejan de que, a pesar de haber practicado durante años el tiro, la ansiedad hace que todavía se les dispare el corazón, les tiemble la mano y les falle la puntería. El arte del tiro hace que nuestros errores sean más evidentes.
Descubriste ese problema porque tu cuerpo estaba envejecido, menos elegante. Cambia de postura, relaja la frente, estira la columna, haz frente al mundo a pecho descubierto; al pensar en tu cuerpo, también estás pensando en tu alma, y lo uno ayudará a lo otro. 

Texto retirado de: La Revista


domingo, 19 de febrero de 2012

Como si fuese la primera vez: viendo alrededor

Por Paulo Coelho  

El Alquimista
“Que me mire a mí mismo como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y con mi alma. Y, de esta manera, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una sorpresa permanente para mí mismo”.
Yo quiero creer que voy a abrir los ojos a cada día como si fuese la primera vez. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y espanto, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo algo llamado “amor”, de lo que se habla mucho pero que se entiende poco.
Subiré al primer autobús que pase, sin preguntar adónde se dirige, y me bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré junto a un mendigo que me pedirá una limosna. Tal vez se la dé, tal vez me parezca que se la va a gastar en bebida y pase de largo –escuchando sus insultos, y entendiendo que esta es su manera de comunicarse conmigo. Veré a alguien que está intentando destruir la cabina telefónica. Tal vez intente impedírselo, tal vez entienda que hace eso porque no tiene a nadie con quien conversar al otro lado de la línea, y de esta manera busca espantar su soledad.
Voy a mirarlo todo, y a todos, como si fuese la primera vez, sobre todo las pequeñas cosas, a las que ya estoy acostumbrado, de manera que acabé olvidándome de la magia que me rodea. Las teclas de mi ordenador, por ejemplo, que se mueven con una energía que yo no logro entender. El papel que aparece en la pantalla, y que hace mucho tiempo que no se manifiesta de manera física, aunque yo crea que estoy escribiendo en una hoja en blanco, en la que resulta muy fácil corregir, apretando apenas una tecla. Al lado de la pantalla del ordenador se acumulan algunos papeles que nunca llego a poner en orden por falta de paciencia, pero si empezara a pensar que esconden novedades, todas estas cartas, notitas, recortes, y recibos adquirirían vida propia y tendrían historias curiosas –sobre el pasado y sobre el futuro– que contarme. Tantas cosas en el mundo, tantos caminos recorridos, tantas entradas y salidas en mi vida...
Voy a ponerme una camisa que uso muy a menudo, y por primera vez voy a prestar atención a su etiqueta, a la manera como fue cosida, y voy a intentar imaginarme las manos que la diseñaron, y las máquinas que transformaron este diseño en algo material, visible.
E incluso las cosas a las que estoy acostumbrado –como el arco y las flechas, la taza del desayuno, las botas que se transformaron en una extensión de mis pies de tanto llevarlas– se verán revestidas del misterio del redescubrimiento. Que todo lo que toque mi mano, vean mis ojos, o pruebe mi boca, sea diferente ahora, aunque haya sido igual durante tantos años. De esta manera, todas ellas dejarán de ser naturaleza muerta, y empezarán a transmitirme el secreto de por qué han permanecido tanto tiempo junto a mí, y manifestarán el milagro del reencuentro con emociones que ya habían sido desgastadas por la rutina. 
Quiero mirar por primera vez al sol, si mañana hace buen tiempo; observar el tiempo nublado, si mañana el día es gris. Por encima de mi cabeza existe un cielo del que la humanidad entera, durante millares de años de observación, ya ha dado una serie de explicaciones razonables. Me olvidaré de todo lo que he aprendido sobre las estrellas, y ellas se transformarán de nuevo en ángeles, o en niños, o en cualquier otra cosa en la que tenga necesidad de creer en un momento dado.
Y, finalmente, que me mire a mí mismo como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y con mi alma.
Y, de esta manera, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una sorpresa permanente para mí mismo.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 12 de febrero de 2012

El amor cura: Dejar que sane

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

“Aprendí que este sentimiento está presente en las pequeñas cosas, y se manifiesta en la más insignificante de las actitudes que adoptamos, de manera que es preciso tener el amor siempre en mente, cuando actuamos o cuando dejamos de actuar”.

Es bueno recordar que hay ratos en los que nos gustaría mucho ayudar a los que queremos mucho, pero no podemos hacer nada. O las circunstancias no permiten que nos aproximemos,  o alguien en concreto está cerrado a cualquier tipo de muestra de solidaridad y apoyo.
Entonces, nos resta apenas el amor. En los momentos en los que todo es inútil, aún podemos amar –sin esperar recompensas, cambios o agradecimientos–.
Si conseguimos actuar de esta manera, la energía del amor comienza a transformar a nuestro alrededor el universo. Cuando esta energía aparece, siempre consigue realizar su trabajo. “El tiempo no transforma al hombre. El poder del deseo no transforma al hombre. El amor lo transforma”, dice Henry Drummond.
Leí en el periódico una noticia sobre una niña de Brasilia que recibió una brutal paliza por parte de sus padres. Como resultado, perdió el movimiento de todo el cuerpo y ni siquiera conseguía hablar. Internada en el Hospital de Base, la cuidaba una enfermera que a diario le decía: “Te quiero mucho”. Aunque los médicos le aseguraban que la niña no podría escucharla  y que sus esfuerzos eran inútiles, la enfermera le seguía repitiendo: “Yo te quiero mucho, ¿sabes? No te olvides”.
Tres semanas después, la niña había recuperado el movimiento. Cuatro semanas más tarde, volvía a hablar y a sonreír. La enfermera nunca dio entrevistas, y el periódico no publicó su nombre, pero queda registrado aquí para que no lo olvidemos nunca: el amor cura.
El amor transforma, el amor cura. Pero, a veces, el amor tiende trampas mortales  y termina destruyendo a la persona que decidió entregarse por completo. ¿Qué sentimiento tan complejo es este que –en el fondo– es la única razón para que sigamos vivos, luchando e intentando mejorar?
Sería irresponsable intentar definirlo, porque, como todo el resto de los seres humanos, yo solo consigo sentirlo. Se escriben miles de libros, se representan incontables piezas teatrales, se producen infinidad de películas, se crean poemas a cientos y se tallan innumerables esculturas en madera o en mármol, y sin embargo, todo lo que el artista puede transmitir es la idea de un sentimiento, no el sentimiento en sí.
Pero yo aprendí que este sentimiento está presente en las pequeñas cosas, y se manifiesta en la más insignificante de las actitudes que adoptamos, de manera que es preciso tener el amor siempre en mente, cuando actuamos o cuando dejamos de actuar.
Ir al teléfono y decir la palabra de cariño que estábamos dejando para más tarde. Abrir la puerta y dejar entrar en casa a quien necesita nuestra ayuda. Aceptar un trabajo. Abandonar un trabajo. Tomar la decisión que siempre posponíamos. Pedir perdón por un error que cometimos y que no nos deja en paz. Exigir un derecho que tenemos. Abrir una cuenta en la floristería, que es más importante que la joyería. Poner la música bien alta cuando la persona amada esté lejos  y bajarla cuando esté cerca. Saber decir “sí” y “no”, porque el amor afecta a todas las energías del hombre. Descubrir un deporte que pueda ser practicado en pareja. No cumplir a rajatabla ninguna receta, ni siquiera la propuesta en este párrafo –porque el amor requiere creatividad–.
Texto retirado de: La Revista

viernes, 10 de febrero de 2012

Herencia

El ejemplo de ayer es la raíz oculta que echa los vástagos floridos o espinosos en el árbol de tu experiencia de hoy. Tienes de lo que diste, tanto cuanto recoges compulsivamente de lo que sembraste.
En los padres irascibles e intolerantes, recibes a los compañeros de otras eras con los cuales te conchabaste en la delincuencia, a fin de que reconduzcas su paso al pago ante la Ley.
En la esposa impertinente y enferma, sorprendes a la mujer que viciaste alejado de obligaciones venerables, para que, a costa de abnegación y cariño, restaures en su espíritu la dignidad del propio ser.
En el compañero insensato e infiel, tienes el ánimo enfrentado por el hombre que desviaste de deberes santificantes, de modo a que le despiertes en la conciencia, a precio de sufrimiento y renuncia, las verdaderas nociones de la honra y de la lealtad.
En los hijos ingratos encuentras, de nuevo, aquellas mismas criaturas que lanzaste al precipicio de la irreflexión y de la violencia, para que te exijan, en sacrificio incesante, la escala del reajuste.
En los obstáculos de la vida social dolorosa y difícil, recuperas exactamente los estorbos que pusiste al camino ajeno, para que vengas a esculpir, en el santuario de tus fuerzas, el respeto necesario para con la tarea de los otros.
En el cuerpo mutilado o desfalleciente te impones el resultado de los abusos a que te dedicaste, olvidado de que todos los patrimonios de la marcha son préstamos de la Providencia Mayor y que siempre devolveremos en la época prevista. Heredamos, así, de nosotros mismos todo aquello que se nos figura impedimento y miseria en el cáliz del destino.
Si deseas, por tanto, conquistar en ti mismo la victoria de la luz, acuérdate cada día que el emisario de la muerte llegará de improviso reclamándote a cuenta todo aquello que el mundo te confía a la existencia, ya sean títulos nobles y afecciones respetables, ya sean posesiones y privilegios que perduran sólo en el transcurrir de algunos días, para que, en fin, recibas como verdadera propiedad los frutos buenos o malos de tus propios ejemplos, que impelerán tu alma a la bajada a la tiniebla o a la gloria inmortal de la divina ascensión.

Dictado por el espíritu Emmanuel
Extraído del libro "Religión  de los Espíritus"

Pintura de: Annette Bezor
Tomada del blog Recogedor

Texto retirado deLuz Espiritual


jueves, 9 de febrero de 2012

Aptitud y experiencia

Quieres oír a los desencarnados de manera correcta.
Aspiras a observar en los reinos del espíritu sin ninguna ilusión.
Pretendes cultivar el intercambio medianímico sin ligero atisbo de engaño.
Extiendes los brazos y esperas sublimes demostraciones.
*
Sin embargo, entre aptitud y experiencia hay siempre la misma distancia a la que existe entre proyecto y realidad.
Aptitud es planificación.
Experiencia es dedicación.
La aptitud apunta el profesor.
La experiencia hace la enseñanza.
La aptitud indica el jornalero.
La experiencia crea la obra.
La aptitud sugiere.
La experiencia edifica.

*
En mediumnidad, cual acontece en cualquier otro servicio noble, no hay conquista-relámpago. Si te propones engrandecerla, recuerda los operarios oscuros de la evolución que pasaron en el mundo, antes de ti, luchando y sufriendo para que encontrases el camino mejor. Ninguno de ellos quedó en la estación del entusiasmo o en la puerta del sueño.
El sudor de semejantes héroes anónimos trasluce de las leyes con que te aseguras el alimento del que te nutres, de la ropa que vistes, de la carretera que recorres o de la casa que habitas.
Calidad mediúmnica es talento común a todos. Pero ejercer la mediumnidad como fuerza activa en el ministerio del bien es fruto de la experiencia de cuantos toman la obligación, en la senda de la disciplina y el trabajo, consagrándose, día a día, a estudiar y servir con ella.


Dictado por el espíritu Emmanuel
Pintura de: Hesther van Doornum
Tomada del blog Recogedor

Texto retirado deLuz Espiritual


domingo, 5 de febrero de 2012

Compromisos: vivir nuestras contradicciones

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

“La sociedad que hoy limita el comportamiento sexual al dictado por el estereotipo, sin respetar las diferencias individuales...”.


En mayo del 2002, horas antes de poner el punto final de mi último libro, fui a la Gruta de Lourdes (Francia) para llenar algunos galones de agua milagrosa. En la catedral un señor de unos 70 años me dijo: “¿Sabía que se parece a Paulo Coelho?”. Soy el mismo, contesté.
Habló de la importancia de mis libros en su vida, concluyendo: “Sus historias me hacen soñar”.
Ya he escuchado esta frase varias veces, y siempre me deja contento. En aquella ocasión, sin embargo, me quedé muy asustado, pues sabía que Once minutos hablaba de un asunto delicado, chocante: el recorrido de una prostituta en busca del encuentro con su alma. En aquel instante decidí dedicar el libro a este señor, Maurice Gravelines.
Algunos libros nos hacen soñar, otros nos traen a la realidad, pero ninguno puede huir de lo que es más importante para un autor: la honestidad en lo que escribe.
Escribir sobre sexo, para mí, era un desafío que me acompañaba desde mi juventud, cuando la revolución  hippy creó una serie de nuevos comportamientos a este respecto, a veces yendo hasta el límite del sentido común. Después de estos años locos, pasamos por un periodo conservador, por la llegada de las enfermedades mortales, por aquella pregunta que siempre regresaba: “Pero, ¿el sexo es realmente tan importante?”.
Vivimos en un mundo de comportamientos estereotipados: estereotipo de belleza, de calidad, de inteligencia, de eficiencia. Creemos que existe un modelo para todo, y nos da la sensación de que, siguiendo estos modelos, estaremos seguros.
Y por esta causa, establecemos un “estereotipo del sexo”, que en realidad está compuesto por una serie de mentiras: orgasmo vaginal, virilidad por encima de todo, mejor fingir que dejar al otro decepcionado. Como consecuencia directa, este tipo de actitud ha dejado a millones de personas frustradas, infelices, con sentimiento de culpa.
Y ha provocado todo tipo de aberraciones. ¿Por qué nos comportamos de esta manera con algo tan importante?
De la misma manera que un autor no sabe nunca la trayectoria que recorrerá con sus libros –y por eso permite que sus textos caminen hacia direcciones inesperadas– también necesitamos vivir nuestras contradicciones, principalmente en áreas tan sensibles como el sexo y el amor. El hombre que quiere seguir un estereotipo constantemente se verá obligado a pensar hoy lo mismo que pensaba ayer, y a usar siempre la corbata a juego con los calcetines. ¿Puede haber algo más aburrido que eso?
La sociedad que hoy limita el comportamiento sexual al dictado por el estereotipo, sin respetar las diferencias individuales, debe intentar acordarse de uno de los más bellos poemas que se han escrito sobre la naturaleza humana, el himno a Isis descubierto en Nag Hammadi:
Porque yo soy la primera y la última
Yo soy la venerada y la despreciada
Yo soy la prostituta y la santa
Yo soy la esposa y la virgen
Yo soy la madre y la hija
Yo soy los brazos de mi madre
Yo soy la estéril, y numerosos son mis hijos
Yo soy también la bien casada y la soltera
Yo soy la que da a luz y la que jamás procreó
Yo soy la esposa y el esposo
Y fue en el vientre de mi hombre donde me engendré
Yo soy la madre de mi padre
Soy la hermana de mi marido
Y él es mi hijo rechazado
Respetadme siempre porque yo soy la escandalosa y la discreta.

Texto retirado de: La Revista
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