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domingo, 28 de septiembre de 2014

Viajar diferente: Lecciones aprendidas

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Más vale quedarse en una ciudad cuatro o cinco días, que visitar cinco ciudades en una semana. Una ciudad es una mujer caprichosa, necesita tiempo para ser seducida y mostrarse completamente”.

Desde muy joven descubrí que el viajar era la mejor manera de aprender. Decidí relatar algunas de las lecciones que aprendí, esperando que puedan ser útiles a otros peregrinos.
Evite los museos. El consejo puede parecer absurdo, pero vamos a reflexionar un poco juntos: si usted está en una ciudad extranjera, ¿no es mucho más interesante ir en busca del presente que del pasado? Sucede que las personas se sienten obligadas a ir a museos porque aprendieron desde pequeñas que viajar es buscar ese tipo de cultura. Es claro que los museos son importantes, pero exigen tiempo y objetividad –tiene antes que saber qué desea ver allí, o va a salir con la impresión de que vio un montón de cosas fundamentales para su vida pero que no recuerda cuáles son.
Frecuente los bares. Allí, al contrario de los museos, la vida de la ciudad se manifiesta. Bares no son discotecas, sino lugares adonde la gente va, toma algo, piensa en el tiempo y está siempre dispuesta para una conversación. Compre un diario y quédese contemplando el movimiento del local. Si alguien inicia un tema, por más bobo que sea, acepte la charla: no se puede juzgar la belleza de un camino mirando solamente su puerta.
Esté disponible. El mejor guía de turismo es alguien que vive en el lugar, conoce todo, está orgulloso de su ciudad, pero no trabaja en una agencia. Salga por la calle, elija a la persona con quien desea conversar y pídale informaciones (¿dónde queda tal catedral? ¿dónde está el Correo?) Si no resulta, pruebe con otra; le garantizo que al final del día habrá encontrado una excelente compañía.
Procure viajar solo, o con su cónyuge. Le dará más trabajo, nadie lo (o los) cuidará, pero solo de esta manera podrá realmente salir de su país. Los viajes en grupo son una manera disfrazada de estar en una tierra extranjera, pero hablando su lengua natal, obedeciendo a lo que manda el jefe del rebaño, preocupándose más con las murmuraciones del grupo que con el lugar que se está visitando.
No compare. No compare nada –ni precios, ni limpieza, ni calidad de vida, ni medios de transporte, ¡nada!–. Usted no está viajando para probar que vive mejor que los otros; su búsqueda, en verdad, es saber cómo los otros viven, lo que pueden enseñar, cómo se enfrentan con la realidad y con lo extraordinario de la vida.
Entienda que todo el mundo le entiende. Aunque no hable el idioma, no tenga miedo: ya estuve en muchos lugares donde no había manera de comunicarme a través de las palabras y siempre terminé encontrando apoyo, orientación, sugerencias importantes, y hasta aventuras amorosas. Algunas personas creen que, si viajan solas, saldrán a la calle y se perderán para siempre. Basta tener la tarjeta del hotel en el bolsillo y –en una situación extrema– tomar un taxi y mostrarla al chofer.
No compre mucho. Gaste su dinero en cosas que después no tendrá que cargar: buenas obras de teatro, restaurantes, paseos. Con el mercado global e internet puede tener todo sin necesidad de pagar exceso de equipaje.
No intente ver el mundo en un mes. Más vale quedarse en una ciudad cuatro o cinco días, que visitar cinco en una semana. La ciudad es una mujer caprichosa, necesita tiempo para ser seducida y mostrarse completamente.
Un viaje es una aventura. Henry Miller decía que es mucho más importante descubrir una iglesia de la que nadie oyó hablar, que ir a Roma y sentirse obligado a visitar la Capilla Sixtina, con doscientos mil turistas gritando en sus oídos. Vaya a la Capilla Sixtina, sí, pero también déjese perder en sus calles y callejuelas, sienta la libertad de estar buscando algo que no sabe lo que es, pero que, –con toda seguridad– encontrará, y cambiará su vida.

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 21 de septiembre de 2014

Historias de caminos: La vejez y la mejor elección

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Todos nosotros, en algún momento, envejecemos y pasamos a tener otras cualidades. Es siempre posible aprovechar cada una de estas nuevas cualidades para obtener un buen resultado”.

La vasija con rajaduras

Cuenta la leyenda india que un hombre transportaba agua todos los días a su aldea usando dos grandes vasijas, sujetas en las extremidades de un pedazo de madera que  colocaba atravesado sobre sus espaldas.
Una de las vasijas era más vieja que la otra, y tenía pequeñas rajaduras; cada vez que el hombre recorría el camino hasta su casa, la mitad del agua se perdía.
Durante dos años el hombre hizo el mismo trayecto. La vasija más joven estaba siempre muy orgullosa de su desempeño, y tenía la seguridad de que estaba a la altura de la misión para la cual había sido creada, mientras que la otra se moría de vergüenza por cumplir apenas la mitad de su tarea, aun sabiendo que aquellas rajaduras eran el fruto de mucho tiempo de trabajo.
Estaba tan avergonzada que un día, mientras el hombre se preparaba para sacar agua del pozo, decidió hablar con él:
-Quiero pedirte disculpas ya que, debido a mi largo uso, solo consigues entregar la mitad de mi carga, y saciar la mitad de la sed que espera en tu casa.
El hombre sonrió y le dijo: Cuando regresemos, por favor observa cuidadosamente el camino.
Así lo hizo. Y la vasija notó que, por el lado donde ella iba, crecían muchas flores y plantas.
-¿Ves cómo la naturaleza es más bella en el lado que tú recorres? comentó el hombre. Siempre supe que tú tenías rajaduras, y resolví aprovechar este hecho. Sembré hortalizas, flores y legumbres, y tú las has regado siempre. Ya recogí muchas rosas para adornar mi casa, alimenté a mis hijos con lechuga, col y cebollas. Si tú no fueras como eres, ¿cómo podría haberlo hecho?
“Todos nosotros, en algún momento, envejecemos y pasamos a tener otras cualidades. Es siempre posible aprovechar cada una de estas nuevas cualidades para obtener un buen resultado”.

Cómo se abrió el sendero

En la edición 106 del Jornalinho, de Portugal, encuentro una historia que nos enseña mucho respecto a aquello que escogemos sin pensar: Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, líder de un rebaño, que, viendo el espacio ya abierto, hizo a sus compañeros seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha, a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.
Después de tanto uso, el  sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos, si no hubieran seguido  la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un  poblado y, posteriormente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.
Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si aquella es la mejor elección.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 14 de septiembre de 2014

Diario inexistente: Lugares y experiencias

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“(la verdad) No es lo que nos mantiene en la prisión de los prejuicios. La verdad es lo que nos da la libertad. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, dijo Jesús”.

Sobre árboles y ciudades

En el desierto de Mojave es frecuente encontrar las famosas ciudades fantasma. Construidas cerca de minas de oro, eran abandonadas cuando todo el producto de la tierra ya había sido extraído; habían cumplido su papel, y ya no tenía sentido que continuaran siendo habitadas.
Cuando paseamos por un bosque, también vemos árboles que, una vez cumplido su papel, terminaron cayendo. Pero, a diferencia de las ciudades fantasma, ¿qué sucedió? Abrieron espacio para que la luz penetrase, fertilizaron el suelo y tienen sus troncos cubiertos por vegetación nueva.
Nuestra vejez dependerá de la forma en que hayamos vivido. Podemos terminar como una ciudad fantasma. O, entonces, como un generoso árbol, que continúa siendo importante incluso después de haber caído a tierra.

El sentido de la verdad

En nombre de la verdad, la raza humana cometió sus peores crímenes. Hombres y mujeres fueron quemados. La cultura de civilizaciones enteras fue destruida, los que buscaban un camino diferente eran marginados...
Uno de ellos, en nombre de la “verdad” terminó crucificado. Pero, antes de morir, dejó la gran definición de la verdad.
No es lo que nos da certezas.
No es lo que nos da profundidad.
No es lo que nos hace mejores que los otros.
No es lo que nos mantiene en la prisión de los prejuicios.
La verdad es lo que nos da la libertad. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, dijo Jesús.

Sobre el ritmo y el Camino

–Faltó algo en su disertación sobre el Camino de Santiago –me dice una peregrina, al salir de la Casa de Galicia, en Madrid, donde minutos antes yo acababa de dar una conferencia.
Deben de haber faltado muchas cosas, pues mi intención allí era apenas compartir un poco mi experiencia. Aun así, la convido a tomar un café, curioso por saber lo que ella considera una omisión importante.
Y Begoña –tal es su nombre– me dice: –He notado que la mayoría de los peregrinos, sea en el Camino de Santiago, sea en los caminos de la vida, siempre procuran seguir el ritmo de los otros.
“Al comienzo de mi peregrinación, procuraba ir junto con mi grupo. Me cansaba, exigía de mi cuerpo más de lo que podía dar, vivía tensa, y terminé teniendo problemas en los tendones del pie izquierdo. Imposibilitada de andar durante dos días, me di cuenta de que solo conseguiría llegar a Santiago si obedecía a mi ritmo personal.
“Tardé más que los otros, tuve que andar sola muchos trechos, pero fue solo porque respeté mi propio ritmo que conseguí completar el camino. Desde entonces aplico esto a todo lo que tengo que hacer en la vida: respeto mi tiempo”.

Todo se convierte en polvo

Las fiestas de Valencia, en España, tienen un curioso ritual cuyo origen radica en la antigua comunidad de los carpinteros.
Durante un año entero, artesanos y artistas construyen esculturas gigantescas en madera. En la semana de la fiesta, llevan estas esculturas hasta el centro de la plaza principal. La gente pasa, comenta, se deslumbra y se conmueve ante tanta creatividad. Entonces, el día de San José, todas estas obras de arte –excepto una– son quemadas en una gigantesca hoguera, ante la presencia de miles de curiosos.
¿Por qué tanto trabajo inútil?, preguntó una inglesa, a mi lado, mientras las inmensas llamaradas subían hacia el cielo.
–Usted también terminará un día- respondió una española. Ya pensó si, en ese momento, algún ángel le preguntase a Dios: “¿por qué tanto trabajo inútil?”.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 7 de septiembre de 2014

De tragedias y dichas: La vida y sus significados

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“¿Cómo sabes si esto es una desgracia? ¿Cómo sabes si eso es una bendición?”. Y los hombres de aquella aldea entendieron que, más allá de las apariencias, la vida tiene otros significados”.
Hace muchos años, en una pobre aldea china, vivía un labrador con su hijo. Su único bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de paja, era un caballo que había heredado de su padre.
Un buen día el caballo se escapó, dejando al hombre sin animal para labrar la tierra. Sus vecinos –que lo respetaban mucho por su honestidad y diligencia– acudieron a su casa para decirle cuánto lamentaban lo ocurrido. Él les agradeció la visita, pero preguntó:
- ¿Cómo podéis saber que lo que ocurrió ha sido una desgracia en mi vida?
Alguien comentó en voz baja con un amigo: “Él no quiere aceptar la realidad, dejemos que piense lo que quiera, con tal que no se entristezca por lo ocurrido”.
Y los vecinos se marcharon, fingiendo estar de acuerdo con lo que habían escuchado.
Una semana después, el caballo retornó al establo, pero no venía solo: traía una hermosa yegua como compañía. Al saber eso, los habitantes de la aldea, –alborozados, porque solo ahora entendían la respuesta que el hombre les había dado– retornaron a casa del labrador, para felicitarlo por su suerte.
– Antes tenías solo un caballo, y ahora tienes dos. ¡Felicitaciones! – dijeron.
–Muchas gracias por la visita y por vuestra solidaridad– respondió el labrador. ¿Pero cómo podéis saber que lo que ocurrió es una bendición en mi vida?
Desconcertados, y pensando que el hombre se estaba volviendo loco, los vecinos se marcharon, comentando por el camino: “¿Será posible que este hombre no entienda que Dios le ha enviado un regalo?”.
Pasado un mes, el hijo del labrador decidió domesticar la yegua. Pero el animal saltó de una manera inesperada, y el muchacho tuvo una mala caída, rompiéndose una pierna.
Los vecinos retornaron a la casa del labrador, llevando obsequios para el joven herido. El alcalde de la aldea, solemnemente, presentó sus condolencias al padre, diciendo que todos estaban muy tristes por lo que había sucedido.
El hombre agradeció la visita y el cariño de todos. Pero preguntó: –¿Cómo podéis vosotros saber si lo ocurrido ha sido una desgracia en mi vida?
Esta frase dejó a todos estupefactos, pues nadie puede tener la menor duda de que un accidente con un hijo es una verdadera tragedia. Al salir de la casa del labrador, comentaban entre sí: “Realmente se ha vuelto loco; su único hijo se puede quedar cojo para siempre y aún tiene dudas de que lo ocurrido es una desgracia”.
Transcurrieron algunos meses y el Japón declaró la guerra a China. Los emisarios del emperador recorrieron todo el país en busca de jóvenes saludables para ser enviados al frente de batalla. Al llegar a la aldea, reclutaron a todos los jóvenes excepto al hijo del labrador, que estaba con la pierna rota.
Ninguno de los muchachos retornó vivo. El hijo se recuperó, los dos animales dieron crías que fueron vendidas y rindieron un buen dinero. El labrador pasó a visitar a sus vecinos para consolarlos y ayudarlos, ya que se habían mostrado solidarios con él en todos los momentos. Siempre que alguno de ellos se quejaba, el labrador decía: “¿Cómo sabes si esto es una desgracia?”. Si alguien se alegraba mucho, él preguntaba: “¡Cómo sabes si eso es una bendición?” .Y los hombres de aquella aldea entendieron que, más allá de las apariencias, la vida tiene otros significados.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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