La mascota del blog

domingo, 26 de enero de 2014

Un diario inexistente: Lecciones de un violinista

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Lord Menuhin será recordado no apenas como uno de los más sobresalientes músicos de la humanidad, sino también como alguien profundamente comprometido con el ser humano, la justicia social y la dignidad...”.
Davos, Suiza, enero de 1999
Después de un día extenuante en el World Economic Forum, recibo un recado en el hotel. Lord Yehudi Menuhin –quien también está en Davos para impartir una serie de conferencias– quiere conversar conmigo. Mi primera reacción es de incredulidad: “¿Lord Menuhin? ¿El músico más importante de este siglo? Tal vez me haya confundido con otra persona”.

Devuelvo la llamada. Responde el propio Menuhin. Me invita a ir a su concierto. Al final, él me muestra un libro mío, que le había dado su secretaria (para mi sorpresa, no es  El Alquimista) y que le había despertado la curiosidad sobre mi trabajo.
Durante los días siguientes –hasta el final del fórum– tengo el raro privilegio de conversar, almorzar y convivir con él. Discutimos un gran proyecto para el final de 1999, con el objetivo de pasar al próximo milenio con esperanza, pero también con plena conciencia de los errores del pasado.
Menos de un mes después llega el concierto en Berlín, el fulminante ataque al corazón, y la muerte de este joven de 83 años, cuyo violín Einstein tuve el privilegio de escuchar, que fue el primer judío que tocó en la Alemania de posguerra, porque entendió que la única salida para el mundo era intentar superar las heridas con alegría y entusiasmo.
Lord Menuhin será recordado no apenas como uno de los más sobresalientes músicos de la humanidad, sino también como alguien profundamente comprometido con el ser humano, la justicia social y la dignidad que tanta falta les hace a las personas que hoy intentan controlar nuestro destino.
En uno de estos almuerzos en Davos, Lord Menuhin me puso frente a frente con un brillante científico francés y una (no tan brillante) terapeuta norteamericana. El científico era ateo convicto, lo que provocó una discusión apasionada sobre la existencia de Dios –la cual Menuhin, un hombre religioso, presenciaba con una sonrisa. Al final, cuando los ánimos se serenaron, Lord Menuhin habló de la necesidad de luchar contra las injusticias, pero manteniendo siempre el respeto por las opiniones opuestas. Y todos nosotros escuchamos a continuación una deliciosa historia judaica:
El testamento de Jacob
Cuando estaba en su lecho de muerte, Jacob llamó a su mujer Sarah: –Querida Sarah, quiero hacer mi testamento. Voy a dejar a Abraham la mitad de mi herencia. Al fin y al cabo, él es un hombre de fe.
-¡No hagas eso, Jacob! Abraham no necesita tanto dinero, ya tiene su empleo, su negocio, ya tiene hasta fe en nuestra religión.
Déjaselo a Isaac, que está viviendo muchos conflictos internos
sobre la existencia de Dios, y aún no ha encontrado su rumbo en esta vida.
–Está bien, se lo dejaré a Isaac.
Y Abraham se quedará con mis acciones.
–¡Ya te he dicho, mi adorado Jacob, que a Abraham no le hace falta nada! Yo me quedo con las acciones, y podré ayudar a cualquiera de nuestros hijos que algún día lo necesite.
–Tienes razón, Sarah. Pasemos entonces a nuestras propiedades en Israel. Creo que debo dejárselas a Deborah.
–¿Deborah? ¿Te has vuelto loco? Ella ya tiene propiedades en Israel. ¿Quieres que se transforme en una mujer de negocios y termine arruinando su matrimonio? ¡Me parece que nuestra hija
Michele necesita mucho más de ayuda!
Jacob, reuniendo sus últimas energías, se levantó indignado:
–Mi querida Sarah, tú has sido una excelente esposa, una excelente madre, y sé que quieres lo mejor para cada uno de tus hijos. Pero, por favor, ¡respeta mis puntos de vista! Al fin y al cabo, ¿quién es el que se está muriendo? ¿Tú o yo?
Texto retirado de: La Revista

domingo, 19 de enero de 2014

¿Sincronicidad o casualidad? Los sucesos repetidos

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Existe una forma de conexión entre fenómenos o situaciones de la realidad, a veces, de forma precisa. ¿Son mensajes del destino o son momentos azarosos?
Sábado por la noche. Voy a comprar las revistas de la semana, leo una materia que me llama especialmente la atención, y pienso: “debería escribirle un correo a Anabela Paiva (la periodista que escribió el artículo) para darle la enhorabuena”. Voy al ordenador, busco su dirección, no la encuentro, y olvido el asunto.
Una hora más tarde, intentando hacer espacio en la estantería para nuevos libros, me fijo en una hoja de papel: allí estaban los teléfonos y la dirección electrónica de Anabela.
Ese mismo sábado, por la tarde, yo había estado pensando si debía emplear esta columna para compartir con mis lectores algunos pasajes del Libro de las coincidencias (Amir Borges Mattos, editorial Dinámica), colección de acontecimientos que ocurren de manera sincronizada.
Por supuesto, lo que me sucedió con el correo de Anabela disipó cualquier duda. Aquí van algunas historias del libro:
El compositor alemán Richard Wagner nació en 1813 (la suma de estos guarismos da 13). Compuso 13 óperas, la primera de las cuales se estrenó en un día 13, y una de las más famosas –Tannhauser– fue concluida en un día 13. Wagner murió un 13 de febrero.
Conan Doyle, creador del detective Sherlock Holmes, se hospedó en una posada en Passo Gemmi (Suiza). Mientras descansaba allí, decidió escribir una pequeña historia, usando la posada como escenario, y describiendo un encuentro entre personas que se odian. Ya de vuelta en Inglaterra, optó por distraerse con la lectura de un cuento de Guy de Maupassant, L’Auberge. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que Maupassant había escrito una historia semejante, que ocurría en la misma posada.
El químico norteamericano Charles Martin descubrió, en 1886, un proceso para aislar las impurezas del aluminio. Al enviar su trabajo a una revista científica, supo que en aquella misma fecha había llegado un trabajo del francés Paul Heroult que describía el mismo método. Las coincidencias no se quedan ahí: tanto Martin como Heroult murieron un mes después de cumplir 51 años.
El escritor francés Camille Flammarion estaba terminando un libro en su despacho cuando una corriente de aire entró por la ventana abierta llevándose algunas páginas. Al día siguiente, un empleado de la gráfica en la que el libro iba a ser impreso –y que estaba a un kilómetro de la casa de Flammarion– las descubrió en el patio interno del almacén. Se quedó sorprendido al leer lo que estaba allí escrito: esa parte del libro hablaba de la fuerza del viento.
En 1972, en una entrevista, la escritora Taylor Caldwell contó que ella y su marido –ya fallecido– tenían un arbusto de lirios que nunca florecía. Él había llegado a descubrir, en algún momento de su vida, que a aquel tipo de flor la llamaban “lirio de la resurrección”. El arbusto floreció apenas una vez, en 1970, justamente a la hora del entierro de su marido.
Carl Jung, el psicoanalista famoso por sus estudios sobre la sincronicidad, cuenta una de ellas: al entrar en el metro para ir a la ópera, descubrió que el número del tique era el mismo que el de la entrada del teatro. Aquella misma noche, recibió una llamada de un amigo que mencionó un número de teléfono que coincidía, cifra a cifra, con el número que se veía en los dos papelitos anteriores.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 12 de enero de 2014

Los profetas y sus profecías: Brillantes e importantes

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Pienso que son un buen estímulo, cuando nos estemos planteando dejar de luchar por algo en lo que creemos”.
Vale la pena recordar aquí algunas de las frases más “brillantes”, dichas por personas muy “importantes”. Pienso que son un buen estímulo, cuando nos estemos planteando dejar de luchar por algo en lo que creemos.
•“¿Una barrena para petróleo? ¿Estás hablando de agujerear el suelo para encontrar petróleo? ¡Tú estás loco!”. Operarios que Edwin L. Drake intentó contratar para su proyecto de prospección de petróleo, en 1859.
•“Este teléfono tiene demasiados inconvenientes como para tomarlo en serio como medio de comunicación. Esta jerigonza no tiene ningún sentido para nosotros”. Memorándum interno de la Western Union, convenciendo a sus empleados de que el futuro estaba en el telegrama, 1876.
•“Pienso que merece la pena invertir. En el mundo, hay mercado para cinco computadoras”. Thomas Watson, presidente de la IBM, 1943.
•“La caja de música sin hilos no tiene ningún valor comercial. ¿Quién pagaría por oír un mensaje que no se envía a nadie en particular?”. Consejo del director de la David Sarnoff, en respuesta a su consulta urgente sobre inversiones en radio en los años 20.
•“¿A quién podría interesarle escuchar a los actores hablando?”. H.M. Warner, Warner Brothers, en el auge del cine mudo, 1927.
•“Estoy feliz porque es Clark Gable quien se va a partir la cara, y no Gary Cooper”. Gary Cooper, sobre su decisión de rechazar el papel protagonista en Lo que el viento se llevó”.
•“No hay ninguna razón o motivo concreto para que alguien quiera tener un ordenador en casa”. Ken Olson, presidente y fundador de la Digital Equipment Corp., 1977.
•“A nosotros no nos gusta como suenan, y la música de guitarra eléctrica está claramente en extinción”. Decca Recording Co., al rechazar a los Beatles, 1962.
•“Todo lo que podía ser inventado, ya lo ha sido”. Charles H. Duell, director del Departamento de Patentes de los Estados Unidos, 1899.
•“Entonces fuimos a Atari y les dijimos: Miren, hemos hecho este trasto simpático, construido con algunas piezas suyas. ¿Qué les parece si nos financian? O, si no, nosotros se lo damos. Solo queremos producirlo: nos pagan nuestros salarios y nosotros trabajamos para ustedes. Y ellos dijeron, no. Entonces fuimos a la Hewlett-Packard, y allí nos dijeron: No los queremos, ni siquiera han terminado la facultad”. Steve Jobs, fundador de Apple Computer Inc., que inventó el ordenador personal.
•“Ya no estoy interesado en editar este libro, que ya se ha vendido todo lo que podía venderse”. El primer editor de El Alquimista devolviendo el contrato al autor, 1988.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 5 de enero de 2014

Hablando con Dios y el diablo: Cómo hacer lo que quiero

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Ser el diablo no es fácil. Cuando hablo, tengo que emplear enigmas para que las personas no lleguen a notar la tentación. Necesito parecer siempre inteligente y astuto, para que me admiren”.
Nada más morir, Juan se encontró en un bellísimo lugar, rodeado de las comodidades y de la belleza con las que siempre soñara. Un sujeto vestido de blanco se le aproximó:
–Tiene derecho a todo lo que quiera: cualquier alimento, placer o diversión –le dijo.
Encantado, Juan hizo todo lo que había deseado hacer en su vida. Después de muchos años de placeres, buscó al tipo de blanco:
–Ya he probado todo lo que quería. Ahora necesito un trabajo, para sentirme útil.
–Lo siento mucho –dijo el personaje de blanco–, pero esto es lo único que no puedo conseguirle; aquí no hay trabajo.
–¡Es terrible! –se irritó Juan–. ¡Voy a pasarme la eternidad muriéndome de aburrimiento! ¡Preferiría mil veces estar en el infierno!
El hombre de blanco se le aproximó, y le dijo en voz baja:
–¿Y usted dónde se cree que está?

Cuál es el sentido de las coronas

Cuando Moisés subió a los cielos para escribir determinada parte de la Biblia, el Todopoderoso le pidió que dibujase pequeñas coronas sobre algunas letras de la Torá.
Moisés dijo:
–Creador del Universo, ¿cuál es el objetivo de estas coronas?
–Que dentro de cien generaciones, un hombre llamado Akiva interprete el verdadero significado de estos dibujos.
–Muéstrame la interpretación de este hombre –pidió Moisés.
El Señor llevó a Moisés al futuro y lo puso en una de las clases del rabino Akiva. Un alumno estaba preguntando:
–Rabino, ¿cual es el sentido de estas coronas dibujadas encima de algunas letras?
–No lo sé –respondió Akiva–. Y creo que ni siquiera Moisés lo sabía. Pero como él era el mayor de todos los profetas, hizo esto apenas para enseñarnos que, aunque no comprendamos todo lo que hace el Señor, de todas maneras debemos hacer lo que nos pide.
Y Moisés le pidió perdón al Señor.

Ser diablo no es fácil

El diablo le dijo a Buda: –Ser el diablo no es fácil. Cuando hablo, tengo que emplear enigmas para que las personas no lleguen a notar la tentación. Necesito parecer siempre inteligente y astuto, para que me admiren. Gasto mucha energía en convencer a unos pocos discípulos de que el infierno es mucho más interesante. Estoy viejo, y quiero dejarte a ti mis alumnos.
–¿Te parece que es divertido ser como yo? –respondió Buda. –Además de tener que hacer todo lo que tú haces, ¡aún tengo que aguantar lo que mis discípulos me hacen! Ponen en mis labios palabras que no he dicho, cobran por mis enseñanzas y exigen que yo sea sabio constantemente. ¡Tú jamás aguantarías una vida como esta!
El diablo salió convencido de que cambiar los papeles no era en absoluto un buen negocio, y Buda escapó a la tentación.
Texto retirado de: La Revista
Blog Widget by LinkWithin