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domingo, 28 de diciembre de 2014

Ver de manera diferente: Siempre es posible

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto”.

El eterno insatisfecho

Shanti recorría las ciudades predicando la palabra divina, cuando un hombre vino a buscarlo para que curara sus males.
—Trabaja, aliméntate, y alaba a Dios —respondió Shanti.
—Cuando trabajo, me duele la espalda. Cuando como, mi vientre arde de acidez. Cuando bebo, siento molestias en la garganta. Cuando rezo, siento que Dios no me escucha.
—En ese caso, busca a otra persona que te dé otros consejos.
El hombre se marchó, enfadado. Shanti se dirigió a los que habían escuchado la conversación:
—Él tenía dos formas de encarar cada cosa, y elegía siempre la peor. Cuando muera, es posible que también se queje del frío que hace dentro de la tumba.

Cuál es el mejor camino

Cuando le preguntaron al abad Antonio si el camino del sacrificio llevaba al cielo, este respondió:
—Hay dos caminos de sacrificio. El primero es el del hombre que mortifica la carne –hace penitencia– porque le parece que estamos condenados. Este hombre se siente culpable, y se considera indigno de vivir feliz. En este caso, él no llega a ninguna parte, porque Dios no vive en la culpa.
“El segundo es el del hombre que, aun sabiendo que el mundo no es perfecto como a todos nos gustaría que fuese, reza, hace penitencia, y dedica su tiempo y su trabajo a mejorar el ambiente que lo rodea. En este caso, la Presencia Divina lo ayuda constantemente, y obtiene resultados en el cielo”.

Continúa en el desierto

—¿Por qué vive usted en el desierto? —preguntó el caballero.
—Porque no consigo ser lo que deseo.
—Nadie lo consigue. Pero es necesario intentarlo —insistió el caballero.
—Imposible. Cuando empiezo a ser yo mismo, las personas me tratan con una reverencia falsa. Cuando soy sincero con relación a mi fe, ellos empiezan a dudar. Todos creen que son más santos que yo, pero se fingen pecadores por miedo a insultar mi soledad. Intentan mostrar todo el tiempo que me consideran un santo, y de esta manera se transforman en emisarios del demonio, tentándome con el orgullo.
—Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto —dijo el caballero, alejándose.

Estoy muriendo de hambre

En medio de una tempestad de nieve, el viajero llegó al convento.
—Me estoy muriendo de frío y de hambre, y no tengo cómo ganarme el sustento; necesito comer.
Sucede que, justo aquel día, la tempestad había impedido que los monjes abasteciesen la despensa, y no había absolutamente nada para comer o beber. Compadecido, el abad abrió el sagrario, sacó las hostias consagradas y el cáliz de vino, e hizo que el extraño se alimentase con ellos.
Los demás se quedaron horrorizados:
—¡Eso es un sacrilegio!
—¿Por qué, sacrilegio? —respondió el abad—. Vosotros ya habéis oído hablar de David, que comió el pan del tabernáculo cuando pasó hambre. Cristo sanaba en sábado, siempre que era necesario.
“Yo apenas he puesto el espíritu de Jesús en práctica: el amor y la misericordia ahora pueden hacer su trabajo”. (O) 
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad: El precio del paraíso

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dios dispone a las personas precisas, en el momento preciso, para que se ayuden mutuamente. Gracias a ti, la alegría de esta Nochebuena será más intensa en el cielo, porque el alma de tu marido se ha salvado”.
En Cracovia, Polonia, había un hombre muy pobre, que no tenía dinero ni para mantener a su familia. Al llegar la Navidad, avergonzado por no poder hacerle ningún regalo a su mujer, decidió vender el único animal que poseía –una gallina, que le daba todos los días por lo menos un huevo para comer–.
Pensaba que podría comprar algo bonito, pero ese mismo día ella se puso enferma y él tuvo que usar casi todo el dinero en medicinas. Desesperado, fue a ver al cura de su barrio.
—¿Te ha quedado algo?— dijo el cura.
—Diez céntimos.
—Todo lo que procede de Dios tiene su razón de ser—. Pasa por el mercado y cómprale a tu mujer lo primero que encuentres por diez céntimos. Se contentará.
El hombre le dio las gracias y fue hasta el mercado. Vio preciosas joyas y pensó: “Dios hará que encuentre algo barato”. Se acercó a un puesto: —Tengo diez céntimos, ¿qué puedo comprar?
—¡Diez céntimos! ¡Estás loco! ¡La joya más barata vale cien monedas de oro!
— Pero el cura me dijo que iba a poder comprar algo.
El comerciante decidió divertirse: —Realmente, pensaba vender mi sitio en el paraíso. ¡Y vale exactamente diez céntimos!
Sin dudar, el hombre sacó el dinero, y el comerciante escribió en un papel cualquiera: “Vale por un sitio en el paraíso”. Se dieron las manos a modo de trato.
Aquella noche, el comerciante, soltando una carcajada, le contó la historia a su mujer. Ella reaccionó histérica:
—¡No voy a vivir con alguien que engaña a los pobres, y precisamente en Navidad. Vete, y no vuelvas hasta que recuperes ese trozo de papel! El comerciante, aterrorizado, se fue y se puso a buscar al hombre por toda la ciudad, hasta que lo encontró.
—La verdad es que te engañé—. Aquí tienes las monedas, por favor, devuélveme el papel.
—¡Pero estoy satisfecho! ¡Te lo compré porque quise, y mi mujer se va a poner muy contenta con un sitio garantizado en el cielo!
—Está bien: entonces vas a ganar dinero, porque te voy a pagar veinte céntimos por ese papel.
—No te preocupes, no me engañaste, y me siento satisfecho. —Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar: te doy una moneda de oro por ese trozo de papel. A pesar de eso, el hombre no se sorprendió:
—Una moneda no resuelve mis problemas. Necesito diez monedas de oro. Ella se lo merece; así podrá comprarse todos los regalos que quiera. El comerciante se quedó estupefacto: ¡diez monedas! Pero no tenía alternativa, o las pagaba o no podía volver.
Las pagó, cogió el papel, y se fue.
—¡Diez monedas de oro por este papel que no vale nada! —le dijo a su mujer. —¡Aquí tienes tu regalo de Navidad, y no me pidas nada más!
En ese momento, un ángel se le apareció a su mujer:
—Cuando tu marido estaba dispuesto a vender su sitio en el paraíso por diez céntimos, no valía ni uno. Pero al aceptar pagar diez monedas de oro para recuperarlo, solo por amor hacia ti, ese sitio vale mucho más que eso.
“Dios dispone a las personas precisas, en el momento preciso, para que se ayuden mutuamente. Gracias a ti, la alegría de esta Nochebuena será más intensa en el cielo, porque el alma de tu marido se ha salvado; también será más intensa en la tierra, porque un hombre pobre le puede dar diez monedas de oro a su mujer. Por eso tú también mereces una recompensa”.
Y convirtió el trozo de papel en una esmeralda, que hoy en día se puede ver en una casa en la región de Grabarka, en la frontera con Bielorrusia. (Basado en una leyenda judía). (O) 
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 14 de diciembre de 2014

Historias japonesas: Respeto, razón y amor

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar”.

Compitiendo con los americanos

Al visitar Japón, para la promoción de El peregrino de Compostela (Diario de un mago), le pregunté al editor Masao Masuda cómo los japoneses habían conseguido conquistar mercados que antes eran de los americanos.
—Muy sencillo –respondió Masuda–. Los americanos tienen una idea, se encierran en una sala con datos de encuestas, toman decisiones y gastan una energía enorme en demostrar que tenían razón. Nosotros no queremos probar nada a nadie: dejamos que cada ser humano manifieste sus necesidades, e intentamos solucionarlas. El resultado práctico es que cada uno acaba comprando lo que ya deseaba antes.
»Quien solo desea demostrar que tiene razón, acaba actuando de manera equivocada.

El verdadero respeto

Durante la evangelización de Japón, un misionero fue hecho prisionero por samuráis.
—Si quieres seguir vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo delante de todo el mundo –dijeron los guerreros.
El misionero se fue a dormir, sin ninguna duda en el corazón: jamás cometería semejante sacrilegio, y estaba preparado para el martirio.
Se despertó en mitad de la noche y, al levantarse de la cama, tropezó con un hombre que dormía en el suelo. Casi se cayó de espaldas: ¡era Jesucristo en persona!
—Ahora que ya me has pisado, ve ahí fuera y pisa mi imagen –dijo Jesús–. Porque luchar por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.

Destruyendo y reconstruyendo

Me invitan a ir a Guncan-Gima, donde hay un templo del budismo zen. Cuando llego allí, me quedo sorprendido: la bellísima estructura está situada en medio de un inmenso bosque, pero tiene un gigantesco terreno baldío al lado.
Pregunto por la razón de aquel terreno, y el encargado me explica:
—Es el local de la próxima construcción. Cada veinte años destruimos este templo que ves y lo reconstruimos al lado.
»De esta manera, los monjes carpinteros, albañiles y arquitectos tienen la posibilidad de estar siempre ejerciendo sus habilidades, y enseñarlas –en la práctica– a sus aprendices. Mostramos también que nada en la vida es eterno, y que incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento.

La medida del amor

—Siempre quise saber si era capaz de amar a mi mujer como usted ama a la suya –le dijo el periodista Keichiro a mi editor Satoshi Gungi, mientras cenábamos.
—No existe nada más allá del amor –fue la respuesta–. Es él lo que mantiene el mundo girando y las estrellas suspendidas en el cielo.
—Lo sé, pero ¿cómo voy a saber si mi amor es lo bastante grande?
—Intenta saber si te entregas o si huyes de tus emociones. Pero no hagas preguntas como esta porque el amor no es grande ni pequeño; es apenas el amor.
»No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar. De esta manera, lo que haces es ir siempre escuchando una historia ajena, en lugar de recorrer tu propio camino.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 7 de diciembre de 2014

Relatos de Nasrudin: Dádivas de un sabio

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando vemos a alguien muy ansioso por mostrar todo lo bueno y comprensivo que es, necesitamos ponerlo severamente a prueba; porque él busca aplauso para sus gestos, y puede haber perdido completamente su humildad”.

No importa pasar por tonto

El mulá Nasrudin (personaje central de casi todas las historias de la tradición sufí) ya se había transformado en una especie de atracción de la feria principal de la ciudad. Cuando se dirigía hasta allí para pedir limosna, las personas acostumbraban a mostrarle una moneda grande y una pequeña: Nasrudin siempre escogía la pequeña.
Un señor generoso, cansado de ver que la gente se reía de Nasrudin, le explicó: “Siempre que te ofrezcan dos monedas, elige la mayor. Así tendrás más dinero y no serás considerado idiota por los otros”.
“Seguramente tiene usted razón”, respondió Nasrudin. “Pero si yo siempre escojo la moneda mayor, las personas dejarán de ofrecerme dinero, como hacen ahora para probar que soy más idiota que ellas. Y de esta manera no podré ganar mi sustento. No hay nada malo en pasar por tonto si en realidad lo que uno está haciendo es inteligente.

Somos todos responsables

La comitiva pasó por la calle; soldados fuertemente armados llevaban a un condenado a la horca. “Este hombre no tenía arreglo”, comentó un discípulo a Nasrudin. “Una vez le di una moneda de plata para ayudarlo a levantarse de nuevo en la vida y no hizo nada importante”.
“Quizás él no sirva para nada, pero puede estar ahora caminando hacia la horca por tu causa”, respondió el maestro.
“Es posible que haya utilizado la limosna para comprar un puñal, que terminó usando en el crimen cometido; y entonces tus manos estarán también ensangrentadas, porque en vez de ayudarlo con amor y cariño preferiste darle una limosna y librarte de tu obligación”.

Cada cosa en su lugar

La fiesta reunió a todos los discípulos de Nasrudin. Durante muchas horas comieron, bebieron y conversaron sobre el origen de las estrellas. Cuando era ya casi de madrugada, todos se prepararon para volver a sus casas.
Quedaba un apetecible plato de dulces sobre la mesa. Nasrudin obligó a sus discípulos a comérselos...
Uno de ellos, no obstante, se negó. “El maestro nos está poniendo a prueba”, dijo. “Quiere ver si conseguimos controlar nuestros deseos”.
“Estás equivocado”, respondió Nasrudin.
“La mejor manera de dominar un deseo es verlo satisfecho. Prefiero que os quedéis con el dulce en el estómago –que es su verdadero lugar– que en el pensamiento, que debe ser usado para cosas más nobles”.

La reflexión

Del libro El camino de la nobleza sufí: “Recibe siempre a aquel que te busca, y no corras tras de quien te rechaza. De esta manera estarás creando un nexo de armonía con tu semejante”.
“Un novicio no debe ser expulsado por causa de sus faltas. Cuando alguien está haciendo un esfuerzo para mejorar, esto debe ser apreciado y honrado por todos”.
“Un extraño no debe ser aceptado por causa de sus cualidades.
Cuando vemos a alguien muy ansioso por mostrar todo lo bueno y comprensivo que es, necesitamos ponerlo severamente a prueba; porque él busca aplauso para sus gestos, y puede haber perdido completamente su humildad.
Ve siempre más allá de las apariencias: escucha, mira y confía en tus impresiones”.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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